De todos es sabido que el momento de ir al cuarto de baño, sea público o privado, es un acto íntimo y muy personal. La decisión de acudir a este pequeño reducto, no siempre responde a una necesidad imperiosa…¿quién no ha utilizado esta excusa para estar un momento a solas y pensar o llorar sin ser visto o reir cuando hacerlo en público era inoportuno?. Cuando asistes a una función como 1984, aunque sea por un momento porque tu acompañante te espera fuera y no es plan, necesitas ese ratito del que hablo…así lo intuí al llegar a la cola donde el resto de chicas estaban para lo mismo. Una de mis manías, que no son muchas pero sí recurrentes, es fijarme en las caras de quienes han asistido al mismo evento que yo: ya sea peli, concierto, fiesta, viaje… y entonces saco mis conclusiones, aunque no digo que no sean peregrinas, aviso.

Cuando el espacio escénico de Javier Ruíz de Alegría provoca una inmersión en el terror de un Régimen que busca convertir a un individuo en cáscara. Las videoproyecciones de David Blanco, te presentan, entre otras sorpresas, la mirada beatífica y espeluznante del  Gran Hermano. El atrezzo y vestuario te llevan a la insoportable certeza de que la uniformidad, el hormigón, la miseria y la chatarra se imponen como una losa sobre la belleza, el amor y el aire limpio…sólo queda dejarte llevar por las interpretaciones de los actores: Alberto Berzal, Cristina Arranz, Luis Rallo y José Luis Santar para quedarte imbuido de principio a fin en la función,  después mirar a tu acompañante y  acertar a decir: voy un momento al baño.

Así que allí estábamos, sin conocernos entre nosotras pero, en algún caso, compartiendo cierta mirada de complicidad que decían a gritos «Tela marinera lo que hemos visto». Y no es que acabes descolocada, que también, porque la novela ya la leíste en el instituto, pero Alberto Berzal en la piel de Winston Smith te arrastra. Quieres saltar al escenario y decirle «Sal de ahí, vente a mi casa que allí no hay cámaras, creo. Yo te llevo a un lugar luminoso, pero no el que te dice ese O’Brien que es un liante». Y Cristina Arranz arropando a una Julia fantástica, quieres llevártela a cenar y decirle: «Dime por favor cómo se puede ser tan lúcida y tan resplandeciente cuando lo que te rodea es feo y deplorable, cómo puedes mantener la alegría Julia/Cristina, cómo consigues ser tan valiente con un enemigo tan poderoso?».

La función transcurre sin concesiones y por ella circulan personajes fundamentales en la trama, si hemos leído la novela sabemos de quiénes hablo:  Parsons, Martin, Charrington, guardias, ancianos, el camarero de O’Brien… Cada uno de ellos, con su manera de hablar, de moverse, sus gestos y sus características únicas, están a cargo de José Luis Santar. La mayor parte de la crítica teatral ha alabado esta labor ingente que Santar resuelve de manera natural, fluida, prácticamente orgánica.

Y si dejo para el final a Luis Rallo es por cómo me impactó ver materializado en carne a O’Brien. Esa atracción irrefrenable que siente Winston Smith por la personalidad arrolladora de O’Brien existe en Luis Rallo. Su presencia provoca una contradicción permanente. Imponente, vil, atractivo, psicópata, devoto, cruel, paternalista…

Pues bien, esos son los ingredientes de 1984, obra cumbre de George Orwell, ahora en cuerpo teatral, dirigida y aderezada con el excelente gusto y elegancia de Carlos Martínez-Abarca y el entusiasmo de Javier Sánchez-Collado que junto a Carlos, de manera épica, han subido a las tablas la amenaza de un Gran Hermano y a la que intentas sustraerte, de manera automática, en la intimidad de un cuarto de baño.

 

La adaptación teatral de 1984 vuelve a Madrid en el mes de octubre, tras agotar las entradas en sus funciones de primavera. Puedes hacerte ya con tus entradas en este enlace.