El 8 de febrero nos dejó Jean Claude Carrière, nombre fundamental del cine europeo y guionista de películas de cineastas como Luis Buñuel, Louis Malle, Volker Schlöndorf, Milos Forman, Andrzej Wajda, Marco Ferreri, Nagisa Oshima, Jean-Luc Godard, Luis García Berlanga o Alain Corneau.

Carrière, con más de 150 trabajos como guionista, fue el firmante de guiones de películas tan libres como Belle de jour, La Vía Láctea, Juventud sin esperanza, Tamaño natural, El fantasma de la libertad o Ese oscuro objeto del deseo. También de films muy conocidos internacionalmente como La insoportable levedad del ser, Valmont, Cyrano de Bergerac o Jugando en los campos del Señor.

Jean Claude Carrière Premios Oscar

MI ÚLTIMO SUSPIRO

Jean Claude Carrière no solo creó para el cine buenos textos (él nunca les dio más importancia que la de una guía para llegar a buenas imágenes, como la crisálida para una mariposa), también fue autor de buenos libros de cine. El mejor es el maravilloso Mi último suspiro, las memorias de Luis Buñuel escritas junto al cineasta aragonés. En él, entre otros pasajes fabulosos para cualquier cinéfilo, reflexionaba así sobre la aceptación de la crítica: “Un día llevé a Buñuel los artículos de prensa referentes a una de nuestras películas. Los cogió y los leyó. “Por primera vez en mi vida, todas las criticas me son favorables, mala señal”, me dijo. Por suerte, semanas más tarde el crítico del Newsweek la destrozó y Luis volvió a sonreír”.

Otras de sus obras literarias son la secuela de Mi último suspiro (titulado Buñuel despierta) y The End. Prácticas de guión cinematográfico, un libro escrito junto a Pascal Bonitzer y muy alabado y leído. La razón es sencilla: en él Carrière va al grano, no se anda con pedanterías y rodeos (solo son 150 páginas) y es más práctico y valioso que las voluminosas obras de gurús del guión como el famoso Robert McKee.

Carrière fue un escritor muy prolijo además de ser “la sombra de Buñuel”, sambenito que aceptó sin problemas. También es autor de muchos ensayos, entre ellos La película que no se ve, Fragilidad , Para matar el recuerdo, Las palabras y la cosa, El fin de los tiempos, Diccionario del amante de la India y La fuerza del budismo. En ficción destacan su novela Lézard y la novelización de los guiones de películas como Mi tío, Las vacaciones de Monsieur Hulot, Los fantasmas de Goya o ¡Viva María!.

Y hay más: su teatro. L’aide-mémoire, obra para Delphine Seyrig, y La controversia de Valladolid, sobre la herencia colonial. También se le recuerda por el Festival de Aviñón del 85 y Mahabharata, libreto para el director teatral y gran amigo Peter Brook. La obra dura nada menos que nueve horas y está basada en un tema que a Carrière le fascinaba: la mitología hindú. También le encantaba el yoga, que practicó hasta pocos años antes de morir.

 

LOS CHICOS DE LA FOTO

Conocí a Carrière en el rodaje del cortometraje documental Los chicos de la foto (2014), que produje y dirigí junto a Juan José Aparicio. El documental hablaba de la famosa foto, en homenaje a Luis Buñuel, en la que Carrière posó junto a George Cukor, Alfred Hitchcock, Robert Mulligan, Billy Wilder, William Wyler, Robert Wise, George Stevens, Rouben Mamoulian, el productor Serge Silberman y Rafael Buñuel, hijo del invitado de honor. Por indisposición, John Ford, que también debería haber estado en esa legendaria foto, abandonó antes de tiempo la mansión de Cukor, que es donde el fotógrafo Marv Newton sacó la instantánea.

Los chicos de la foto

El documental Los chicos ce la foto, que podéis ver en este mismo artículo, fue un trabajo de trinchera, sin respaldo económico. Low cost, como se suele decir. Sin ayuda de productora alguna, y mucho menos financiación pública, nos pagamos el equipo, los viajes y los baratos hoteles y acabamos publicando el resultado en internet y de forma totalmente gratuita.

Sabíamos bien que sin Carrière el documental era impensable. Rafael Buñuel, el otro superviviente de la foto, vivía en Los Ángeles y para nosotros no era factible viajar hasta allí. No éramos dos niños de papa, sino dos currantes. Así, conseguimos el mail de Carrière y contestó muy amablemente. Durante meses le informamos del transcurso del proyecto y pocos días antes de verlo en persona, en su casa en París, nos dijo por teléfono: “Os doy quince minutos, no tengo más que decir sobre el tema”. Nos quedamos muy jodidos, no nos compensaba ir hasta allí para tener tan poco tiempo con él. Chafados, le escribimos un último mail explicando, de forma pormenorizada, nuestras intenciones y la necesidad de contar con mucho más tiempo para su entrevista.

Jean Claude Carrière

Respondió amable y escuetamente. Nos tuvimos que conformar con un “Vale, veniros a casa y vemos”. De camino a París se nos ocurrió que, siendo Carrière un confeso bebedor de vino, podríamos regalarle una buena botella. De hecho, la larga relación de Carrière con Buñuel (se llevaban 30 años) es impensable sin el vino. Lo primero que le preguntó el genio de Calanda fue: “¿Le gusta el vino?”. Y le contestó: “Por supuesto, vengo de una familia de viticultores”. Era cierto, Carrière era de un pueblo entre Montpellier y Toulouse y creció en una casa de austeros viticultores. Los ojos de Buñuel se iluminaron y supo que sus conversaciones iban a ser interesantes. Quizás hasta hablasen de cine en ellas.

Tras repasar el cuestionario de la entrevista en el tren a París y solo media hora antes de la cita, a dos calles de su casa, descubrimos que nos faltaba un cable del equipo de sonido sin el cual la entrevista era imposible de realizar. Por fortuna, nuestro ayudante de realización, Israel Nava, solucionó todo en pocos minutos. Casi se me sale el corazón por la boca.

El recibimiento de Carrière, en un palacete escondido en el famoso barrio de Pigalle, fue impecable, amable y hospitalario. Su casa era una maravilla, llena de recuerdos, libros y una bodega acristalada y aislada para mantener la temperatura ideal de los caldos. También tenía la librería acristalada. Carrière escribía en la planta baja de su casa, con una bodega enfrente de su preciosa y vieja mesa de trabajo y con su biblioteca detrás. Daba gusto ver ese envidiable y perfecto espacio para la escritura y la lectura. Un sueño.

Jean Claude Carrière en su estudio

Cerca de aquella mesa de trabajo, en esa amplia estancia, Carrière también tenía una cinta de andar. Con la biblioteca y el ordenador cuidaba la mente, con el vino el alma y con la cinta el físico. Menudo planazo. He leído, por cierto, que tenía el Oscar que le entregaron en 2014 escondido en un armario en la parte de arriba de la casa. Carrière agradecía la celebridad, pero, como a Buñuel, le importaba poca cosa.

La grabación fue como la seda, se encontró muy cómodo en ella y recordó, de manera meticulosa, cada detalle de aquel encuentro histórico entre gigantes del cine en la mansión de George Cukor. Carrière nos dio todo lo que le pedíamos y más. Nos recordó, de forma muy graciosa, cómo el pobre Hitchock estaba a dieta y mirada con envidia a los demás, bebiendo sin tapujo sus copas de alcohol. También su fascinación por la pierna ortopédica de Catherine Deneuve en Tristana.

Además, Carrière rememoró con nostalgia a aquel viejo John Ford, socorrido por un fornido ayudante negro y que tuvo que abandonar la reunión por su muy deteriorador estado de salud. También que al hacerse la foto dejaron un hueco para él, para el fantasma de John Ford.

Y nos dio el final del documental sabiendo perfectamente que nos lo estaba dando. Cuando le preguntamos qué quedaba de aquella legendaria foto de cineastas irrepetibles, Carrière la cogió (la tenía colgada en la pared de su despacho) y dijo: “Ahora los de la foto solo son… sombras”. Hoy él también es una de esas sombras, como lo son Diego Galán y Juan Luis Buñuel, entrevistados en Los chicos de la foto.

Poco antes de acabar aquella grabación, Carrière nos pidió unos minutos de receso, cogió su móvil y buscó un número en su libreta de papel. “Voy a llamar a Milos Forman, está en la ciudad y viene a casa a cenar”. Hoy el director de Alguien voló sobre el nido del cuco también es una sombra, pero esa noche, y así nos lo prometió Carrière, los dos cineastas brindaron en París con nuestra botella de Ribera del Duero.