El Rezador es una película dirigida por Tito Jara que se estrena en salas el próximo 8 de abril. En Más de Cultura hemos hablado con el director, Tito Jara, sobre la fe, la manipulación y la corrupción. Descubrimos que la historia de El Rezador está relacionada con unas vivencias del propio director del filme y que el protagonista, Antanacio, es más real de lo que pensábamos.
El Rezador retrata la historia de un cínico estafador utiliza a una niña que, según dicen, tiene visiones de la Virgen María y a la que muchos consideran milagrosa, para su beneficio económico. Junto a los padres de la “Bendecida”, generarán un negocio tan grande y lucrativo que inevitablemente se les escapará de las manos. Historia de intriga y fanatismo, en una ciudad en la que la fe profesa se mezcla bien con la corrupción y el fraude.
El próximo 8 de abril tu película El Rezador, se estrena en cines en España ¿Cómo te sientes ante el estreno fuera de Ecuador?
Me gusta mucho la idea. La película no se ha estrenado aún en Ecuador y España sería el primer espacio de salas comerciales donde El Rezador vea luz. Para mí el cine es un espacio de encuentro y la posibilidad de comunicación entre distintos entendimientos y culturas. Me emociona el saber que podemos contar una historia que más allá de su contexto cultural, pueda plantear ideas y reflexiones comunes a cualquier público.
¿De dónde nace la idea de la película?
Existen muchos elementos en la génesis de esta historia que puedo rastrear hasta mi adolescencia. Ahora soy consciente que tengo muchas ideas y vivencias que dan vueltas en mi cabeza por mucho tiempo y en algún momento se convierten en insumos que me permiten contar una historia. Sin embargo, existen dos momentos fundamentales para El Rezador: el primero es una misa de cuerpo presente en un funeral a la que asistí y en la que algo no cuadraba totalmente en el cura que la oficiaba. Cuando pregunté por él a los familiares del difunto y cuando ellos hicieron lo mismo con los administradores de la funeraria, nos dijeron que si no lo habíamos llamado nosotros, era un estafador que se hacía pasar por sacerdote cada tanto para robarse la limosna.
Por años pensé en él y con el tiempo le puse un nombre a su actividad, era un rezador y se llamaba Antanacio Di Felice. Me preguntaba qué pasaría si a un tipo tan amoral y cínico, pero de cierta inteligencia, le ofrecía la posibilidad de crear un negocio mucho más grande. Encontré esa oportunidad en la prensa local cuando Gema, una niña milagrosa de una pequeña población de la costa ecuatoriana, atraía a miles de creyentes diariamente. Aunque la familia de la niña no cobraba nada por verla y por sus milagros, la policía estimaba que ganaban alrededor de catorce mil dólares diarios. Entonces fue claro para mí, Antanacio, Gema y su familia tendrían una historia común y se llamaría El Rezador.
En la película invitas a reflexionar sobre la fe. ¿Crees que nos puede llegar a cegar a veces?
O siempre, porque la fe no es un espacio racional, sino emocional y eso es parte de nuestra humanidad. Yo reflexiono justamente sobre su necesidad y cómo puede ser un espacio de manipulación para la corrupción y la estafa.
La película toca temas como la fe, la desesperación, el sacrificio, la corrupción, ¿con qué mensaje te gustaría que se quedase el público que vea El Rezador?
Con aquel que quieran encontrar y asumir. No creo en la creación artística que clarifica temas y emite respuestas, peor aún mensajes. Espero que El Rezador genere preguntas y sobre ellas existan diálogos.
¿Cómo fue el proceso de casting?
Por una parte, no tan complejo como hubiese sido un casting completamente abierto. Usé otras películas ecuatorianas y traté de visualizar actores que me gustaban en otro espacio y contexto. Tuve pocas dudas sobre lo bien que podría funcionar la dinámica entre Andrés Crespo y Carlos Valencia (los dos grandes y muy queridos actores ecuatorianos). El caso de Emilia Ceballos fue más tradicional; encontré en ella el reflejo de una fuerza interna que el personaje de Nela necesitaba y por supuesto, un talento innegable.
La situación más compleja fue la de la niña milagrosa Gema. Cuando el autor de los “arts concepts” realizaba las ilustraciones que me servirían para definir la estética de la película, me preguntó que rostro quería que le ponga a la niña, la única referencia que tuve a mano fue una foto de mi hija que tenía más o menos la misma edad que el personaje. Seguramente Gema empezó a verse así en mi cabeza, no lo puedo negar. Sin embargo, cuando el casting para ese personaje se abrió, le pregunté a Renata si quería hacerlo y le pedí al director de casting que trabajara con ella como con cualquier otra niña que se presentase. Trato de ser lo más objetivo posible: lo hizo mejor que el resto.
¿Cuál ha sido la escena que más has disfrutado rodando de la película?
Sobre todo, aquellas que por limitaciones de presupuesto suponían complicaciones que hacían dudar a muchos de ser realizables (pero el hacer cine es también un acto de fe que va más allá de la razón). Disfruté mucho, sin dejar de preocuparme, sobre todo por la seguridad del actor, la escena del hombre crucificado que ahora es parte del inicio de la película.
¿Nos puedes contar alguna anécdota del rodaje?
Creo que lo más anecdótico puede ser que, sumergidos como estábamos en la grabación de la película, no éramos realmente conscientes del peligro de la pandemia que se avecinaba sobre nosotros y el mundo. La película se terminó de rodar apenas unos días antes de declararse la cuarentena de la COVID19 en el Ecuador. El personal extranjero de España y Colombia apenas pudo salir del país. De hecho, el director de fotografía español Carlos de Miguel, salió en el último vuelo posible hacia España, antes del cierre total del aeropuerto.
¿Próximos proyectos?
Acabamos hace pocos días el rodaje de El Niño Probeta, película de Carolina Hernández que produzco, y espero grabar a finales de este año Romanticismo y Fracaso de Ana Cristina Franco, una comedia con un guion que disfruto mucho. Mientras, reescribo un guion muy personal y a la vez fantástico que nombré hace ya algunos unos años Epicentro.
La revista se llama Más de Cultura y nos gusta acabar las entrevistas preguntando, ¿más de cultura y menos de qué?
Más de Cultura y menos corrupción.
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