¿Porque eligió Welles esta obra maestra y no otra para su curso intensivo de cine? Quizás porque sigue siendo el mejor western de todos los tiempos, porque es una gran lección de cine y de humanidad o porque con muy pocos elementos y personajes John Ford logró una metáfora universal sobre el prejuicio.
Vamos por partes. Cuando RKO contrató a Orson Welles para debutar en el cine lo hizo tratándolo como a un niño mimado. Venía de aparecer en las portadas de todos los diarios del país por liarla con su adaptación radiofónica de la novela La guerra de los mundos. No avisó a los oyentes de que se trataba de una dramatización y los pobres americanos pensaron que estaban siendo invadidos por extraterrestres.
Pero en vez de detenerlo y meterle un buen paquete, Welles fue tratado como una estrella en RKO y tras un duras negociaciones, consiguieron que empezase a preparar la producción de El corazón de las tinieblas, proyecto cancelado por sus elevado coste. Y ahí es donde entra Ciudadano Kane, su debut en el cine sin tener demasiada idea de lo que era (había rodado tres cortos y un extraño largo). Por eso, y para remediar sus carencias como cineasta, Welles se juntó con los mejores. Aquel dream team lo formaron Herman J. Mankiewicz en el guión, George Schaefer en la producción, Gregg Toland en la fotografía, Van Nest Polglase en los decorados, Robert Wise en el montaje y Bernard Herrmann en la banda sonora.
Y antes de empezarlo todo, Welles pidió Schaefer que le consiguiera una sala de proyección en la RKO y una copia de La diligencia, que vio nada menos que 40 veces para entender el ritmo, la puesta en escena, los movimientos de cámara, la fotografía, el montaje, el sonido, la música… todo el cine de Ford tan bien resumido está en esa obra maestra estrenada en 1939 y que este año cumple 80 años.
Rodada en Monument Valley (Utah) y con un coste de medio millón de dólares de la época, La diligencia fue nominada en 1940 (año de producción de Ciudadano Kane) a 7 Oscar: mejor película, director, fotografía en blanco y negro, dirección artística, montaje, actor secundario y música. Ganó los dos últimos (el actor Thomas Mitchell y los músicos Richard Hageman, W. Franke Harling, John Leipold y Leo Shuken). El gran Mitchell, por cierto, no probó una copa de alcohol durante dos años tras interpretar al médico borracho Josiah Boone. Además, la única ocasión en la que Ford fue nominado al Oscar al Mejor Director pero no lo ganó fue con La diligencia.
El monumental guión de La diligencia, de Duldley Nichols (y con ayuda del grandísimo Ben Hecht), está ambientado en junio de 1880 e inspirado en el relato Bola de sebo, cuento Guy de Maupassant y que se desarrolla durante la ocupación de Francia en la guerra franco-prusiana de1870. En aquel fascinante relato, una prostituta conocida como “Bola de sebo” comparte diligencia con pasajeros de clase pudiente que la prejuzgan, pero la diligencia debe parar en una posada, donde un oficial prusiano impide seguir el trayecto a no ser que “Bola de sebo” acepte pasar una noche con él. Pero ella se niega, y es cuando las distinguidas damas no entienden su rechazo y hasta los caballeros tratan de convencerla para que ejerza su oficio. Finalmente ella acepta y se mete en la cama con el militar.
Hollywood no estaba preparado para tan moderno y descarado argumento y en el guión se mantuvo la prostituta y el tema del relato (los prejuicios y la doble moral), pero nada de acostarse con oficial alguno. En La diligencia de Ford viajan un perseguido (John Wayne, aunque el productor pensó en Gary Cooper, Errol Flynn y Joel McCrea), una prostituta (Ford quería a Katharine Hepburn pero acabó interpretándolo Claire Trevor), un banquero (Berton Churchill), un pendenciero jugador (John Carradine), un médico borracho (el citado Mitchell), la mujer embarazada de un militar (Louise Platt) y un comerciante de licores (Donald Meek).
Es curioso que todavía hoy algunos tilden a John Ford de director conservador, machista y reaccionario (así me lo recordó indignado Carlos Pumares en en el rodaje del documental Los chicos de la foto) cuando La diligencia es una de las películas más modernas y progresistas que se han rodado en Hollywood jamás. Y estas son las principales evidencias:
La diligencia, anticapitalista
El villano de La diligencia no es Gerónimo, jefe indio al que temen los conductores y pasajeros del vehículo que da título a la película. El banquero Elsworth Henry Gatewood es verdadero villano de la función. La película arranca con una de sus sentencias liberales (“América para los americanos”, “el Gobierno no debe interferir en los negocios”, “lo que es bueno para los bancos es bueno para el país”) mientras Ford lo capta en un nada disimulado primer plano en el que reafirma su gesto abyecto y malencarado. Estamos hablando de un personaje despreciable que proclama, hace nada menos que 80 años, que lo que necesita América es un hombre de negocios en la Casa Blanca. Un Donald Trump.
El banquero Gatewood, que al final de la película es detenido, es racista (tanto ante indios como mexicanos), clasista, machista y cobarde. En uno de sus arrebatos de indignación ante unos militares que no quieren escoltarlo, un soldado le tiene que aclarar que él no acata órdenes de un banquero sino de sus superiores. Y es que el banquero es un gran patriota… que roba a sus clientes, a su propio banco. Igual que nuestros banqueros o gobernantes de pulserita patriota y cuenta en Suiza. “Hay cosas peores que los apaches”, dice la prostituta Dallas al ver que la Liga de la Decencia la obligan a abandonar su pueblo. Lo mismo podemos decir de Gatewood.
La diligencia, anticlasista
El guión de Nichols no solo pone el foco en el capital y el falso patriota interesado, también en las clases sociales y en el clasismo que ya afectaba a una sociedad tan primeriza como la norteamericana. En La diligencia aparece la figura del señorito y la señorita del sur, que vuelve a salir en otros westerns fordianos. Aquí el señorito (Hatfield) es otro ser abyecto que desprecia a la prostituta (Dallas) frente a la dama del sur (Lucy Mallory), se dedica a jugar en timbas y es de gatillo fácil. Vamos, que es un asesino. Y además es un sádico, su inhumano rostro al disparar a los indios lo delata y Ford lo refleja a la perfección. Su rostro en los primeros planos es tan despreciable como el del banquero. Hatfield disfruta matando.
Hay dos momentos en lo que se subraya los despreciable que es este personaje. En el primero ofrece agua a Lucy (falsa estirada que se deja seducir por él sin disimulo) y lo hace en un vaso de plata. Pero cuando John Wayne (que interpretó a Ringo por el salario más bajo del reparto) le sugiere que haga lo mismo con Dallas, él rechaza a la prostituta. En el segundo hace todo lo posible para que Lucy no tenga que compartir mesa con Dallas.
La diligencia, antiracista
Como en tantas películas de Ford, otras razas como la india, la mexicana o la mestiza se presentan sin problema y prejuicio alguno. Para empezar, en La diligencia no hay grotescos blancos maquillados interpretando a indios, sino indios de verdad. De hecho, son indios navajos de la zona que hicieron de apaches. Por algo los navajos bautizaron a John Ford en una respetuosa y rigurosa ceremonia y lo llamaron Natani Nez (líder alto). Casi nada.
Y lo que hace Nichols con los que no son blancos es usar con ellos el tan necesario recurso del humor. Cuando Peacock, el comercial de güisquis, grita al ver una india “¡Una salvaje!”, su pareja, un mexicano, le responde: “Sí que es salvaje, sí”. También el orondo conductor de la diligencia, Buck, tiene que dar de comer a un montón de críos que ha tenido con una mexicana que lo tiene firme.
La diligencia, antisocial
Lo más maravilloso de La diligencia es su final. Tras ser testigos de la vileza humana en el viaje, tras constatar cómo se comporta un banquero corrupto, una estirada dama, un truhan asesino y un asustadizo y bufo comercial, Dallas y Ringo, la puta y el convicto, los dos personales antisociales, huyen. Y lo hacen al rancho de Ringo para perderse, estar juntos y no volver jamás a la llamada “civilización”. Magistral final.
A pesar del prejuicio bobalicón, el cine de Ford (y en este caso gracias al inmenso guión de Nichols) es un cine moderno para su época y para nuestros días. La tremenda modernidad y vigencia de este guión es y será siempre digno de estudio en artículos, ensayos o escuelas de cine.
Por algo cuando a Orson Welles, uno de los más modernos cineastas norteamericanos, le preguntaron por sus tres directores de cine favoritos respondió: “John Ford, John Ford y John Ford”.
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