Cada generación ha tenido su trauma en un cine o en casa. Hay películas que siguen dejando tocados a millones de niños con el transcurso de los años y las modas. En este repaso recopilamos momentos que son recordados por infinidad de espectadores que una vez fueron niños y lo pasaron realmente mal con ellos.
Pinocho (1940): tuvo que cuadruplicar su presupuesto inicial pero es uno de los mayores éxitos de Disney. Para el recuerdo, y pesadilla nocturna, ese niño de madera convertido en burro en una escena terrorífica. Y todo sin olvidar la tremenda escena de la ballena.
Fantasía (1940): ambicioso, costosísimo y poco rentable proyecto personal de Walt Disney en el que los niños asisten a una aterradora versión de Noche en el monte pelado, de Mussorgsky. Para dibujar a Chernabog, el demonio que lleva el nombre del dios del mal en la mitología eslava, sirvió como modelo de acción real el mismísimo Bela Lugosi. Fantasía es, por cierto, la película animada preferida del más aventajado de los seguidores de Disney: Steven Spielberg.
Dumbo (1941): si no te conmueves viendo a la madre de Dumbo, encerrada por el hombre, acunar a su hijo con la trompa mientras canta “Hijo del corazón, deja ya de llorar”, tienes un problema. Tim Burton volvió a repetir la escena pero sin la sensibilidad de la original en un innecesario remake.
Bambi (1942): “Llegamos, ya no hay peligro. Ma… ¿Mami? ¡Mami! Mamita, ¿dónde estás?”. El cervatillo no encuentra a su madre, abatida por un disparo. Su padre le dice que se la han llevado los hombres y no regresará jamás. Y todo bajo una intensa nevada y con la música de Franck Churchill y Edward H Plumb de fondo. Tan magistral como tristísimo. Curiosidad: cuando Walt Disney aparecía por el pasillo para vigilar a sus empleados, se avisaban entre ellos con una frase de la película: “¡Man in the forest!” (“Hombre en el bosque”, sinónimo de peligro).
El cebo (1958): una niña aparece asesinada y la única pista es un dibujo de la pequeña. Un obsesivo policía pone a otra niña como cebo. Obra maestra con un malo gigantón (Gert Fröbe, el famoso Goldfinger de la saga Bond) para el recuerdo, igual que sus marionetas y sus golosinas. En el año 2001 Sean Penn dirigió un remake (El juramento) con Jack Nicholson que fue muy inferior al film original.
Un mundo de fantasía (1971): su título original es Willy Wonka & the Chocolate Factory y tuvo un gran impacto en los niños nacidos en los setenta por su crueldad, con esos críos repelentes siendo castigados y de los que no sabes más. Basada en una novela de Roald Dahl, habla de forma cruda de la importancia de la suerte en la vida, de la codicia y de lo demencial que es el capitalismo y el consumismo. Como en el caso de Dumbo, Tim Burton también hizo un olvidable remake.
El exorcista (1973): no es precisamente una película para niños, pero todos los niños la queríamos ver porque era, posiblemente, la película más terrorífica jamás filmada. Si no lo es, se acerca mucho. Que la protagonista fuese una inocente niña también hizo mucho, al igual que sus frases obscenas y su vomitona verde, que en realidad era puré de guisantes.
Tiburón (1975): tampoco es una película para niños, pero todo infante la acaba viendo por morbo y porque una película que se titula así no se puede ignorar (su título original es mucho mejor: Mandíbulas). Tras ver Tiburón, ya fuese en un cine, en vídeo o en la tele, volver a bañarse en el mar no volvió a ser lo mismo.
Viernes 13 (1980): reformulación de Halloween (1978) como Pesadilla en Elm Street (1984) es una reformulación de esta película y también lo es Scream (1996). La fórmula de jovencitos perseguidos por psicópata desfigurado o enmascarado es inagotable. ¿El trauma para millones de espectadores? Como el de Carrie: el tremendo susto final.
E.T. (1982): otro gran Spielberg, que aprendió de su maestro Disney que el dolor en pequeñas dosis hace que las películas infantiles sean más auténticas. El de E.T. (la “muerte” del extraterrestre y su despedida al final) quizás sea el trauma más bestia para los que hoy somos cuarentones y la vimos en una sala cine. Cuando el entrañable alienígena de ojos azules montaba en su nave, llegaban las lágrimas a cubos. Al encenderse las luces de las atestadas salas que proyectaban la película (las colas para entrar fueron legendarias), los niños lloraban destrozados y los padres se secaban las lágrimas, disimulando como podían.
Poltergeist (1982): producida y escrita por Spielberg (y también rodada, porque despidió a Tobe Hooper para ponerse detrás de la cámara), nadie quedó indiferente ante el rapto de la pobre Carol Anne. Otro gran éxito del productor de Los Goonies y Regreso al futuro: costó 10 millones de dólares y recaudó 77 millones solo en salas.
El carnaval de las tinieblas (1983): a principios del XX llega, a una pequeña ciudad americana, una misteriosa compañía de cómicos, pero dos niños descubrirán su oscuro y terrible secreto. Auténtica rareza basada en una novela de Ray Bradbury y que llegó a adaptar Stephen King, pero su guión fue rechazado por Disney. Muchos pensaron que iban a ver una típica película de la compañía de cine infantil, pero nada más lejos.
Gremlins (1984): producción también de Spielberg, con otra familia ideal ataca por fuerzas sobrenaturales y un nuevo final para el recuerdo: Gizmo debe marcharse porque los humanos son unos seres irresponsables de los que no te puedes fiar nunca. La chica de la peli, Phoebe Cates, odia la navidad porque en esas fechas su padre, que quería sorprender a la familia entrando por la chimenea vestido de papá Noel, se quedó atascado en ella y murió. La cara del pobre Gizmo al escuchar su aterrador relato es de puro pavor. Eso sí que era un señor trauma.
Pesadilla en Elm Street (1984): película (y saga) que obsesionó a millones de niños y adolescentes en los ochenta. Su tonadilla inicial (esos niños jugando y cantando “Un, dos, tres, Freddy va a por ti”) está fusilada de otra película: M, el vampiro de Düsseldorf, la obra maestra de Fritz Lang sobre un depredador de niños. El asesino, quemado por padres vengativos y que resucita en los sueños de sus jóvenes protagonistas, fue interpretado por Robert Englund, que venía de hacer de alienígena bueno en la serie V.
La historia interminable (1984): basada en una novela de Michael Ende que estabas obligado a leer (por eso muchos le cogimos bastante asco), siempre será recordada por el final del pobre Ártax, fiel caballo de Atreyu que muere en los Pantanos de la Tristeza. La muerte de Ártax se une a otros animales que provocaron lágrimas en las salas de cine como el león Mufasa en El rey león o la lechuza Hedwig en Harry Potter.
La maldición de las brujas (1990): film que traumatizó a los nacidos en la década de los ochenta y que también es una adaptación de un libro de Roald Dahl. En ella hay niños convertidos en ratones y mujeres que en realidad son brujas repugnantes. Los maquilladores de Anjelica Huston tardaban ocho horas para transformarla en La Gran Bruja, personaje que estuvo a punto de interpretar Cher. Roald Dahl, por cierto, odió el happy end de la película.
Mi chica (1991): la película, también impactante para los niños nacidos en los ochenta, plantea la muerte de forma muy natural y en la que el pobre Macaulay Culkin la palma por culpa de unas abejas. Para su personaje los productores también pensaron en Elijah Wood. Tres años después rodaron juntos El buen hijo, en la que Culkin hacía de niño psicópata.
Toy Stoty 3 (2010): en el final de esta magistral película Andy mira a la pequeña Boonie, que va a heredar sus juguetes. Y descubre que ella también sabe jugar, imaginar, que es parecida a él cuando era niño. Pero durante unos segundos se niega a darle a Woody el vaquero, lo último que le queda de su infancia. Finalmente descubre que no hace falta que Woody viaje con él a la universidad porque estará siempre dentro de él. En su cabeza. Es la misma idea del final de E.T.. Porque Toy Story 3 va, como la película de Spielberg, sobre el fin de la infancia. El trauma por excelencia.
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