El modo de vida occidental nos lleva, generalmente, a vincular las gambas a la gastronomía. Rosadas, compactas y algo combadas, las imaginamos cocidas, a la plancha o incluso, a la gabardina.
Pero si el contexto es oriental y además hablamos de pintura tradicional coreana, la gamba adquiere una nueva dimensión. Grácil, sinuosa y delicada, esta especie decápoda -diez patas-, es una de las elegidas para adquirir la complicada técnica de pintar «en coreano».
Imbuido por el budismo, el modo tradicional de pintar en Corea está muy vinculado a toda una filosofía en la que la naturaleza, la simbología y lo espiritual van de la mano en todos sus aspectos: la técnica, los materiales, los temas elegidos y la composición de la obra.
Así, los pinceles se exigen de pelo natural de animal; el papel está realizado de manera artesanal a partir de una técnica complicadísima, por no hablar de las tintas. La negra, por ejemplo, es el resultado de mezclar carbón (de unos árboles concretos) con colágeno, producto de hervir piel o cuernos de ciertos animales. Eso sí, esto hace que la tinta sea indeleble y la obra eterna, por los siglos de los siglos…
Una vez conseguidos los materiales, comienza la técnica. El pincel no se utiliza de cualquier manera. Índice y corazón quedan superpuestos al pincel, anular y meñique por debajo y el pulgar sujeta y dirige.
Colocada la mano, ahí es nada…, ya sólo queda comenzar a pintar. En la pintura coreana no se admiten correcciones, ni uniones de líneas. Esto quiere decir que, básicamente, de pocas pinceladas fluidas y precisas surge la gamba… No vale titubear.
Por otro lado, también fundamental, este tipo de pintura exige dejar un importante espacio en blanco. La gamba debe representarse en un espacio no saturado. ¿Por qué? Porque el objetivo de esta pintura es llevar a la tranquilidad mental, tanto para el que la realiza como el que la contempla. El espacio en blanco, dicen los maestros de esta pintura, permite adentrarse en un viaje interior donde la imaginación de cada uno permite completar la obra, en este caso la gamba, de manera personal, casi litúrgica…
La pintura coreana tiene una tradición milenaria y los elementos básicos representados son cuatro, lo que denominan Sagunya= «Los cuatro caballeros»: el bambú, las flores del ciruelo, la orquídea y el crisantemo. Todos con su simbología, su correspondencia con un estado del espíritu e incluso su vinculación con cada estación del año.
Pero…¿y la gamba y su simbología? A esto no le puedo dar respuesta. Lo cierto es que mi amigo Javier, que se está iniciando en este tipo de pintura, lleva unas semanas pintando gambas. De manera fluida, precisa, lo cual parece que se corresponde con un espíritu en buenas condiciones. Dejando el espacio en blanco requerido y manteniendo la mano y el pincel en su posición correcta.
Él dice que su profesora coreana les propone pintar gambas como práctica para llegar a representar elementos más elevados…y a mí me parece que donde esté una gamba que se quite lo demás. Y no hablo de lo gastronómico, o sí…
Prácticamente todo lo que aquí se comenta yo lo conozco bien, pero como parte de la pintura tradicional china y el sumi-e japonés, a los que soy muy aficionado. Pero obviamente todo está muy relacionado, claro.
De los mucho libros sobre el tema que tengo, hay uno que me encanta y me hace mucha gracia. Supuestamente es un manual de sumi-e. Empieza hablando de «los cuatro tesoros» (el papel, la tinta, la piedra de tinta y el pincel); luego habla de la relación con la naturaleza, de la necesidad de inspirarse pero no en la literalidad de la imagen, sino en el sentimiento que produce; luego dedica un buen espacio a comentar cómo se deben colocar los distintos elementos antes de empezar a pintar, y cómo tiene que ser el ambiente, la luz, el sonido, etc., y su relación con las estaciones del año. Luego habla del estado de ánimo a la hora de pintar, de cómo conviene hacer meditación antes de empezar, o al menos limpiar la mente de todos los pensamientos que puedan interferir en la pintura. A todo esto, ya has llegado a la última página del libro y simplemente dice algo así como «y después de todo esto… ¡pinta!». Ni una sola palabra sobre cómo o qué pintar.
Todavía no estoy seguro de si es una gigantesca tomadura de pelo para embaucar incautos, o una valiosísima y genial lección sobre el arte y la vida.