El apartamento ganó su merecidísimo Oscar al Mejor guión original en 1961, sus competidores fueron Amargo silencio, Nunca en domingo, Los hechos de la vida e Iroshima, mon amour. Cuando Billy Wilder e I. A. L. Diamond fueron a recoger el Oscar solo dijeron: “Gracias, I. A. L Diamond” y “Gracias, Billy Wilder”. En comparación con las tabarras habituales de los premios de cine, aquel fue un sencillo y humilde agradecimiento de dos genios que conocían la importancia de un diálogo breve y que cogiera al espectador por sorpresa.
Todo cinéfilo conoce, o al menos debe conocer, a Billy Wilder, guionista y director de obras maestras de la talla de Días sin huella o El crepúsculo de los dioses, pero no tanto a Diamond, que se llamaba Itek Domnici (dejó Rumanía a los nueve años para recalar en Brooklyn) aunque sus amigos lo llamaban Iz. De coña se decía que sus iniciales significaban “Interescolar Álgebra Liga”, premio que había ganado en el colegio. De hecho, el cerebrín de Iz ganó varias medallas en las Olimpiadas Matemáticas de su Estado, en 1936 y 1937.
En 1941 Diamond entró en la Universidad de Columbia, donde estudió periodismo, profesión que también ejerció Billy Wilder. Tras publicar, bajo el seudónimo I.A.L., en el Columbia Daily Spectator y ser editor de una revista de humor, se dirigió a Hollywood. Entre sus trabajos de esta época destacó puliendo los diálogos de Romanza en alta mar, de los creadores de Casablanca (guión de los hermanos Epstein y dirección de Michael Curtiz). Tras esta experiencia, Diamond trabajó en Memorias de un Don Juan, con Marilyn Monroe y en Me siento rejuvenecer, también con Marilyn además de Cary Grant y Ginger Rogers.
Muchos de sus escritos de esta época no fueron acreditados, Diamond se limitó a cobrar por sus aportaciones. Tras colaborar en unas cuantas películas de Paramount, se trasladó a las oficinas de Universal, estudio para el que trabajó, en 1944, en su primer guión acreditado: Asesinato en la habitación azul. Dos años después llegarían Two Guys from Milwaukee y Nunca te alejes de mí, las dos para Warner Brothes. Diamond también trabajó en la Fox de 1951 a 1955 hasta que decidió dejar de fichar para los estudios e independizarse.
En esta época Wilder seguía trabajando con el gran guionista Charles Brackett, con el que colaboró por primera vez en La octava mujer de barba azul, de Ernst Lubitsch. Después de años gloriosos como pareja en Paramount, se separaron tras estrenar la magistral El crepúsculo de los dioses. Y en todos los años que trabajaron juntos solo se separaron una vez, cuando Bracket se negó a escribir el guión de Perdición porque la novela en la que se basaba (de James M. Cain) le parecía sucia e inmoral. Entonces Wilder llamó al afamado novelista Raymond Chandler. Aquella breve y tensa relación fue un desastre, casi se matan.
En su blog, Eduardo Torres-Dulce recordó que la revista Life, en un número de diciembre de 1944, dedicó a Wilder y Bracket un reportaje titulado “La pareja más feliz de Hollywood”. Y es verdad que lo fueron, aunque eran muy diferentes. Bracket era un pijo de Saratoga Springs, hijo de abogado, de familia muy rica, culto, refinado y educado en la elitista Harvard Law School.
Según parece, Bracket, un tipo tremendamente conservador, tenía una doble vida. Su primera mujer, alcohólica, acabó internada y además se rumoreó que ocultaba su bisexualidad. Frente a la nobleza, el elitismo y el conservadurismo de Bracket, contrastaba un mujeriego, golfo y ordinario joven Wilder, curtido en el periodismo sensacionalista (del que hablaría en El gran carnaval y Primera plana) y hasta chico de compañía de damas con dinero, como William Holden en El crepúsculo de los dioses.
Nadie sabe por qué se rompió esta primera pareja creativa de Wilder, pero lo cierto es que el director hizo público su divorcio de forma gélida, con una nota de prensa publicada el 5 de noviembre de 1948. Y aunque años más tarde Bracket firmó los guiones de Niágara, El hundimiento del Titanic y Viaje al centro de la tierra, quedó destruido, jamás superó la tristeza que le supuso la separación.
Billy Wilder, ya divorciado de Bracket, conoció a su nueva pareja de baile en una fiesta, entre gente de la industria. Concretamente del Sindicato de Guionistas. La primera película que escribieron juntos, en 1957, fue Ariane, con Gary Cooper y Audrey Hepburn. Le siguió Con faldas y a lo loco, comedia cuya frase final (el mítico “Nadie es perfecto”) solo era provisional pero no supieron encontrar ninguno mejor. Un año después firmarían su mejor guión y la película más redonda de Billy Wilder: El apartamento. De los años sesenta también son Uno, dos, tres, el accidentado musical Irma la dulce, la fallida Bésame, tonto y En bandeja de plata, nominada en los Oscar al mejor guión original y por la que Walter Matthau logró su único Oscar.
En los salvajes años setenta del Nuevo Hollywood, Wilder y Diamond ya eran dos viejas glorias, pero aun les quedaban por estrenar cinco películas más. Wilder se sentía ya bastante apartado, pero admiraba a Francis Ford Coppola (dijo que El padrino II es la mejor película americana de todos los tiempos), a Martin Scorsese y al George Lucas de American Graffiti. A todos ellos los llamó “los barbudos” en un mordaz diálogo de Fedora, su penúltima película.
De aquellos años setenta también son La vida privada de Sherlock Holmes, película que tuvo serios problemas en la sala de montaje, ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre? y la maravillosa Primera Plana. En 1981, año de En busca del arca perdida y Porky´s, Iz y Billy estrenaron su última película: Aquí un amigo, que resultó un fracaso de taquilla que dejó a Wilder hundido y resignado.
Lo curioso de estas comedias de Wilder y Diamond es que muchas de ellas estaban protagonizadas por parejas de buenos amigos que se pasaban la vida discutiendo, como ellos. Es el caso de Joe y Jerry en Con faldas y a lo loco, de Orville y Barney en Bésame tonto, de Harry y Willie en En bandeja de plata, de Hildy y Walter en Primera plana, de Holmes y Watson en La vida privada de Sherlock Holmes y de Victor y Trabucco en Aquí un amigo. Fue la viuda de Diamond, Barbara Ann Bentley, la que desveló que la escritura de estos personajes (algunos ya creados para el teatro, como los de Aquí un amigo o Primera plana) estaba claramente inspirada en la amistad de su marido con Wilder.
También es importante aclarar que la relación entre Wilder y Diamond, igual que la del director con Charles Brackett y Raymond Chandler, nunca fue la relación laboral entre un realizador y un guionista contratado para él, sino entre dos escritores. Como el propio Wilder confesó, él mismo comenzó su carrera como escritor y hasta su muerte se considero un escritor más que un director.
La forma de trabajar de Wilder y Diamond fue siempre la misma: se reunían a las 9:30 de la mañana y abrían su oficina como cualquier oficinista, como quien va a trabajar a una sucursal bancaria. En una de las paredes de aquella austera oficina colgaba un cartel que rezaba: “¿Cómo lo haría Lubitsch?”. Después fumaban, tomaban café, ojeaban el Hollywood Reporter y la Variety y se observaban o miraban a la pared. A Wilder le gustaba juguetear con una fusta y a veces no se quitaba el sombrero, le gustaba tenerlo puesto mientras estiraba sus tirantes. Muchas veces no pasaba absolutamente nada, a mediodía tomaban un trago y luego almorzaban relajadamente en algún restaurante de la zona.
Pero aquello no era algo idílico y digno de envidiar, en realidad era un trabajo monótono y duro. Lo confesó Wilder, que también dijo que “dirigir es un placer y escribir es un lastre. Dirigir puede ser difícil, pero es un placer porque tienes algo con lo que trabajar. Escribir es solo una página vacía. Empiezas sin nada, absolutamente nada, y por eso creo que los escritores están muy subestimados y muy mal pagados. Es totalmente imposible hacer una gran película de un guión pésimo. Sin embargo, es imposible que un director mediocre arruine un gran guión por completo”. Palabras para enmarcar.
Wilder y Diamond jamás trabajaron con un tratamiento (toda la trama resumida en unas cuantas páginas), pensaban y escribían la película sin ningún esquema inicial. Su ventaja era que se podían permitir ese lujo, no tenían que enseñar un tratamiento a un productor que los financiase. De hecho, Diamond fue también productor de ocho de las películas que hicieron juntos, desde Con faldas y a lo loco a Fedora. Comenzaban con la escena uno y sin acotaciones de cámara. Solo marcaban si la escena era “día” o “noche” para el director de fotografía, que generalmente simulaba el día o la noche en el estudio. La mayor parte de los rodajes de Con faldas y a lo loco, El Apartamento, Uno, dos, tres, Irma la dulce, Bésame, tonto, En bandeja de plata, La vida privada de Sherlock Holmes, Primera Plana y Aquí un amigo transcurrieron en un estudio.
Sobre posibles ideas de Diamond sobre cómo dirigir las películas que hicieron juntos, Wilder confesó, con su sorna habitual, que Diamond le daba muy buenas ideas de guión, pero nunca le dejó aparecer en los créditos de dirección. Y remató: “Él es un hombre muy elegante, no quiere acercarse tanto a los actores. Yo entro en la jaula y él se queda fuera”.
Sobre improvisar en el set de rodaje también dijo algo muy interesante: “El verdadero improvisador es el escritor. Para cuando hayas filmado una escena, puede que la haya escrito de quince maneras diferentes. Eso es obviamente mucho más económico que esperar hasta llegar al set con los electricistas para comenzar a improvisar. Entonces no puede mantener todas sus opciones abiertas”. Otra reflexión para enmarcar.
Wilder y Diamond pudieron hacer doce películas juntos. Y digo pudieron porque no todas fueron posibles, algunas se quedaron en un cajón. Diamond nos dejó en 1988 y Wilder en 2002. En su lápida no hizo mención a sus dotes como director y mandó escribir: “Soy escritor, pero claro, nadie es perfecto”. Diamond la hubiese firmado sin pestañear.
También para enmarcar el artículo.