Hace solo diez años, en España una serie como Vida perfecta era impensable. Para empezar por contar con un retrato femenino tan realista, honesto y actual. Para seguir por su valentía a la hora de usar un lenguaje directo y hasta vulgar y escenas de una genitalidad que se cargan todos los tabús con los que se sigue alimentando la televisión, sobre todo la generalista.
En esos subproductos de Telecinco o Antena 3, incluso de TVE, es impensable ver escenas tan naturales y libres como las rodadas en Vida Perfecta. En esta segunda temporada las chicas lo enseñan todo con total desparpajo, sobre todo Aixa Villagrán y la propia Leticia Dolera, creadora de la serie. Cuánto se agradecen esos desnudos sin complejo y, sobre todo, con un por qué.
En esta segunda temporada que, por desgracia, cierra la serie, las tres hermanas protagonistas se enfrentan a nuevos retos vitales y más viejos que la pana. Todos lo reconocemos. A saber: un matrimonio veterano y con hijos que ya no funciona, la dificultad de una relación en la que la diferencia de edad es palpable y la maternidad sin pareja, en soledad.
Es digno de celebrar que la serie creada por Leticia Dolera se aleje tanto de esa televisión sin alma y de cartón piedra a la que nos acostumbra la televisión convencional, de esos espantosos culebrones de sobremesa, de esos horrores de época o esas series de fantasía rodadas con tres euros.Gracias a esta serie los espectadores de las dos temporadas de Vida de perfecta podrán saber, en el futuro, cómo eran las vidas de las treintañeras españolas de principios de los viente. Cómo se relacionaban, disfrutaban del sexo, de sus relaciones de pareja, familiares… Y sin rancios sermones feministas. Lograr eso es mucho decir para cualquier guionista, actriz y directora.
Vida perfecta 2 es más oscura que la primera. Esta vez el personaje de Dolera es más sombrío, es una mujer al borde del colapso, que no está siendo la madre que debería ser con su bebé, que puede caer mal al espectador y acabar agotando. Pero es una apuesta valiente y honesta por parte de Dolera, un envite para el espectador que se compensa con el humor que aporta el vital personaje de Villagrán, con la ternura de personaje con discapacidad de Enric Auquer y con la bondad del personaje de Manuel Burque, también guionista de la serie.
No quiero olvidarme de Celia Freijeiro, una actriz maravillosa y muy atractiva que deberían rifarse en el cine español. Interpreta a la madre ideal, la abogada de familia pija que ya no soporta a su gris y melifluo marido y felizmente encoñada por un atractivo empotrador (Alejandro Tous) que le ha dejado la vida del revés. Tampoco del personaje de la psiquiatra, una estupenda Betsy Túrnez que aporta necesarias dosis de humor pero también es partícipe del drama con las desgarradoras confesiones de personaje de Dolera. Y es que cuando la serie se pone seria, Vida perfecta también es una buena serie, nunca chirría. Y lograr eso tampoco es nada fácil.
Esto no es Disney, ni una bonita comedia navideña y familiar de las del fin de semana en la 1 o Atresmedia. Aquí se habla de coños con toda naturalidad, como de tocarse cuando hace falta y de buscar polvos furtivos en las redes sociales. Aquí los modelos de familia tradicionales hacen aguas y naufragan, las madres de las protagonistas se divorcian o son abandonadas por sus maridos y dos lesbianas se casan en una luminosa boda country a pesar de su diferencia de edad. Aquí una madre soltera no es sinónimo de fracaso y estigma social, sino una neurótica urbanita como otra cualquiera.
Remata el buen conjunto la garbosa fotografía de Miquel Prohens y la banda sonora, con temas de Dover, Sofía Gabanna, Lahsa De Sela, Fangoria y Cecilia y su fabulosa canción Nada de nada.
Lo peor: que se ha acabado.
Lo mejor: Aixa Villagrán y sus episodios de media hora, que se disfrutan en un suspiro.
En resumen: Vida perfecta es una serie moderna, pero moderna de verdad, no de pega. Innovadora, original y fresca. Tras ganar el Ondas y el Fotogramas con la primera temporada, son muy merecidas sus dos nominaciones a los Feroz, los dos mismos premios que ganó el año pasado: mejor secundario (Enric Auquer) y mejor serie de comedia.
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