Les voy a contar una historia de miedo. Y no se apuren, es corta, incluso podría escribirse en un tweet, pero no sería lo mismo, y eso que entrar en las redes sociales a veces da verdadero pánico.
Es la historia de una niña que tuvo la mala suerte de criarse en una familia que le enseñó a amar los libros, y que entre otros terribles traumas, consiguió que jamás se pudiera dormir sin que le contaran un cuento.
Un padre torturador que la obligó a escuchar todo tipo de música en un tocadiscos setentero, y ahora es capaz de soltar la lágrima con la copla más triste, o el rap más bestia.
Una madre protectora, que se empeñó hasta el dolor en que su hija aprendiera idiomas, incluido el latín y el griego, y por eso todavía se siente una inútil por no saber francés, a pesar de haber logrado dominar más de 15 lenguajes de programación.
Una abuela extraña, amante de Frank Sinatra, que la llevó al cine siempre que lo pidió, hasta que eso se convirtió en un vicio que literalmente la ha dejado sin un duro más de una vez.
Y un abuelo salido del NODO, que se compraba el ABC sólo para copiar las caricaturas, y pintaba al óleo tan ensimismado que nunca se le ocurrió enseñarle, a pesar de lo mucho que lo deseaba.
Una familia que desde niña la llevó a recorrer el mundo, que le mostró lo que había más allá de sus fronteras infantiles, y que le enseñó lo pequeña que era verdaderamente.
Esa niña es hoy una adulta que a veces no entiende que la gente no lea pero se compren libros. Alguien que alucina con el éxito de los programas musicales, y que sin embargo los músicos tengan cada vez más difícil vivir de su trabajo. Una española que no entiende por qué el inglés es el idioma oficial para todo, si el español es la lengua más hablada. Una distribuidora cinematográfica a la que todos los días le dicen que el cine está acabado, y sin embargo no deja de comprobar como las salas se llenan cada fin de semana. Una viajera a la que no deja de sorprenderle las largas colas en los museos, y los pocos cuadros que se compran. Una persona que llora cada vez que la intolerancia se apodera del mundo, y más cuando es evidente que los intolerantes son siempre aquellos que jamás han dejado su pueblo.
Mi familia no es consciente, pero por su culpa mi vida no es sencilla, es una pesadilla de la que nunca voy a despertarme. Siempre necesitando un libro, siempre viendo películas, siempre escuchando música, siempre soñando con otro viaje imposible…¡el horror!. Una búsqueda incesante de talento, de emoción, de innovación, de provocación…de arte.
Y de eso va MDC: más de cultura y menos de todo lo demás.
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