“El Power Ranger rosa” es una novela de Christo Casas en la que asomarnos a la vida de un joven español que da tumbos por Berlín. Desde la primera pregunta de esta conversación, Christo nos habla con honestidad. Y cómo se agradece.
– Queremos comenzar este cuestionario con una pregunta sencilla, ¿qué tal estás?
Solemos contestar a estas preguntas con un convencionalismo. “Bien, gracias”, “ahí vamos”, “no me puedo quejar”. Sin embargo, creo que tiene mucho potencial político contestar con sinceridad. Veo a mi generación cansada. La precariedad, la pandemia, la soga siempre al cuello… son temas que deberíamos poder hablar con honestidad. Así que predicaré con el ejemplo: estoy exhausto.
– Sabemos que es complicado describirse, pero ¿quién es Christo Casas?
Un maricón de clase obrera que tuvo la suerte de poder colocar su discurso en un altavoz. Un discurso que no es ni representativo de toda la gente LGBTI ni de toda la gente obrera, pero que al menos describe alguna realidad diferente a las que el estrecho canon literario viene imponiéndonos hace décadas.
– “El Power Ranger rosa” es el título de tu novela, ¿qué podemos encontrar en ella?
Una historia sobre los ecos que hacemos unas generaciones en otras y qué puentes podemos tender entre ellas. Sobre el perdón, los cuidados, la incondicionalidad y el potencial que tiene la memoria. No para echar de menos un pasado mejor que nunca existió, sino para proyectarnos hacia futuros mejores que aprendan de los errores colectivos.
También, una comparativa entre gente que hereda casas, libros y empresas y gente que sólo hereda la rabia. Y cómo la rabia puede ser el combustible con el que desplazarnos a los futuros mejores que mencionaba.
“El Power Ranger rosa” y los puentes entre generaciones
– Si tuvieras que definir “El Power Ranger rosa”, ¿con qué tres palabras lo definirías?
Abuelas, tecno y precariedad.
– La voz y sabiduría de las abuelas está representada en la novela. ¿Crees que como sociedad estamos empezando a ser conscientes de la importancia de las abuelas en nuestras vidas?
Creo que en los momentos de precariedad e incerteza, cuando todo parece naufragar, echamos la vista atrás en busca de seguridad, de firmeza. Algunos afortunados, al mirar atrás, nos encontramos con nuestras abuelas mirándonos de vuelta. Y son los anhelos, los deseos, el trabajo y la miseria que vemos en sus miradas los que nos hacen poner en valor lo que tenemos. Pero, también, lo que podemos conseguir. Nuestras abuelas -las de la gente obrera- no sobrevivieron como quisieron, sino como pudieron o como les dejaron. Y hay mucho que aprender de ello.
– ¿En qué se parece el Christo Casas que iba al cole rural al que está contestando ahora a estas preguntas? ¿Y en qué se diferencia?
Sigo siendo ese niño al que hay que arrancarle el libro de las manos para que se acueste de una vez. Podía y puedo no dormir las horas necesarias porque estoy absorto en alguna novela o ensayo.
En cuanto a la diferencia, seguramente ahora sonrío menos. Soy menos idealista, menos optimista e inocente, pero eso es algo que a todas nos acontece con la edad ¿no? “Hacerse mayor es darse cuenta que las personas que queremos también son capaces de lo peor” o algo así digo en El power ranger rosa. Y no hay nada malo en ello, añadiría el Christo adulto.
– ¿Cómo te llega la inspiración? ¿Cómo es tu proceso creativo?
Me llega en ráfagas punzantes. De repente tengo una idea que me parece increíble y me la escribo a mí mismo en un mensaje del móvil o me envío un audio de Whatsapp, porque nunca me pilla frente al teclado. La mayoría de veces que por fin saco un momento y me pongo a escribir, escucho el audio o releo el mensaje y me digo: menuda perogrullada. Pero, alguna vez, milagrosamente, la idea echa raíces y brota prácticamente sola para mi propia sorpresa.
Otra cosa que hago muchísimo y que recomiendo a cualquiera que escriba es poner la oreja en el transporte público. Es la prueba irrefutable de que la realidad imita a la ficción.
– ¿Puedes adelantarnos algunos planes de futuro que tengas?
Me encantaría decir que ando con una novela o un ensayo entre manos, pero lo cierto es que trabajar por cuenta ajena hace bastante difícil la tarea de creación. Tengo ideas sobre las que sin duda me gustaría escribir y un montón de audios enviados a mí mismo por escuchar, pero hasta encontrar el momento aprovecho para enriquecerme de lo que ya han escrito antes y mejor otras autoras.
– ¿Qué referentes tienes tanto profesional como en lo personal?
Diría que mis padres literarios son Rafael Chirbes y Delphine de Vigan, y no sabría decirte cuál de los dos me genera más inseguridades y frustraciones. También me gusta mucho plasmar en papel el discurso oral, por lo que debería citar a autoras contemporáneas que me inspiran como Fernanda Melchor, Irene Solá y Lucía Berlín.
En general, me gustaría ser la versión mamarracha de todas ellos. Una básica. Escribir textos muy sucios, muy cotidianos y rodeados de malas compañías.
– ¿Podrías recomendarnos el último libro, canción, película, obra de teatro, o cualquier expresión artística que te haya emocionado?
Actualmente estoy acabando de leer Stone Butch Blues de Leslie Feinberg, editado y traducido al español por Antipersona, y es un libro con el que es imposible no llorar. Pero, afortunadamente, también es imposible no reír y no vislumbrar esperanzas para un colectivo como el LGBTI, tan necesitado de memoria colectiva con la que imaginar otros modos de habitar el mundo.
– Nuestra revista se llama Más de Cultura, así que la pregunta es, ¿Más de Cultura y menos de…?
Trabajo. El trabajo es un chantaje.
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