Decía Carmen Martín Gaite que «En el momento en que hay alguien con quien puedes hablar, para mí que se quite el cine, el teatro, los viajes, incluso placeres más fuertes». Estos días el Teatro Valle Inclán de Madrid el público tiene la oportunidad de escuchar sus reflexiones a través de su propia voz en la obra «Así hablábamos», del Centro Dramático Nacional. Firma el texto La tristura, compuesta por Itsaso Arana, Violeta Gil y Celso Giménez y la pieza constituye un viaje sonoro por el universo de Martín Gaite.
Un grupo de jóvenes, interpretados por los talentososo Anaïs Doménech, Ede, Teresa Garzón Barla, Gonzalo Herrero, Fernando Jariego, Belén Martí Lluch, Eva Mir y Marcos Úbeda, se vuelven a encontrar después de un tiempo sin trabajar juntos. ¿Qué sucede cuando alguien muere antes de tiempo? ¿Cómo continúa la vida? ¿Y la noche? ¿Cómo continúa la conversación? Un planteamiento que se presenta también en una escenografía atípica. El escenario, reconvertido ahora en un estudio de grabación, coloca al espectador en los laterales de la escena, que observa así la secuencia desde otra perspectiva, en la que puede decidir a cuál de las escenas planteadas por los creadores quiere mirar. A saber si, lo que ocurre con las conversaciones o lo que ocurre con la música.
En el proceso de creación de un disco, un homenaje a un personaje que es también un homenaje a un referente de la literatura. Una propuesta escénica sobre el cómo enfrentarse a la conversación a través de las canciones. Una conversación eterna sobre la eternidad en si misma. ¿Y si todo el contenido digital que almacenamos sirviera para hacernos inmortales? Como si un canal nuevo de comunicación, que en la obra se representa como un clásico juego de niños, se abriera ante nosotros como una posibilidad de mantener nuestra esencia viva.
Sin duda la fortaleza de «Así hablábamos» reside en la música en directo. Un universo de canciones, muchas de ellas en el imaginario colectivo, que son el hilo conductor de la historia. Y aunque la intensidad de las reflexiones eleve la obra a una suerte de ensayo, las transiciones y la originalidad de los diálogos colectivos la hacen funcionar.
Precisamente de la obsesión de la propia Carmen Martín Gaite por el habla de las personas surge esta propuesta. Sus personajes buscaban comprensión, buscaban amor, exponían su fragilidad y su fortaleza, trataban de sentirse menos solos. Su voz, generada por Inteligencia Artificial para la obra, nos recuerda que, en efecto, lo complicado es, precisamente, vivir. Y hacemos lo que podemos.
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