Francis Ford Coppola, director de obras maestras como El padrino o La conversación, ha vuelto a ser actualidad al anunciar que su película Megalopolis, proyecto soñado desde hace casi cuarenta años, será una realidad. El problema es que la realidad para Coppola no es exactamente como la realidad para el resto de los mortales. El “anuncio” de Coppola, del que se hicieron eco centenares de medios de todo el mundo en un festival del copia-pega, decía: “Sigo queriendo hacer la película de mis sueños, incluso si tengo que pagarla de mi bolsillo, y puedo aportar 100 millones de dólares si es necesario. No quiero hacerlo, pero si tengo que hacerlo, lo haré”.
Querer no es poder y un “si tengo que” no significa gran cosa. Además, Coppola no es el millonario treintañero que pagó de su bolsillo (y el de United Artists) el coste de Apocalypse Now. Hoy es un millonario anciano (82 años) que pretende embarcarse en un proyecto enorme que necesita, como él mismo ha confesado, entre 100 y 125 millones de dólares. Y ha dicho más en una entrevista para la revista Deadline: “Creo que Megalopolis tendrá un presupuesto mayor que el de Apocalypse Now, pero ya tengo las vías. El problema es que para hacer una película de ese nivel tengo que competir con el cine de Marvel”.
¿Estamos ante un nuevo farol de Coppola, conocido por sus muchos proyectos anunciados y finalmente cancelados y a su vez por ser, en su juventud, un gran camelador en los despachos ejecutivos de Hollywood? Es bastante posible porque Coppola ha dado poca información y los medios, siempre necesitados de temas por poco contrastados que estén, se han precipitado a darlo todo por hecho. De momento, en el portal imdb el reparto sigue siendo un “rumor” y la película un mero “anuncio”. Tampoco se sabe nada de empresas financieras asociadas, ni plataformas interesadas como Netflix, que sí financió una carísima película como El irlandés, de su amigo Martin Scorsese, o blufs de autor, y en blanco y negro, como Roma o Mank.
Aunque en Movieline Coppola llegó a asumir que nunca rodaría Megalopolis al considerarla una película carísima y además no contaba con mecenas para levantarla, ahora ha cambiado de opinión y también ha afirmado que será una superproducción de autor, no mainstream. También que tiene “la intención y deseo de comenzar la producción este año”. No quiero ser cenizo ante los fans de Francis, entre los que me incluyo, pero me da que Megalopolis va a quedar en “intención y deseo”.
Según meros rumores, el reparto de Megalopolis lo encabezarían Zendaya, Cate Blanchett, Michelle Pfeiffer, Jessica Lange, Forest Whitaker y su viejo amigo James Caan, al que Coppola conoció en la universidad Hofstra, cuando era un joven director teatral y Caan un jugador de rugby que quería ser actor. Los dos han trabajado juntos en El padrino y en Jardines de piedra. Además, en el supuesto gran reparto también estaría Oscar Isaac, ahora de moda por Dune y que, paradojas de Hollywood, podría interpretar al propio Coppola en Francis and the Godfather, película de Barry Levinson sobre el rodaje de El padrino. Esta película tampoco es todavía una realidad, está en proceso de preproducción y conviene recordar que Levinson tiene otra película y una serie en cartera y cumple el año que viene 80 años.
El origen de Megalopolis se remonta a principios de los años ochenta, cuando se barajaron nombres como Robert Redford o Paul Newman para protagonizarla. En los ochenta Coppola entraba en su decadencia, un ocaso creativo que parecía inevitable. El Coppola de los ochenta no podía superar, y ni siquiera igualar, al Coppola de los setenta. En la década prodigiosa del cine norteamericano, su etapa de mayor libertad, Coppola había ganado tres Oscar al Mejor guion por Patton, El padrino y El padrino II y el Oscar al Mejor director y a la Mejor película también por El padrino II. Además, fue nominado al Mejor guion por La conversación y a la Mejor película por American Graffitti y ganó la Palma de Oro en Cannes por La conversación y por Apocalypse Now. Ese palmares, toda aquella gloria, era sencillamente insuperable. Nadie podía hacerle sombra a Coppola, el joven prodigio y pionero de la generación de baby boom, el primer estudiante de cine que llamó a las puertas de los grandes y envejecidos estudios y los modernizó.
Todo lo que iba a venir después se antojaba menor, pero en realidad fue un desastre. Los ochenta para Coppola no solo suponen la decadencia creativa, también la ruina. Corazonada, un fallido musical financiado por su empresa, American Zoetrope, costó más de 26 millones de dólares y en su primer fin de semana en las salas solo recaudó 389,249 dólares. No llegó ni al millón recaudado, un batacazo sideral. Coppola, en la absoluta ruina, estuvo en deuda con sus acreedores durante los años ochenta (en los que rodó obras por encargo como Rebeldes, Cotton Club, Capitan EO, Peggy Sue se casó, la serie Cuentos de hadas o Jardines de piedra) y los noventa.
Con otro encargo, El padrino III, empezó a saldar su deudas. No fue un enorme éxito, pero sí rentable, sobre todo en DVD y dentro del pack de la trilogía. La qué sí fue un gran el éxito de taquilla fue su siguiente película: Drácula de Bram Stoker. Costó 40 millones de dólares y solo en su primer fin de semana recuperó su inversión. Pero, aun así, Coppola tuvo que seguir rodando películas por encargo, films con los que no se sentía motivado en lo artístico. Es el caso de la espantosa Jack, con Robin Williams o Legítima defensa, de John Grisham, otra adaptación de un best seller que estaba muy por debajo de lo que un día fue Francis Ford Coppola.
Tras esta película, protagonizada por Matt Damon y su viejo amigo Mickey Rourke, Coppola abandonó Hollywood y se pasó toda una década sin rodar un largometraje. Pero volvía a ser un hombre rico que triunfaba con sus bodegas y sus inversiones turísticas: tiene cinco hoteles en Europa y Sudamérica, entre ellos el Blancaneaux Lodge, en una reserva forestal con solo 20 cabañas de lujo. También el resort Turtle Inn en una isla privada además de sus viñedos en Napa Valley, que se visitan como una atracción turística más en California.
Escarmentado en lo financiero, Coppola contrató a Jay Shoemaker, un licenciado en Harvard que se encargó en domesticar a un empresario y artista acostumbrado a despilfarrar. Y Shoemaker, por fin, saneó sus cuentas en 2001, justo cuando estaba listo para levantar Megalopolis. La tecnología permitía reducir el coste de la película, se podía rodar a la manera digital de su amigo George Lucas, que había estrenado las precuelas de Star Wars. Aquel 2001 Coppola filmó algunos minutos de metraje de prueba, en un intento por despertar el interés de posibles socios, y se habló de Robert De Niro, Russell Crowe y Nicolas Cage en el reparto de Megalopolis, film que hablaba de la ciudad de Nueva York y de un arquitecto obsesionado por reconstruir una versión utópica de la ciudad después de un gran desastre.
Pero el gran desastre llegó justo el 2001, aquel funesto 11 de septiembre. Y el proyecto volvió a cancelarse porque Nueva York, ciudad en la que Coppola rodó la película que le cambiaría la vida (El padrino) estaba ligada, para mucho tiempo, a una carnicería grabada en directo por la televisión. Tres meses antes de los atentados, Spielberg había estrenado, también en Nueva York, Inteligencia Artificial, en la que se veía la ciudad destruida, abandonada y sumergida bajo el mar. Y 17 años más tarde, con el 11-S olvidado, Coppola anunció que retomaba Megalopolis y que estaba en conversaciones con Jude Law y Shia LaBeouf para los papeles principales. Tenía toda la pinta de tratarse de otro farol, nuevamente no había absolutamente nadie detrás.
A día de hoy, tres años después, lo poco que sabemos de la trama de Megalopolis es que es un híbrido de péplum y fantasía futurista, un cruce entre la película Metrópolis, la novela El Manantial y La conjuración de Catilina, de Salustio. Según Coppola, hablará del duelo entre un patricio, Catilina (Oscar Isaac), y el famoso Cicerón (Forest Whitaker). También se sabe que el protagonista de Megalopolis es Serge Catalane, genial arquitecto, polémico y libertino. Su gran propósito es revolucionar la ciudad y convertirla en un ejemplo social, cultural y financiero para el mundo. Su enemigo es el alcalde Frank Cicero, que pretende destruir a Serge. En el guion, que abarca cinco años y hay hasta escándalos sexuales con menores y tiene una gran cantidad de personajes, hay cloacas políticas, crimen organizado y grandes conglomerados dispuestos a acabar con el sueño para la humanidad que es Megalopolis. Recuerda mucho a Tucker: un hombre y su suelo, obra muy personal de Coppola (quizás la más personal) financiada por George Lucas. Pinchó en taquilla, tampoco interesó al público.
Es más que dudoso que American Zoetrope pueda levantar una película de 125 millones de dólares y de la que no se conoce ni distribuidor, ni plataforma interesada. Lo último que ha producido últimamente Coppola con American Zoetrope son películas familiares: Paradise Found, de su sobrino Christopher, On the Rocks, de su hija Sofia, y Mainstream, de su nieta Gia.
Que Megalopolis sea el repetido farol de un anciano es triste porque también son tristes las últimas películas de Coppola. El hombre sin edad, Tetro y Twist son desastrosas. Y también porque muchos intuimos que no volverá el Francis Ford Coppola libre, autor total, genial. El cineasta que quiso ser en su juventud, un Fellini, un Godard, un Polanski, el Coppola de La conversación.
Quizás sea mejor retirarse, no rodar otro desastre y encima arruinarse otra vez. Quentin Tarantino, que pudo ser yerno de Coppola (fue pareja de su hija Sofia) dijo recientemente: “La mayoría de directores tienen una última película horrible, a menudo sus peores películas son las últimas. Acabar tu carrera con una película decente es raro y acabarla con una buena película es fenomenal. Las últimas películas de la mayoría de directores son jodidamente patéticas”. Tiene razón Tarantino. Y en el caso de Coppola, por desgracia, dio en el clavo.
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