Coproducción España-Colombia-Reino Unido-Venezuela, Un cielo tan turbio es la nueva película del director y guionista gallego Álvaro F. Pulpeiro tras Nocturno: Fantasmas de mar en puerto, estrenada en 2017 y que nos presentó el microcosmos de un barco pesquero portugués con tripulación multirracial, una embarcación en la que se despiezan tiburones, se congelar los pedazos, se habla, se enciende el Skype, se come, se bebe, se vive. O se sobrevive.
En Un cielo tan turbio Pulpeiro pasa a la frontera de Venezuela, un país devastado y maltrecho por culpa de la peor crisis política y humanitaria en la Sudamérica de este siglo. En su película Pulpeiro apuesta abiertamente por el cine sensorial, impresionista, improvisado, con un tempo libre, con encuadres muy trabajados y sobre todo con una gran dirección de fotografía de Mauricio Reyes Serrano, con quien Pulpeiro ya había trabajado en Nocturno: Fantasmas de mar en puerto.
La sensorial apuesta de Pulpeiro es honesta y directa desde el comienzo: este no es un cine fácil. O entras o no entras. Aquí no hay un tema o personaje de rabiosa actualidad, ni un guion convencional y normativo, ni grandes declaraciones. Aquí hay momentos, imágenes, una mirada. Y de fondo escuchamos la radio, las noticias, los mítines de los políticos. Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Donald Trump… Las declaraciones solemnes, el ruido que poco tiene que ver con la realidad de un país pero sí con su ruina.
En pantalla, con la luz artificial y natural de Reyes Serrano, Pulpeiro capta a contrabandistas que se ganan la vida delinquiendo en el Desierto Guajiro, a militares o a migrantes perdidos por miserables aldeas entre Venezuela y Brasil. Con esta apuesta Pulpeiro se ha arriesgado. Y no solo formalmente, se jugó la vida rodando una difícil coproducción que toma como referente narrativo la novela Nostromo, de Joseph Conrad, una novela que en su día quiso adaptar, y nunca pudo, David Lean.
Pero lejos de la narración clásica, el director gallego se abstiene de darnos mascado el contexto o a sus protagonistas. Un cielo tan turbio no solo es cine sensorial, además es cine de riesgo, un riesgo que se puede leer de dos maneras: arriesga en lo formal y también el equipo de la películas se arriesgó rodando. La vida. Pulpeiro apuesta por buscar el encuadre perfecto sobre el terreno sin las habituales soluciones formales, sin agradar, sin modas, sin comodidades. En definitiva, estamos ante un trabajo eminentemente fotográfico, improvisado, vivido sobre el terreno. Aquí no solo se mira, también se piensa y se siente con una cámara. Y hay una evidente ambición de no pactar absolutamente nada con el espectador, una pretensión muy arriesgada. Repito: o entras o no.
José Luis Guerín, uno de nuestros cineastas más arriesgados, definió bien este tipo de apuestas fílmicas: “Los fotógrafos saben que trabajando sobre la realidad no pueden explicar por qué el impulso de disparar así, de esa manera, con ese encuadre. Pero luego vas viendo toda su obra fotográfica y ves que hay una unidad en la manera de mirar, que hay un pensamiento. Esa idea muy poderosa: la improvisación es la creación del instante, hay modos de pensar que son muy rápidos. Las soluciones formales, en el fondo, son formas de pensamiento”.
Así, directores como Pulpeiro piensan con una cámara. Y además transitan en otra frontera: la que hay entre imagen y literatura, el medio de expresión más libre que existe. El mero hecho de intentarlo ya tiene valor. El premio es conmover y ser valorado (la película ha sido seleccionada en Atenas, IndieLisboa y en el DMZ International Documentary Film Festival) y el yerro es aburrir o causar indiferencia.
Lo peor: la innecesaria voz en off y el ritmo, en ocasiones excesivamente moroso y con planos demasiado dilatados.
Lo mejor: la gran dirección de fotografía de Mauricio Reyes Serrano.
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