Además del ego desmedido por el carácter centralista, a los madrileños/as también se nos ha achacado esa leyenda urbana de macarras que quizá no esté tan alejada de la realidad. Fuera de las murallas que rodean al centro, gobernado por las tiendas de souvenirs y los Airbnb, la historia de Madrid ha ido avanzando más allá de lo que te puedan contar en un Free Tour.
Iñaki Domínguez ha querido rescatar esa historia reciente que había quedado relegada al conocido como «cine quinqui» en Macarras interseculares (Melusina). Un paseo por las vivencias y leyendas que cuentan las calles, más llenas de verdad que algunos libros de historia. Para todos aquellos madrileños y madrileñas, de acogida o de nacimiento que nos hemos criado en la periferia, este libro no deja de ser un homenaje a nuestros barrios, olvidados en su mayoría por las administraciones públicas fuera del periodo electoral.
En mi caso, nací en La Paz, en el año 92. Las calles estaban asfaltadas y las chabolas de la Ventilla eran ya un espejismo. Pero cuando mi madre llegó a Madrid y se instaló con mis abuelos en Costa Fleming, todo lo que había de Plaza Castilla hasta Ciudad de los Periodistas era secarral. No llegaba el metro y los del centro se referían a ese barrio (lo que se ahora Barrio del Pilar) como un pueblo periférico a la capital. No me quiero ni imaginar qué pensarías esas personas de Rivas o de Las Rozas sin estuvieran vivas.
Cuando mi padre llegó a Madrid, acabó en el barrio de La Bañeza, con una tía instalada en la Concepción. Mientras en Malasaña las modernas se drogaban en el Nasty, las bandas de rockers, de skinheads y La Panda del Moco buscaban la auténtica «movida» en las calles.
Para mi, Macarras interseculares es la confirmación de las historias que me contaron mis padres en su día y de las películas en las que aparece la periferia madrileña como telón de fondo (Carne Trémula o Navajeros). El trabajo de investigación que ha hecho Iñaki Domínguez es un tesoro desde el punto de vista antropológico. Un retrato de la auténtica «libertad» que vivieron esas generaciones, devolviendo así al presente la identidad que el cosmopolitismo nos había borrado.
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