La directora Ellen Kuras llevará a la gran pantalla la vida de Lee Miller, portada de Vogue, musa del surrealismo y reportera de guerra. Y es que la historia de Miller bien podría dar para una serie con varias temporadas. Su obra nos convierte en testigos de su tiempo, aunando las corrientes artísticas de los felices años 20 con la dureza de la Segunda Guerra Mundial, que causó estragos en su salud mental. Lee Miller murió de un cáncer a los setenta años de edad, después de años y años sufriendo una dura depresión y una adicción al alcohol de la que nunca pudo recuperarse.
La vida de Lee Miller vuelve al presente desde el desván de su casa en Sussex, donde pasó sus últimos años y en el que había enterrado todos sus recuerdos de juventud. Con 40 años, tras el nacimiento de su hijo Anthony y la depresión posparto que vino después, dijo adiós a su carrera profesional y la guardó en cajas de cartón. Pues bien, fue después del funeral, cuando su nuera descubrió en ese desván todos esos recuerdos escondidos, de los que ni siquiera su propio hijo tenía constancia. Fue entonces cuando este decidió escribir una biografía de su propia madre, a la que sólo recordaba como una mujer alcohólica y depresiva. La sorpresa fue mayúscula cuando empezó a rebuscar en su pasado.
Tras una infancia muy dura, marcada por la violación que sufrió con tan sólo ocho años de edad, Miller se convirtió en uno de los rostros más característicos a principios del siglo XX. Un rostro del que el propio Condé Nast, editor y fundador de Vogue quedó impresionado tras un encuentro fortuito por las calles de Manhattan. Lee se convirtió en una de las modelos de cabecera de la revista y a los 19 años consiguió su primera portada.
A los 22, protagonizó su primer escándalo. Vogue cedió los derechos de una de sus fotografías para lanzar la primera campaña publicitaria de la historia sobre compresas e higiene femenina sin tabús y de una forma «natural». Esto provocó un gran revuelo en los sectores más conservadores y Miller fue «cancelada» en Estados Unidos. Para huir del epicentro de la polémica, viajó a París para dedicarse a una nueva pasión que había nacido en ella, la fotografía. Allí conoció a Man Ray, que le introduciría dentro de la corriente surrealista como musa y como pareja. Aunque en la historia «oficial» quedó relegada a esa figura, Miller fue mucho más que eso. Desarrolló junto Man Ray su famosa técnica de solarización y este firmó algunas fotografías que se le atribuyen a ella. También protagoniza uno de los retratos más famosos del artista. Su relación con el fotógrafo surrealista le abrió el camino para crear vínculos con personalidades de la época tales como Max Ernst, Dorothea Tanning, Dalí, Gala, André Masson, Jean Cocteau o Picasso.
Con 35 años y tras una breve estancia de Egipto que le decepcionó, dio un giro a su carrera y se marchó al frente como reportera de guerra. Reino Unido se vio envuelto en la Segunda Guerra Mundial y Vogue contrató a Miller para que retratara el enfrentamiento con la Alemania nazi. Sus fotografías no eran meramente documentales, jugaba con encuadres y simbolismos propios de las vanguardias parisinas. La cruda realidad del conflicto bélico más duro de la historia le acompaño durante el resto de su vida. Llegó a visitar campos de exterminio como el de Dachau, cuyas fotografías eran tan duras que la edición británica de Vogue se negó a publicarlas. Pero la fotografía más famosa de esta época quizás sea la que se tomó en la bañera de la casa de Hitler en Múnich el mismo día que este se quitó la vida. Miller llegó a decir: «Tomé algunas fotografías de aquel lugar y dormí bastante bien en la cama de Hitler. Incluso me quité el polvo de Dachau en su bañera».
El fin de la guerra llegó y Lee volvió a Inglaterra, a una casa en el campo junto a Roland Penrose. Toda esa tranquilidad no hizo más que aflorar los horrores que traía en su mochila y el estrés postraumático del que nunca se recuperó. Sufría profundos periodos de depresión clínica, unidos a pensamientos suicidas y agravados por continuas borracheras. El giro que tomó Vogue hacia temas «más superficiales» hizo que Miller perdiera el interés en su trabajo y en 1953 se retiró oficialmente.
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