Lejos de emular la paz y la fraternidad de su homólogo más antiguo (Woodstock ’69), aquel 1999 se convirtió en el año fatídico de los festivales de música tras lo ocurrido entre el viernes 23 y el domingo 25 de julio en Upstate New York.

Lo que comenzó como una oportunidad de negocio de sus promotores, Michael Lang y John Scher, aquellos que se habían arruinado con la edición del 94, desvarió de tal forma que llegó al colapso. Así lo retratan HBO Max y Netflix en sendos documentales. Este último lanzado hace unos días en la plataforma y en formato miniserie.

Las condiciones para que este evento se descontrolara de tal forma flotaban en el ambiente. Precios abusivos para adquirir bebida y comida, temperaturas muy altas, baños portátiles rebosando excrementos… Y la rabia de unos asistentes que habían pagado 150 dólares por entrada. Además, el asfalto del recinto militar donde se celebró distaba mucho de la pradera del 69.

El cartel de artistas convocados tampoco ayudó en gran medida. Había una diferencia clara en comparación con sus antecesores: la canalización de la rabia a través de la música. El rock de los noventa fue mucho más salvaje y enérgico, y el público lo asimiló de una forma más agresiva. El punto álgido en este sentido se lo llevo la actuación de Limp Bizkit, que alentó a la masa de espectadores a que destrozara el mobiliario. Tampoco estuvieron muy avispados los Red Hot Chili Peppers a la hora de repartir miles de velas encendidas en homenaje a la tragedia de Columbine. Se convirtieron en el medio perfecto para crear varias hogueras que desembocaron en una batalla campal.

Lejos de relacionar la violencia que se vivió con el tipo de música, muchas mujeres hablan de una sensación en el ambiente a la que se refieren como “male ego”. Esa sensación se materializó en un clima de impunidad ante la cantidad de violaciones que se produjeron. Una de las más sonadas fue la irrupción de una furgoneta sin conductor en medio del festival. En su interior se encontraba una mujer semidesnuda y drogada con síntomas evidentes de haber sufrido una violación grupal. La policía investigó cuatro casos similares pero estaba claro que habían sido muchos más.

La conclusión que más a tomado fuerza con el paso de los años es que Woodstock 1999 marcó un antes y un después en la forma de consumir y vivir la música.