La temporada 7 de Orange is the New Black merece ser vista en maratón, como ha sido en mi caso, en honor a haber sido la ficción que acuñó el propio concepto de maratón de series (legalmente, al menos).
No hay que olvidar que fue el caballo ganador de Netflix. Allá por 2012, cuando los maratones de series solo existían de manera ilegal y el sistema analógico solo nos permitía ver capítulo semanal o diario.
Un animal salvaje que ha sido encerrado en contra de su voluntad difícilmente va a sobrevivir a una nueva puesta en libertad, pero eso no quiere decir que no deba intentarlo.
Trailer de la Temporada 7 de Orange is the New Black
De eso va esta serie y de eso va la temporada 7. Orange is the New Black se la jugó. Fue la apuesta de la plataforma en cuanto a consumir todo el contenido de golpe. Y vaya si funcionó. En este caso, una gallina, irónicamente, de huevos de oro que se va con la cabeza bien alta.
Una temporada final que demuestra que nunca ha dejado de ser una serie espejo de la realidad. En un 2019 marcado por el #MeToo y la crisis migratoria.
El producto se examina de tales materias, recalcando precisamente un lavado de cara al sistema educativo y cultural estadounidense. Con un guiño a la bisexualidad de Piper Chapman que se intuye poco o nada aleatorio.
Una temporada bastante coral en la que, en un deseo por finalizar el arco de transformación de algunos de los personajes, otros se dejan en el tintero. Naturalmente, no podía haber espacio para todos en el desenlace.
Más dramática que otras, por las razones obvias de despedida, que no entra en conflicto con la comedia y el humor ácido que la ficción. Siempre lo ha mantenido a lo largo de los años. Interesante también la introducción del mundo árabe hasta ahora desconocido dentro de la multiculturalidad característica de la serie.
De nuevo, una representación de la sociedad en un espacio tan indigno, pero tan humano como puede ser la prisión. Un lugar donde ninguno de los personajes está motu propio. Incluidos los trabajadores. Y en el que se demuestra una vez más que cada persona busca su propia manera de estar en el mundo, aunque eso signifique estrellarse en el intento.
Sin tantos artificios como en el resto de las temporadas, los personajes más nuevos dejan paso a algunos de los clásicos para darles pie en su desenlace, que no necesariamente tiene por qué ser un final.
Temporada colectiva y agradecida, puesto que además de que el cartel es una metáfora, un boceto de los rasgos más característicos de las protagonistas que nos han acompañado durante estos años, con sus defectos y sus virtudes, también es un regalo al fandom.
El diseño se basa en fan arts de la comunidad que ha seguido la serie y el cartel constituye un guiño a ellos, que en parte han sido los responsables del éxito de Orange is the New Black.
Una serie que, como sus protagonistas, ha tenido que sobrevivir a los cambios, a las nuevas normas (audiovisuales) y a la época de la extrema competencia entre plataformas pero que aún así ha sabido reinventarse y ponerle un final antes de quemar el producto.
Tampoco hay que olvidar que a Orange is the New Black se le atribuye el mérito de ser la primera serie en contar con un elenco formado prácticamente en su totalidad por mujeres fuertes y autosuficientes, de diversas razas y orientaciones sexuales.
Discurso de Taylor Schilling en los 23º Annual SAG Awards (2017)
Además, a diferencia de lo que se suele esperar de la cultura norteamericana, poco manchadas por los clichés imperantes en la sociedad. Un modelo que sirvió de ejemplo en otra ficciones como Vis a Vis o Wentworth.
El verdadero drama viene al saber que ya no habrá más. La emoción, al saber que han hecho historia. “Thank you for your service” aunque eso en realidad, no garantice nada.
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