En el imaginario colectivo, las brujas son mujeres que lucen un sombrero puntiagudo negro y preparan pócimas en su enorme cazuela. Si te preguntasen el origen de esta estampa, ¿sabrías dar una respuesta? La solución parece estar en la cerveza.

La indumentaria que asociamos con las brujas tiene más relación con la cebada que con la magia negra. Los sombreros, las escobas, las cazuelas con pócimas y el carácter libre de las mujeres que se asociaban a la hechicería viene de los mercados. La estética de las brujas viene de la fabricación de la cerveza, un trabajo que antes se consideraba de la esfera doméstica y era relegado a las mujeres.

La cerveza, un trabajo propio de mujeres

Hasta el siglo XVI, la fabricación de la cerveza era un trabajo propio de las mujeres. Ellas eran las encargadas de hacer esta consumición y venderla en los mercados. Para ser reconocidas rápidamente en las ferias, se distinguían de otros comerciantes con un sombrero negro puntiagudo. En las famosas cazuelas, que los cuentos nos venden como recipiente para pócimas mágicas, las mujeres conservaban la cerveza fría y en buen estado. Los gatos que muchas veces rondaban los puestos servían para ahuyentar a las ratas y mantener intactos los ingredientes de la cerveza.

Fue la llegada de la Inquisición en la Edad Media lo que cambió radicalmente este negocio. La institución ligada a la Iglesia Católica tenía como objetivo suprimir la herejía. Si la mera existencia de las mujeres fuera de la sumisión no les hacía gracia, menos que hubiese algunas que supiesen usar hierbas y cereales para hacer un brebaje con el que luego comerciar. La Inquisición asoció esto con la magia negra y pronto se volvió peligroso el oficio de cervecera.

La astucia, el negocio, la perspicacia… son características propias del mercado que se asocian erróneamente a los hombres como atributos meramente masculinos. Las brujas se podrían identificar fácilmente a estas particularidades. Con la Inquisición, las personas empezaron a ser perseguidas y cualquier comportamiento que se saliese de los roles que la Iglesia considerase morales eran castigados. Las mujeres que alzasen la voz o tuviesen un discurso propio eran acusadas de brujería. De ahí que la imagen de la bruja sea uno de los símbolos de los que el movimiento feminista reivindique como sinónimo de protesta y libertad.