La música llega donde las palabras no llegan. Iván Muñoz, director de Taiko Film.

El jueves pasado llegó algo hacia mí que no me esperaba. Me encontré por sorpresa con una música ancestral, auténtica, una música que conectaba con mi interior. Me sorprendió, me impactó.

Fue en los cines Golem de la Plaza de España, en Madrid, en la presentación de la película sobre el Taiko que ha realizado Iván Muñoz.
Vi a unas japonesas vestidas con preciosos kimonos que empezaron con una suave danza y luego se pusieron a tocar.
Contemplé cómo danzaban mientras tocaban y tocaban mientras danzaban.
Me deleité con dos personas, y luego otras tres, que tocaban en perfecta armonía entre ellos, mirándose continuamente y compartiendo la música.
Una llevaba el ritmo base, sin alterarlo, repetitivo, como un mantra. Otra iba acelerando y ralentizando el ritmo. De repente, las dos tocaban igual, de repente se separaban y de repente se juntaban. Las dos plenamente concentradas en su música, cada una consciente de la otra, complementándose perfectamente, haciendose guiños y diciendose palabras clave.
Tanto a ellas dos, como a los tres que tocaron a continuación se les veía disfrutando, viviendo y sintiendo la música que tocaban.
En ningún momento se olvidaron del público asiste. Los músicos estaban de frente a nosotros, todos, se veía cada golpe en el tambor y no paraban de sonreír.
Le pregunté a mi hijo de 8 años si le había gustado.
-Sííí.
Mi hija de 5, que aún no está amaestrada y con sus instintos adormecidos en pos de su socializacion, se contoneaba al ritmo de la música encima de mis piernas.
Mientras yo me imaginaba alrededor de una hoguera, danzando en círculos con mi tribu, desnudos, dejándonos llevar por la música, alcanzado el trance en algún ritual religioso precristiano…
Todos vibrabamos en la misma sintonía, formabamos un todo, daba igual el puesto que ocupara cada uno, cómo fuera o de donde viniera.
Hay una música que nos une, que nos conecta a todos con el inconsciente colectivo, con el ritmo del corazón de nuestro propio cuerpo. Esa música llega más lejos que las palabras.
Ahora hay demasiadas palabras flotando en el aire con su pesada carga, quizás sea un buen momento para quitarles un poco de espacio, y dejárselo a la música, o al silencio.