Aunque la música surgiese hace mucho tiempo, la forma de medir no es tan antigua. En concreto, el tempo, la velocidad de la canción, nació junto a las partituras para aportar una métrica a cada tema. De ahí surge también BPM (Beat Per Minute), o lo que es lo mismo: golpe por minuto.
Es la clave para determinar la velocidad de una canción que, gracias a las nuevas tecnologías, no va reñida con el tempo en el que se compone. Es decir, tú puedes componer un tema y posteriormente modificarlo digitalmente para que esté al BPM correcto.
Y aunque todavía se sigue considerando música pura toda la que venga de instrumentos y se componga de manera tradicional, lo cierto es que en los últimos años los Dj y las mezclas digitales están a la orden del día creando composiciones que también son música y que no se podrían crear en un contexto tradicional. Al final, producir un disco que se ha grabado de manera tradicional en un estudio, no es otra cosa que modificarlo digitalmente.
Pues bien, de acuerdo con los nuevos formatos digitales, se hace necesario también conocer los términos que surgen a raíz de éstos y que favorecen una buena mezcla con el ordenador.
Por ejemplo, el pitch es la armonía de cada canción, es decir, que cada nota suene de la manera correcta. El pitch está directamente relacionado con el tempo, porque si se modifica la velocidad de reproducción, el pitch cambia. Por ejemplo, si reproducimos una canción más rápido, las notas serán más agudas y viceversa.
Y aquí es donde entra el famoso BPM. Se hace imprescindible para crear una buena mezcla digital el sincronizar los BPM de las canciones que se quieren mezclar. Es decir, ajustar la velocidad de cada tema hasta que los BPM de cada una suenen a la vez. Pero no se preocupen, hoy en día no hace falta ser un experto para casi nada, ya hay programas que lo hacen por ti y cuentan con una sincronización automática de los BPM.
Como ya veníamos diciendo en estas letras, existe la matemática melódica y el pop de laboratorio. Por eso, cuando uno escucha un tema que no le gusta, éste se le mete en el cerebro y por una extraña razón no puede dejar de bailarlo. El responsable, en parte, también es el BPM, cuya fórmula tiene variantes según el género musical.
Toda una matemática que se compara con los latidos del corazón y que los expertos comparan para conseguir los efectos deseados en el público. Por ejemplo, una melodía a 120 BPM se equipara al corazón de un corredor y se encuentra en géneros como el House, pero si uno está escuchando Reggae, el tempo no superará los 60 BPM. Sin embargo, se habla de un número «mágico» el de 128 BPM porque hace sinergia con los latidos del corazón de la mayoría (que está en 127 BPM).
Por lo tanto, para ser el rey de la fiesta y conseguir que todo el mundo baile, ya no importa tanto el tema elegido, si es nuevo, si es antiguo. Si el responsable de la mezcla es capaz de jugar con el BPM, igualarlo a la frecuencia cardíaca y conseguir igualar todas las canciones, habrá conseguido la mezcla perfecta para una buena fiesta. El éxito en la fiesta ya tiene que ver con otras cosas que no se miden de la misma manera.
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