Hace años contaba Chicho Ibáñez Serrador, que acaba de ser homenajeado por la Academia de cine, una anécdota que siempre me ha fascinado. Contó que estaba en un festival de cine europeo, le acababan de dar un premio. Su carrera había empezado en la tele trabajando en espacios como Mañana puede ser verdad, Estudio 3 o Tras la puerta cerrada. En ese festival vio, en una cabina, a un chaval que llamaba a su casa, en Estados Unidos. El tipo, roto, le contaba a su madre que su cortometraje no gustaba, que lo había llenado de deudas y que su carrera había terminado.
Aquel joven era Steven Spielberg, que entonces llamaba a las puertas de los estudios de televisión. Su corto se llamaba Amblin, el nombre que dio a su multimillonaria compañía de producción. Eso sí: las fechas que manejaba Chicho cuadran regular, puede que le fallara la memoria, que confundiese festivales o que fabulaba, ¿quién sabe? Le gustaba fabular. Hay quien defiende que todo sucedió en 1971, que Serrador presentaba La residencia y que Spielberg le pidió ¡que le firmase un autógrafo!
Puede también que Chicho hablase de algún festival del 69 o 70 y que su película fuese El trasplante, con Lola Herrera. Pero no se lo puedo preguntar y la anécdota es lo suficientemente jugosa como para pararse a pensar, porque solo tres años después Spielberg estrenaba la película para la televisión El diablo sobre ruedas, con la que mostró a los que mandaban en los estudios sus indudables dotes como cineasta.
En España La residencia fue un fenómeno de público a la altura de El último cuplé, con colas interminables ante los cines. Pero en vez de seguir una lógica carrera en el cine, Chicho apostó por un programa concurso llamado Un, dos, tres… responda otra vez. Al enterarse, su padre, Narciso Ibáñez Menta, le dijo que estaba loco, que cometía un gravísimo error, que todos se reirían de él. Adiós a su prometedora carrera.
Papá se equivocó, el programa fue un bombazo (piensen que lo llegaban a ver 25 millones de personas) y Chicho lo compaginó con tv movies como la fascinante El televisor, con su padre, o la aclamada La zarpa. El año del estreno de esta película, con Irene Gutiérrez Caba, Spielberg estrenaba Loca evasión, producida para Universal por Richard Zanuck, productor que le ofreció dirigir la adaptación de una novela sobre un tiburón blanco llamada Mandíbulas. Sí, hablamos de Tiburón.
Y mientras Steven lograba aquel éxito planetario, Serrador estrenó una película de terror que en nada tiene que envidiar a un Spielberg o a un Carpenter y que recuerda a El pueblo de los malditos. Se llamó ¿Quién puede matar a un niño?, un portento de puesta en escena, dirección y creación de atmósferas que ya quisieran los que hoy dicen ser sus discípulos. Para el recuerdo la inquietante banda sonora de Waldo de los Ríos, deudora de la de La Semilla del Diablo, y una fabulosa fotografía de José Luis Alcaine, que entendió y aceptó el gran reto de aquella película: hacer terror a plena luz del día y en un pueblo turístico.
Y ya no hubo más cine, solo dos brillantes largometrajes. Nada más. Ibáñez Serrador se decantó por la tele y por un personaje que imitaba a Hichcock en la serie Historias para no dormir, uno de cuyos capítulos hasta fue premiado en Montecarlo. Aquel personaje lo trasladó al Un, dos, tres… responda otra vez. En un alarde de egocentrismo cargante, el hombre de la bufanda blanca y el puro se cascaba unas peroratas bastante afectadas.
Chico también tuvo su cara oculta. Fue un adicto al trabajo que descuidó a su familia, bastante tiránico y muy temperamental (en 1974 Televisión Española lo nombró Director de Programas y dimitió pocas semanas después). También, para qué negarlo, el hombre era algo machista. Aunque sí, la suya era otra España, eran otros tiempos. Y hay que reconocer que él fue el que inventó el primer gran concurso conducido por una mujer y en el todos los personajes fijos eran mujeres: las Tacañonas, las azafatas y la presentadora.
Mayra Gómez Kemp fue durante muchos años la conductora del programa más famoso de la tele y ella es la desgraciada protagonista de otra de las páginas oscuras de Ibáñez Serrador. Mayra se enteró de que iba a ser sustituida por Jordi Estadella y Miriam Díaz-Aroca sin que Chicho le hiciese una miserable llamada para explicárselo tras tantos años en el programa.
En la televisión Serrador siguió sorprendiendo y creando polémica con programas como Hablemos de sexo, entreteniendo con espacios ligeros e insustanciales como Waku Waku y también aportando bastante mal gusto en ese circo llamado El semáforo, basado en reírse de desgraciados, pura esencia española. Pero con sus luces y sombras, Chicho fue un tipo brillante. Y lo que ganó la televisión lo perdió el cine, porque podría haber hecho una carrera deslumbrante en el cine. Para que se hagan una idea del ojo del Chicho cineasta, ¿Quién puede matar a un niño? recaudó en Italia más dinero que el Tiburón.
La buena noticia para los que no conozcan este clásico de terror, o los que quieran verla como nunca la han visto, es que se reestrena en una gran pantalla. Y será en la del magnífico cine Capitol (Gran Vía madrileña, dos anfiteatros y más de 1.200 butacas) el próximo jueves 7 de febrero. ¡No se lo pierdan!
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