Vivimos en tiempos en los que la imagen es el máximo exponente. A todos los niveles, en todos los aspectos. El tiempo apremia y los impactos visuales son los caballos ganadores. La oferta se multiplica, nos desbordan las propuestas en el correo electrónico, las novedades se agolpan en escaparates, en mupis mientras caminamos, en marquesinas mientras esperamos el bus.
Entre los profesionales españoles más interesantes de la actualidad encontramos a José Salto, fotógrafo publicitario, que se define como un auténtico «solucionador de retos«. Este carácter unido a una pasión por la pintura que cuando está ante el visor, como un Pepito Grillo le susurra: «Ordena formas y colores, dale un sentido, tu sentido…», le da una personalidad tan rotunda a su creación que los clientes confían ciegamente en su trabajo.
«Lo que me tiene enganchado de mi trabajo es que cuando saco la cámara no sé lo que voy a grabar, pero sí sé que siguiendo mis patrones, al cliente le gustará, porque me contrata precisamente por eso, por mi forma de componer y trabajar».
José Salto, fotógrafo solucionador de retos, ha conseguido uno aún mayor si cabe, porque conseguir esa complicidad con los clientes es casi tan mágico como dar con la fotografía que atrape a una mirada. El difícil y atractivísimo objetivo de una profesión, afortunadamente, en plena forma.
Si bien es cierto que cuanta más información, más libertad tenemos para elegir. También lo es que es difícil discriminar entre tantas opciones.
Cuando estudiaba Publicidad me sorprendió una clase magistral sobre fotografía publicitaria que aún recuerdo con mucha viveza. Nos daba la charla Antón Álvarez, publicista de la entonces puntera agencia Vitruvio Leo Burnett y nos comentaba -eran los años 90- cómo ante un contacto fotográfico donde aparecían cientos de fotografías prácticamente idénticas, el director de arte debía dar con la buena.
Esa fotografía, tan similar al resto, era la que «mágicamente» sería la que sedujera al receptor final del anuncio. Un pequeño gesto, una sombra exacta, el más mínimo detalle sería el definitivo para que el público objetivo de ese objeto de deseo se dejara llevar. Y podía ser una comida, un coche, unas zapatillas o unas vacaciones. En Más de Cultura, Vega Guerra, buceó en la nostalgia publicitaria noventera, recordémoslo.
Han pasado años, incluso hemos cambiado de siglo y el poder de la imagen publicitaria sigue en plena forma. Cierto que han cambiado los soportes -ahora tienen mucha más fuerza los digitales. Ni qué decir de las redes sociales, donde Instagram triunfa por encima del resto y por supuesto no obviemos la fuerza de influencers y youtubers cuya imagen es perseguida, imitada y adorada o rechazada -en cualquier caso, vista.
La fotografía publicitaria, como toda disciplina profesional, mejor será cuanto más apasionadamente se tome. Siempre será magnífica la fotografía dedicada al turismo, a captar la esencia de un país, de otra cultura y otros rostros. Pero ¿y cuando toca fotografiar un frigorífico? Ahí es donde el profesional da lo mejor de sí.
Caroga, uno de los fotógrafos publicitarios más importantes de México comentaba en una entrevista: «A mí me gusta mucho trabajar con la luz, y a la hora de capturar estufas, refrigeradores, etcétera, es muy padre trabajar con la luz y los reflejos que hay en los electrodomésticos».
¿Ven? No hay objetos ideales a fotografiar sino profesionales apasionados que los hagan vibrantes.
Otro aspecto fundamental para la fotografía publicitaria es captar el mensaje que quiere transmitir el empresario que busca vender su producto y además, mejorarlo. Para ello el fotógrafo sacará lo mejor de su talento artístico. En ocasiones el talento debe ir acompañado de una importante capacidad de improvisación. A veces ambas aptitudes van irremediablemente de la mano.
Tal y como comentaba otro importante fotógrafo publicitario, Francisco Hernán Marzal, en una ocasión, cuando debía dar un aspecto refrescante a una imagen y el entorno era cálido. La solución fue papel celofán azul, la dificultad era encontrarlo…en China.
«Después de un debate sobre la explicación de que narices es un celofán, con las dificultades del idioma, me llevaron a un supermercado vecino donde la búsqueda no dio resultado. No existía tal cosa.
Así que comencé a buscar objetos translucidos que tuvieran el tono adecuado. Finalmente vi sobre un estante de bebidas energéticas, una botella azulada que podría valer.
Pagué, creo recordar, 5 yuanes por ella (menos de un euro), y me la llevé al set. Timing, una de las coordinadoras de producción, me hizo el favor de beberse de un solo trago el contenido sin yo habérselo pedido expresamente. Acto seguido recorté el plástico, lo puse frente el cabezal del flash, y ¡voilá!… problema solucionado».
Como ven la profesión de fotógrafo publicitario tiene sus más y sus menos, pero ante todo es imprescindible ser resolutivo.
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