Tócala otra vez, Marion Cotillard
Las 9 de la noche en la salida de la T1 del aeropuerto. Nerviosas, como siempre en estos casos, aunque esta vez reconoceríamos a nuestra invitada a la primera, no como cuando recogíamos a un director asiático que teníamos que llevar un cartelito para no confundirnos.
Esta vez esperábamos a Marion Cotillard. Fue antes de los Oscars donde se llevaría la estatuilla por la misma peli que en ese momento promocionábamos: La vie en rose.
Estos momentos de recogida en el aeropuerto son muy característicos de los agentes de prensa. Se trata de una especie de «deferencia» hacia el invitado, aunque en mi caso, suponía la certeza de que la persona, sobre la que se cernía una avalancha de prensa previamente organizada, quedaba a buen recaudo en el hotel previsto y no perdida en algún lugar imaginado por mi angustia particular.
Ahí estábamos, decía, comentando seguramente si los embarazos de Nicole Kidman habían sido reales o llevaba tripa de silicona… A ciertas horas, como dice Gemma Beltrán -jefa de prensa internacional-, si frivolizamos, frivolizamos bien.
Entonces apareció en la pantalla: Landed. De un momento a otro aparecería Cotillard. Estaría sólo un día en Madrid y cuando la viéramos, sabríamos qué tal habría aceptado lo apretado de la agenda. La acompañarían su agente de prensa, su maquillador, su peluquero y su asistente. Todos tenían la información y la respuesta había sido un OK, por e-mail, tan breve como inquietante…
Cuando vimos aparecer a una chica que buscaba con la mirada, hablaba por el móvil y escribía algo en un papelito supimos que, efectivamente, era la agente de prensa de Marion Cotillard. Resuelta y majísima nos reconoció a la primera porque probablemente andábamos haciendo lo mismo que ella o teníamos algún otro tic parecido. Respiramos aliviadas, teníamos a una aliada, eso no pasa todos los días en este trabajo y quisimos pensar que la jornada del día siguiente sería, incluso, ligera.
Y allí estaba ella, Marion, bellísima, con estilazo, caminando junto a su asistente personal y cargada con una guitarra. Sí, señores, una guitarra.
Nos quedamos mudas. Era de noche, al día siguiente debía estar maquillada y perfecta desde las 9.30 de la mañana y no pararía hasta última hora de la tarde, tendría el tiempo justo para tomar un taxi de vuelta al aeropuerto. ¿Cuándo iba a tocar la guitarra?
Veía caerse como fichas de dominó una a una cada entrevista pactada y ya veía a Cotillard diciendo: «Vuelvo ahora, voy a tocar un rato la guitarra que me relaja».
Para más inri las maletas del maquillador y el peluquero estaban perdidas, las cintas transportadoras de equipaje circularon un par de veces vacías y no había rastro.
«No pasa nada» nos habían dicho en Air France, «les garantizamos que mañana a primera hora tienen esas maletas entregadas». ¿Qué no pasa nada? ¿Sin maquillaje, sin secador y con una guitarra?
Aquella noche, que pasé sin ayuda de estupefacientes, fue una de las que aún me recuerda mi marido…
En honor a Marion Cotillard, incluso a Air France, he de decir que todo se recolocó. La actriz apareció puntual y perfecta y no hubo rastro de la guitarra. Profesional y encantadora, cumplió la agenda de prensa tal y como nos prometieron con aquel Ok.
La última imagen que tengo de ella, en aquella ocasión, es la de una chiquilla que corría descalza por la habitación encantada de haber acabado y nos decía adiós con una sonrisa espectacular. Cuando meses después la veía recogiendo el Oscar parecía otra persona, será que Hollywood engrandece.
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