Recuerdo caminar de la mano de mis padres por un pequeño pueblo de la costa gallega y encontrarme a un señor delgado, de pelo largo y barba frondosa que deambulaba entre montañas de piedras y olas del mar vestido únicamente con una especie de taparrabos. Era invierno y, en la mente de una niña de 4 años, aquel señor que captaba toda mi atención debía de ser un brujo, un pirata, un náufrago o un explorador que venía de algún lugar muy lejano. También recuerdo a mi padre explicarme con confianza que se trataba de Man, «es el alemán de Camelle, el artista ermitaño».
Un joven alemán que un día llegó a Galicia, se maravilló de su costa y decidió quedarse a vivir en ella. Un artista, un lobo estepario, un anacoreta. Alguien que decidió vivir de la forma más simple y sencilla posible, sin agua y sin electricidad, entre cuatro pareces de piedra encima del mar, luchando contra cualquier tipo de imposición social y económica. Man cambió la historia de un pueblo que se volvió famoso por haberle acogido. Creó una obra en armonía con la naturaleza, probó que la solidaridad y el altruismo sí existen y defendió un modo de vida ecologista.
La historia de Man
Manfred Gnädinger tenía 25 años cuando llegó de su Alemania natal a Galicia, a un pequeño pueblo costero de la provincia de A Coruña, Camelle. Un joven sociable y arreglado, interesado en el arte, que tuvo la suerte de encontrar una familia que hablaba alemán en el pueblo y que le acogió. La leyenda cuenta que se enamoró de una joven profesora del pueblo y que el rechazo de ella hizo que rompiese con todo. La verdad es que no sabemos a ciencia cierta que es lo que hizo que Man decidiese romper con todas las cadenas que le ataban y se dedicase a una vida de observación, creación y de cuidado y respeto a la naturaleza.
Camelle está situado en la Costa da Morte (Costa de la muerte), una zona gallega conocida por sus fuertes temporales y su invierno frío pero aun así su naturaleza y su mar salvaje conquistó el corazón de este nómada alemán. Y la tranquilidad y humildad de Man conquistó a los vecinos de este pequeño pueblo, que pronto lo acogieron como uno más de los suyos. Las visitas se sucedían continuamente y muchos le llevaban comida, ropa de invierno y menesteres básicos. Man vivía en una pequeña caseta en el muelle que decoró con espejos en su interior para retener el calor que entraba por las ventanas. Sin calefacción, electricidad y agua, llevaba una vida alejada de las comodidades modernas.
Man hablaba de ecologismo y de respeto a la naturaleza y seguía una dieta vegetariana, algo que parecía exótico en esta zona en la década de los sesenta, cuando se asentó en Camelle. Demostró que era posible salirse de lo marcado y vivir la vida que uno considerase válida, que no hacía falta dinero ni lujo para poder sobrevivir. Dedicó la mayor parte de su tiempo a probar que estaba en lo cierto. Más allá de actos incendiarios, protestas o atención en los medios, su sencillo día a día era toda una revolución. Y su obra, la representación de su pensamiento.
Su obra
Si caminas por el muelle de Camelle te encuentras con un jardín que crece encima del mar. Unas esculturas de piedras se levantan con formas esféricas y crean una especie de museo que crece sobre el agua, es el jardín de Man, el alemán de Camelle.
Aparte de la escultura, Man también manifestaba sus inquietudes a través de la pintura y la escritura. Su jardín lleno de obras pronto empezó a ganar popularidad en la zona y eran muchos los que se acercaban a curiosear. La entrada al museo-casa de Man tenía un precio simbólico de 1 euro. Los visitantes tenían que dibujar en una libreta lo que veían, formando parte (y sin ser conscientes de ello) de una cadena de arte colaborativa. Man enseñaba arte y fomentaba la creatividad en la gente que conocía.
En 2002, el desastre del Prestige tiñó toda la costa gallega de un negro petróleo. Gran parte de la obra de Man se perdió entre el óleo. Dicen los que más le conocían que Man no pudo soportar esa tristeza. Ver la costa que tanto había querido deshacerse hizo que un mes después muriese de pena.
A día de hoy, la parte de su obra que se consiguió recuperar se puede visitar en el museo de Man de Camelle. Los que quieran entender un poco mejor la forma de vida que siguió Man, pueden acercarse a su jardín de esculturas, que todavía se conserva en el muelle. Allí todavía está la casa en la que vivió este artista alemán. Su obra y su historia, desconocidas por el gran público, llenaron de anécdotas un pequeño pueblo de pescadores y enseñaron arte a toda una comunidad.
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