Maud Stevens Wagner fue una de esas mujeres que marcaron historia, en este caso la historia del tatuaje. Rompió los prejuicios de un gremio dominado por los hombres y adoptó esta forma de arte. En aquella época, además del estigma por considerar que los tatuajes pertenecían a la clase baja, sus colegas de profesión no veían bien que una mujer cogiera una aguja que no fuera para coser.
Palmeras, colibríes, mujeres cabalgando leones, flores y hasta su propio nombre, eran los tatuajes que se entretejían por el tapiz de su cuerpo. Los podemos observar en su retrato, una de las fotografías más icónicas de la historia. Si hoy en día todavía choca ver a alguien tatuado así, imaginen cómo debía ser en el siglo pasado.
Maud Stevens nació en 1877 en Kansas (EEUU). Trabajó como contorsionista y acróbata con varios circos itinerantes de gira por el país, un oficio al que relegaban a los freaks, los “deformes”. Durante uno de esos espectáculos, en 1904, conoció a Gus Wagner. Gus Wagner era uno de los tatuadores más reconocidos del momento, por sus conocimientos adquiridos en Java y Borneo. Utilizaba la técnica stick and poke, un tipo de tatuaje hecho con una aguja punto por punto sin necesidad de máquinas. Una de las técnicas más antiguas y ancestrales.
En cuanto conoció a Maud, Gus Wagner se ofreció a plasmar sus diseños en su cuerpo, insistiéndole en enseñarle la técnica del tatuaje. Después de varias sesiones comenzaron una relación amorosa que culminó en boda en 1907. Maud Stevens Wagner terminó convirtiéndose en la mujer más tatuada del mundo, y por ende, en una atracción de feria. Pero además de eso, comenzó a tatuar. Nunca llegó a usar una máquina a pesar de que en esa época ya se comenzaban a usar. Fue fiel al estilo tradicional que le había enseñado Gus y se convirtió en una verdadera especialista. Empezó tatuando a sus compañeros del circo y a voluntarios del público que asistían a su espectáculo, hasta que terminó montándose un negocio itinerante por su cuenta en compañía de su marido.
Con el paso del tiempo, el matrimonio tuvo una hija a la que llamaron Lovetta, que comenzó a tatuar con tan sólo nueve años, siguiendo la estela familiar. Es curioso que aunque era una profesión y un arte tan arraigado a la familia, la piel de Lovetta se mantuvo intacta y nunca llegó a sentir la aguja de ningún tatuaje. Madre e hija se dedicaron a este arte hasta la muerte de ambas. Maud Stevens hasta 1961 y Lovetta hasta 1983.
Maud Stevens fue la primera mujer que rompió el estigma que sobrevolaba a las mujeres tatuadas y sobretodo a las mujeres tatuadoras. Como explica Amelia Klem en su libro The Tattooed Lady: A History: “Ella acabó con eso. Con los estereotipos que decían que las mujeres tatuadas eran unas prostitutas, con el mito de que sólo los marineros y los criminales podían hacerse tatuajes”. Un libro muy recomendable si quieren profundizar en la historia de la primera mujer tatuadora occidental, en la de sus coetáneas y sus descendientes. Una mujer pionera que se mantiene viva en artistas como las que entrevistó Sonia Abbas el pasado 8M.
Deja tu comentario