Hubo un tiempo, concretamente a principios del siglo pasado, en el que Hollywood no pintaba nada en la producción de películas. Las más famosas producciones se rodaban en Francia, Dinamarca, España o en Nueva York, que es de donde se trasladaron a Los Ángeles (por su mejor clima y grandes espacios) los cineastas norteamericanos. Entre todos estos entregados e imaginativos pioneros llegó a destacar una joven francesa llamada Alice Guy, una apasionada del cine que llegó a rodar más de mil películas cortas (de las que solo se conservan 350).
Su carrera quedó truncada de forma extraña y brusca. Guy dejó el cine en 1922, cuando la abandonó su marido (un empleado de la filial inglesa de la empresa Gaumont con el que había comenzado a levantar un pequeño imperio) por otra muchacha más joven. Llevaban 15 años casados. Guy no volvió al cine, regresó a Francia sola y murió completamente olvidada.
La historia más grande jamas contada
Ahora imaginen una gran película sobre su figura. Imagínenla con 94 años, marchita, sola, en una residencia de ancianos, antes de morir olvidada y sin cobrar casi ningún derecho de autor de su cine. Sucedió hace exactamente medio siglo, cuando dejó este mundo. ¿Quién era esta mujer y por qué este atropello a su nombre?
Fue tal la tropelía contra esta cineasta que el mérito de sus obras se lo atribuyeron sus directores de fotografía, a ella solo se le dio el dudoso y pobre mérito de ser una secretaria de su empresa y hasta de mantener un romance con el dueño de la Gaumont, de nombre León. ¿Quién era realmente esa dama de bellísimos ojos y melena plagada de rizos que firmaba sus cintas como Alice Guy-Blanché, apellido de su marido? ¿Por qué hoy nadie sabe nada de ella, por qué la han borrado de los libros de historia y de los de texto? ¿Por qué Guy-Blanché abandonó un imperio que podría haber estado a la altura de los de Warner, Disney o Universal? ¿Por amor?
Nació en Saint-Mandé el 1 de julio de 1873 y se llamaba Alice Guy. ¿Quién? Repitamos su nombre y apellido: Alice Guy, una de las figuras más importantes del séptimo arte, a la altura de hombres que sí están en los libros de historia y de texto: Thomas Edison, los hermanos Lumière, George Méliès (al que Scorsese le homenajeó en la película Hugo) o el español Segundo de Chomón. Otra mujer borrada de la historia de manera tan vergonzosa como incomprensible, tanto como que solo el 7% de las figuras culturales y científicas que aparecen en los libros de texto de la ESO sean mujeres.
La epifanía de Alice
El primer cine, el de los Lumière, era solo documental, pero la joven Alice decidió que el cine podía tener el mismo potencial artístico que el teatro, la ópera, el ballet, la radio y hasta la novela. ¿Por qué no? El siguiente paso era cómo lograrlo. Todo empezó encontrando un trabajo como secretaria en la famosa y poderosa compañía Gaumont, entonces solo fotográfica porque el cine todavía no se había inventado.
Una tarde, concretamente una tarde del Día de los Santos Inocentes de 1895, Alice fue a ver con su jefe, el citado León Gamount, una especie de espectáculo de magia (según los rumores). En esa función los hermanos Lumière proyectaron, en una sala oscura y antes personas anonadadas, la salida de unos obreros de su fábrica, la demolición de un muro, la llegada de un tren y un barco saliendo del puerto. Eran fotografías en movimiento, gente real moviéndose en aquella pared blanca.
Para la joven Guy aquello fue una revelación que cambió su vida por completo. Sin poder dormir tras aquella experiencia y llena de ideas, febril, decidió rodar la que sería nada menos que la primera película de ficción de la historia del cine.
Su primer trabajo detrás de la cámara (prestada por la empresa en la que trabajaba) se llama The Cabbage Fairy, un corto en el que un hada plantaba repollos de los que salían niños, un poco a lo Amanece que no es poco. Los protagonistas eran unos enamorados que pasean por un campo de coles. A la pareja se les aparece una ninfa, toca una de las coles con su varita y aparece, por arte de magia, un bebé. Imaginen lo que supuso ese rudimentario efecto especial en el año 1896. Para los espectadores de entonces eso era como ver hoy una nueva película de la franquicia Star Wars.
Además, enamorada de nuestro país, Guy viajó dos veces a España para grabar películas como Viaje a España o La malagueña y el torero, joyas para nuestro cine y todo un tesoro histórico y cultural. Lo hizo el mismo año que Méliès empezaba en el cine y todo sin abandonar su trabajo de secretaria.
Pero por supuesto, Alice Guy duró poco en Europa, ya que Norteamérica era el lugar lógico para seguir desarrollando su fructífera carrera. Allí fundó su propio estudio, al que llamó Solax (y con el que se hicieron estrellas los famosos John y Ethel Barrimore). Lo hizo en 1910, junto a su marido Herbert. Ese año se estrenaban películas del vaquero Harry Carey y el cómico Roscoe Fatty Arbucke y el poderío global de Hollywood no existía. En aquellos días de gloria Guy llegó a rodar dos películas a la semana y a supervisar el trabajo de otros muchos directores. No paraba.
Pudo crear un imperio
Gracias ese implacable ritmo de trabajo y talento para contar todo tipo de historias, Solax lideró la industria, siendo el estudio de cine más grande de Estados Unidos durante varios años. Y ojo: Guy no se limitó a rodar más de mil películas en 24 años, es que además fue la pionera del cine en color y del cine sonoro. Más concretamente del videoclip, ya que rodó los playbacks de famosos cantantes de su época para proyectarlos después en sincronía con sus canciones.
Además, mujer de ideas progresistas y muy culta, fue la primera que rodó una película contra la violencia de género y la primera película protagonizada toda ella por negros (Un tonto y sin dinero). Llego a rodar hasta cine comercial de grandes masas e inmenso presupuesto: en la superproducción bíblica La vida de Cristo usó más de 300 figurantes.
Y de repente lo dejó todo y fue borrada de la historia del cine. Esa fue Alice Guy, a la que en 1957 la Cinemateca Francesa le reconoció en un homenaje. Ningún periodista cubrió el acto.
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