Las cosas del comer.
Pueden imaginar que, siendo agente de prensa de cine, acabas compartiendo mesa y mantel con media profesión y estarán de acuerdo conmigo en que, en el comer y el beber, pueden darse situaciones curiosas.
Durante una jornada de promoción, el agente de prensa se suele levantar con el estómago cerrado, por muy atado que esté todo siempre, siempre, hay que improvisar en algún momento y esa certeza te hace dormir regular la noche anterior, sobre todo si no echas mano a ningún estupefaciente, como es mi caso.
Si el día de promoción se desarrolla sin incidentes: la película está preparada; no ha habido problemas en la proyección; el catering ha llegado; los materiales de prensa están preparados; los periodistas previstos están en la sala; el equipo de la película ha llegado en sus taxis correspondientes; el que llegaba en un vuelo transoceánico no ha sufrido retraso; el restaurante para la comida está reservado; las entrevistas de la tarde todas confirmadas; el directo de televisión a primera hora ha transcurrido sin problemas; la agenda de promoción para los próximos días la tienes más o menos confirmada y vuelta a empezar… Si todo esto, ya digo, transcurre como la seda -pueden pensar y piensan bien, que no siempre es así- cuando llega la hora de la comida el agente de prensa se relaja y, ante los indiscutibles manjares con los que se recompensa al equipo de la película, aparece el apetito derivado del estrés.
En una jornada parecida a la que les narro estábamos, por ejemplo, junto a Anna Levine, actriz norteamericana que había trabajado a las órdenes del gran Eastwood en Sin Perdón, y a la que no reconocimos a la primera por la transformación de su físico. Estrenaba una película dirigida por Amos Kollek y, acabada la mañana de trabajo, director, actriz, jefes y agentes de prensa (Marta y yo) fuimos a comer.
La mesa lucía aperitivos de todos los colores, delicias de pico a pico y nadie rompía el hielo. Pasaban los minutos, la charla no paraba y nadie probaba ni un trozo de pan. Llegó el camarero, para llevarse los platos de los aperitivos, supuestamente pero no, vacíos, y dijo: ¿Me lo llevo que ya viene el cordero? Marta y yo, con un café en el cuerpo, nos miramos y dijimos con dolor: sí… El director parecía querer salir corriendo, no se quitó ni el abrigo y Anna Levine le pidió al camarero una copa de cava. Nos miró y dijo: «Tengo una relación neurótica con la comida». Ya Anna -hubiéramos querido decir- pero nosotras no, y mira qué aperitivos hemos dejado ir… Y llegó el cordero, y la guarnición…el director dijo que le disculpáramos que se marchaba al hotel y Anna Levine pidió, para rematar su cava, un flan de huevo que dejó a la mitad. Nos levantamos para acompañarla, también al hotel, donde la maquillarían y peinarían para el preestreno de la noche. Allí quedó el cordero, crujiente y desamparado…
También se da el caso contrario, vas con el equipo de una película y con total camaradería comes con ellos como si estuvieras en casa. Esos momentos son verdaderamente relajantes y muy simpáticos, te reconcilias con la profesión y olvidas las penas acompañándote de una copa de vino…aunque se den circunstancias también chocantes: como ver a un invitado utilizando una tarjeta de visita como mondadientes, que el que está a tu izquierda meta la mano en tu plato para probar o una actriz con un empaste en la mano te lo enseña y te dice: «¿Y ahora qué hago?»…Déjame que piense…: ¿Ir a un dentista?
En un festival de Venecia presentábamos una película que protagonizaba Maribel Verdú y al festival fue acompañada por su marido, Pedro Larrañaga. Los productores de la película quisieron, como debe ser, que estuvieran bien atendidos, así que allá donde fuimos a comer y a cenar, pedían la especialidad del restaurante, lo más exquisito que hubiera. Estuvimos varias jornadas y cada vez cambiábamos de restaurante para probar diferentes suculencias, pero se debió dar la circunstancia de que era época de buenas almejas y allá donde íbamos, al pedir lo mejor de la carta y dejarnos sorprender, una y otra vez nos servían pasta con almejas. Cuando la situación se dio por cuarta vez Pedro Larrañaga soltó: «Cariño, está visto que hemos venido a Venecia a comer chirlas».
Así que, si bien es cierto, que el agente de prensa, por sus viajes, sus festivales y su compañía, puede disfrutar de momentos deliciosos, en el amplio sentido del término: Txangurro en San Sebastián, Strudel de manzana en Berlín, percebes en Galicia, «lo que se pueda» en Cannes, Jabugo en Huelva…no se dejen engañar… llegar a casa y comerse un sandwich es placer de dioses.
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