“Do you want me to die?”. Paul Auster
Ahí estábamos mi compañera Marta y yo con una agenda de prensa impecable, envidia de cualquier colega, no faltaba ni uno de los medios principales. La habíamos confeccionado de manera meticulosa, no queríamos dejar a nadie fuera aunque queríamos dejar espacios, pocos, para que el entrevistado pudiera respirar.
Parecía que estuviéramos en la mesa de un Saloon: la agencia de prensa, el entrevistado, su mujer Siri Hustvedt -en el papel de representante, una traductora para que no perdiéramos comba, la relaciones públicas del festival…
El entrevistado en cuestión repasaba los papeles que, así, en sus manos, me parecían ridículos, absurdos…daban ganas de arrancárselos y decir: “Perdone, no pierda este tiempo precioso que usted sabe aprovechar mucho mejor en cuestiones más elevadas”. Entonces levantó la mirada, la que tantas veces habíamos visto en fotos. No era cualquier mirada, era la de Paul Auster y dijo: “Do you want me to die?”
¡Dios mío, quién iba a esperar una reacción así! Marta y yo nos disolvimos como un azucarillo en el sofalito del hotel y balbuceamos a la vez, como si hubiéramos sido Epi y Blas: “no…”.
Entonces Paul Auster sonrió y salió el sol. Su inglés era impecable y no sé si fue por la histeria que me invadía que entendí cada palabra. Nos explicaba, de manera jovial, lo apretado de su agenda en aquellos días de festival y que toda esa retahíla que le habíamos pasado podía resumirse y, en vez de padecerla, disfrutarla, tanto él como nosotras. Sabia conclusión en palabras del autor de Trilogía de Nueva York, de La noche del oráculo, de Leviatán…
Sólo quedaba aclarar un asunto. En un arranque de egolatría, que sólo me ataca una vez cada varios años, me había tirado el órdago, sin haberlo consultado previamente, de que Paul Auster acudiría al estudio de la Ser para ser entrevistado en el Hoy por hoy, entonces presentado por Carles Francino. La persona de producción, con mucha coherencia, me dijo si no sería mejor desplazar al hotel una unidad móvil. Pues no señores, me encabezoné en que Paul Auster estaría en el estudio de radio sin ninguna duda. ¿Por qué actué así? A día de hoy todavía no me lo explico. Si Paul Auster me decía que no se desplazaba del hotel para hacer entrevistas me hundía en el fango de la disculpa dejando a todo el mundo, y a mí la primera, con el culo al aire.
Se lo planteé a Paul Auster roja como una guinda, con una gota de sudor recorriéndome las canillas y él me miró, de esa manera, que pareciera que te vieras al fondo de sus ojos como un gusano miserable, pero no, me devolvió una imagen de mi misma muy bonita, porque con total camaradería dijo: “You know I worked on radio?” Creo que, a día de hoy, si vas a ese hotel en Donosti y te concentras aún se puede escuchar mi suspiro de alivio.
Durante los días que trabajamos con él charlamos, nos reímos y en cada encuentro nos saludábamos con cariño. Ahí estábamos con una de las grandísimas figuras de la literatura contemporánea, relajadas como si nada… tanto fue así que en un arranque entusiasta le dijimos: “¿Qué te ha parecido la peli de Cronenberg?” Con una sonrisa muy burlona, impropia de un Presidente del Jurado de San Sebastián como lo fue él en aquella edición, nos dijo: “Sorry , I can’t talk about it…”. Ya les hablaré de mi hipocondría que me impide acercarme a los estupefacientes, pero en aquel momento hubiera tomado peyote.
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