Irene Gutiérrez es de esas personas que encandila por el conocimiento y conquista por su cercanía. Nació en Ceuta, donde la frontera dibuja una línea hostil entre gobiernos. Pero luego viajó a Cuba a estudiar en su prestigiosa escuela de cine para la que ahora da clases y allí tomó contacto con los veteranos de la guerra de Angola cuyas historias protagonizan su película: Entre Perro y Lobo, que llega a las salas de la mano de Begin Again Films el próximo 18 de junio.
Inmersos en la selva cubana, tres veteranos de la Guerra de Angola practican un ritual secreto: entrenar y vivir de nuevo como los soldados que un día fueron. Son los últimos samuráis de la revolución cubana, listos para luchar contra el enemigo.
¿Cómo llegas a este proyecto?
Para mi fue fácil porque estudié en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños en Cuba. Allí casi todos los trabajadores habían participado en la guerra de Angola. Esto fue en el 2004. Luego dejé el tema reposar y cuando hice Hotel Nueva Isla en 2014, mi primer largo, trata un poco sobre cómo la revolución abandona a sus propios hacedores.
Pensé en que todos esos héroes olvidados de la revolución cubana también se reflejaban en los veteranos de Angola que habían ido a exportar los valores de la revolución a fuera de Cuba.
Como ya había estado varias veces en la Sierra Maestra, primero como estudiante en el 2004 y ya después de profesora en la Escuela de Cine. Retomé este tema para hacer entrevistas a los veteranos allí. Porque la diferencia entre los veteranos que yo ya había entrevistado y los de la Sierra Maestra tiene que ver con que tanto los abuelos como los padres participaron de alguna manera en procesos de descolonización.
Primero, la generación de José Martí que son los abuelos de los veteranos que hicieron como una colonia española en la Sierra Maestra; y luego los padres de estos veteranos familiares que estuvieron con las tropas del Che Guevara y Fidel para derrocar a la dictadura de Batista.
En particular a ellos, cuando se les manda ir a defender la revolución en África no pueden decir que no. Fueron allí y hoy siguen defendiendo que volverían a ir porque es lo que les toca generacionalmente.
Ese sentido de pertenencia a la revolución y de defender sus valores en otras partes de Cuba ha quedado más obsoleto porque se ha criticado o ha envejecido, pero allí sigue intacto. Esa forma de vivir responde a un deber común por encima de un deber individual. A un deber común por encima de los anhelos individuales.
¿Por qué esos tres protagonistas y no otros?
Empecé a visitar y entrevisté a muchos veteranos, pero finalmente decidí quedarme con ellos por sus rostros y sus experiencias. Porque habían luchado en el frente de batalla y, sobre todo, Santana y Miguel son amigos porque estuvieron juntos en una zona muy peligrosa en frontera con Namibia.
Para mí los tres arman como una especie de Trinidad de cuerpo, cabeza y corazón. Básicamente decidí trabajar con ellos porque son ricos tanto individualmente como coralmente hablando y eso me gustaba para trabajar la película con un sentimiento de polifonía. No habla un individuo, habla una generación. La secuencia de la reunión de la asamblea de veteranos resalta que no son tres personas sino que son generaciones enteras.
Están hablando de su propia historia, pero ¿Cómo trabajas con ellos en esas conversaciones que vemos en la pantalla?
Quise retomar esos testimonios porque me los contaron durante las entrevistas de investigación. Algunos de los cuales estaban filmados. Por ejemplo, el testimonio de Miguel ocurrió cuando estábamos filmando otra cosa.
Son testimonios que a mi parecer tenían que ser rescatados del proceso y llevados a la pantalla. Pero yo no quería hacer una película de lo que fuera investigación o de ellos contándome sus experiencias en Angola. Quería hacer una película desde el cuerpo como activo. Aún así, pensé que esos testimonios o verdades tenían que estar de manera más íntima.
Hay un testimonio de Santana que no incluimos. Cuando tenía 17 años le dan un arma de alto alcance para defender un puente y bloquear el paso. Después de tres días apareció una mujer con dos hijos a cuestas, pero con 17 años decidió disparar a las piernas levemente para que ella cayera, la recogieran y se la llevaran. Eso nos lo contó pero no lo incluimos porque podría dar una imagen de él que no es. El cine a veces es como las entrevistas periodísticas, se pueden sacar de contexto las frases.
El cine documental está en su mejor momento ¿Por qué crees que el espectador se ha abierto a este tipo de productos? ¿Han ayudado las plataformas?
Creo que hay un cansancio del cine clásico de tres actos aristotélicos de planteamiento nudo y desenlace. Ese cine se consume mucho pero también hay un público que prefiere otros tipos de storytelling. Que prefiere otras experiencias más cinemáticas o sensoriales que narrativas, como es el caso de Entre Perro y Lobo, que tiene muy poca narración.
Yo no me posiciono en el lado ortodoxo del documental porque creo que el hecho de que tú tengas una cámara intercede en lo que está ocurriendo delante de cámara. En este caso lo que quise hacer fue que ellos, en las secuencias de entrenamiento, decidieran cómo querían mostrarse.
Decía Coppola que «el cine es la última forma, dentro de una sociedad democrática, de tiranía». Donde el director dice qué hay que hacer y tú cómo debes ser retratado. En el caso del documental a mi me gusta ver las voces de los que son filmados y que ellos puedan decidir sobre cómo quieren ser retratados.
El documental te da la libertad de poder crear tu propia estructura y abrirlo a las voces de los que son retratados de una manera menos vertical y más participativa. Es un descubrimiento para ellos y para mi, y fue dónde nos encontramos.
La tercera revelación es cómo el espectador ve la película, que a lo mejor no tiene nada que ver con la intención con la que la hicimos todos.
Eso es lo bonito también ¿No? Las múltiples interpretaciones.
Sí, por eso está bien abrirlos en pitchings o presentaciones de proyecto que son muy importantes. A veces te puedes perder, en el sentido de que estás haciendo mucho caso a lo que te dicen los demás, pero luego te das cuenta después de tres años de desarrollo que los pilares sólidos desde el inicio, sigue ahí y son las bases fundacionales de tu película y eso permanece.
Es muy bonito encontrar que en ese proceso todo lo que es aleatorio se va y la película se refuerza con aquello que en un primer momento estaba ahí apuntado de una manera muy instintiva pero que ha ido evolucionando.
¿Próximos proyectos?
Ahora estoy haciendo un doctorado… (Risas), que tiene que ver con el primer corto. El trabajo que llevo haciendo desde hace muchos años en paralelo con mi carrera cubana. El mapeo de auto-representaciones migrantes en las fronteras sur de Europa. Sobre todo migrantes subsaharianos.
Ahora estoy trabajando para un proyecto de investigación de la Comisión Europea. Eso se llama Reel Borders y además incluye un vídeo participativo. Filmaremos con aquellas personas que están también desarrollando ese lenguaje pero que son personas que han cruzado fronteras.
Aparte de eso llevo muchos años queriendo hacer un proyecto que estoy escribiendo a ratos y que haré cuando acabe el doctorado, que es un proyecto sobre mi ciudad: en Ceuta. Historias cruzadas y muy clandestinas, algunas que no pueden ser documentales porque esas personas irían a la cárcel inmediatamente. Sobre lo que significa cruzar la frontera y no poder mirar atrás. Me gustaría hacer una película donde poder trabajar con mujeres y narrativas femeninas que ya lo hecho de menos (risas).
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