Ya nos lo advertía Mar Abascal en su charla por estas páginas, «Fran Nortes es un tío muy interesante y muy agradable con el que hablar y además tiene una voz muy bonita». Todas las características se hacen evidentes cuando hablamos con el actor y dramaturgo de la obra Cádiz, que estos días está de re-estreno post covid en el Teatro Lara de Madrid. 

Aunque reconoce que el asunto de la interpretación le vino un poco tarde, dejó la rama de derecho para dedicarse en cuerpo y alma a las artes escénicas. En su trayectoria encontramos cine, televisión y teatro. De esta última rama en obras escritas por él mismo. A nuestra clásica pregunta responde con un símil ¿no estará virando nuestra política a los clásicos guiñoles? Se abre el telón.

Debe ser todo un honor formar parte de una de las pocas funciones que abre tras el confinamiento ¿no?

Para mi es un honor abrir después del Covid, pero es que además fue super emocionante, porque llevaba el teatro 140 días cerrado. Además, justo hacía 7 meses que habíamos estrenado la otra vez, porque estrenamos un 8 de noviembre y empezamos el 8 de julio.

La sala estaba llena de gente, la gente tiene muchas ganas de volver a la cultura y al teatro y a pasárselo bien. La verdad es que fue espectacular.

La obra va sobre una crisis, pero en este caso de madurez. Háblanos de tu personaje.

Eugenio es el más maduro de los tres, pero eso no quiere decir que sea bueno, le sale todo fatal al pobre. Es la típica persona que ha estudiado lo que había que estudiar, se casó joven, tuvo a la niña…él se fue construyendo la vida perfecta mental que nos vende muchas veces la sociedad. El: «así vas a ser feliz».

Entonces, claro, le coge justo en un momento en el que se le desmonta todo y se da cuenta de que ese no es el camino. Luego se encuentra con los otros dos amigos que también están desmontados. Son amigos de toda la vida, pero llega un momento en el que no se conocen.

Se conocieron muy pequeñitos en el parvulario y luego te das cuenta de que la vida les ha llevado por caminos diferentes y siguen siendo amigos por costumbre. Es el reencuentro de estos tres amigos que no tienen nada que ver el uno con el otro.

¿Es más importante la identificación con el público en teatro?

Sí, yo creo que el teatro y el cine tienen algo de contar las emociones. Pero claro, el teatro está vivo y tiene esa cercanía. La obra nos sorprendió porque, aunque yo sabía que era una comedia no sabía que la gente se iba a reír tanto. Porque también tiene momentos duros.

La gente entra muy bien. Se identifica con uno de los tres siempre y la verdad es que estamos muy contentos.

¿Actúa uno de manera diferente cuando ha escrito la obra?

Yo actúo de la misma manera. De hecho, en principio cuando estaba escribiendo no me imaginaba en ninguno de los tres personajes. Todos tienen un trocito de mí, pero no era de quedarme con ninguno.

El proceso de dirección sí se convierte un poco en montaña rusa, porque uno tiene una idea muy clara en la cabeza de lo que se ha plasmado en el papel y luego, claro, llega el director, que es un creador también y toma decisiones.

La suerte que he tenido es que estaba con Gabriel Olivares, que nos conocemos muchísimo, y llegamos a acuerdos rápidos. Pero eso sí es un proceso de montaña rusa. Gabriel funciona muy bien, sabe muy bien lo que hace y luego lo que proponía funcionaba, pero sí que te llevabas sustos de vez en cuando.

Habéis integrado hasta la mascarilla.

Sí, hemos metido varios giños a la pandemia porque el público está muy metido en la obra. Bajamos al patio de butacas un par de veces porque lo cruzamos. Ahí hemos incluido la mascarilla, algún giño con los geles hidro-alcohólicos con los compañeros arriba del escenario y la verdad es que funciona muy bien porque la gente lo tiene muy presente.

¿Primer recuerdo relacionado con la interpretación?

Pues yo tardé un montón en darme cuenta porque tenía 22/24 años. Estaba terminando la carrera de derecho en la universidad y una amiga de la carrera me habló del teatro universitario.

Yo no había hecho teatro jamás y dije: «vale, pues vamos». Nos hicimos un grupo muy cercano y estábamos muy bien. Y entonces ya me enamoré del teatro. A los dos años ya olvidé lo del derecho y la criminología y me vine a Madrid.

¿Un papel al que le tengas especial cariño?

Yo le tengo mucho cariño a todos porque claro, como luego pasan a ser tuyos… te enamoras de los personajes. Pero en la función de Oscar Wilde, en La importancia de llamarse Ernesto, el papel de Algernon, es un papel maravilloso. También fue la primera función donde más tiempo estuve en Madrid…supuso muchas cosas.

Entonces, si me tengo que quedar con alguno, me quedo con ese. Concretamente la dirección también era de Gabriel Olivares.

¿Más de Cultura y menos de qué?

Y menos de discusiones absurdas. Es que estamos teniendo un momento político que me recuerda mucho a El guiñol, lo que pasa en el congreso. Les falta sacarse la cachiporra y ponerse a dar los unos a los otros.

Me parece todavía más duro con el momento histórico que hemos vivido. Que diéramos esa imagen de cara a Europa, de cómo funciona España. Estamos todos en el mismo barco y como nos hundamos nos hundimos todos detrás. Entonces, hagamos el favor. Y más cultura que es lo que hace falta, que nos ayuden un poco más también.