Almudena Grandes sigue siendo eterna en la cultura española y así lo muestran las creaciones posteriores a su fallecimiento como la apuesta del Centro Dramático Nacional que estos días presenta en Madrid La madre de Frankenstein.

Bajo la batuta de Carme Portaceli en la dirección y sobre el texto adaptado de Anna Maria Ricart Codina se erige un elenco de actores en estado de gracia para dar vida a Germán Velázquez, un psiquiatra exiliado en Suiza que vuelve a la España de 1954 para trabajar en el manicomio de mujeres de Ciempozuelos y a Doña Aurora Rodríguez Carballeira, una interna del centro que asesinó a su propia hija y cuyo caso impresionó al psiquiatra cuando era un niño.

El retrato de unos años 50 con costumbres muy distintas para alguien recién llegado de Suiza confunde al protagonista interpretado por Pablo Derqui. Como también lo hace la figura de Doña Aurora a cargo del monstruo de la interpretación teatral que es Blanca Portillo.
Con matices de comedia a los que nos tenían acostumbrados los dramas de Almudena Grandes, la obra nos envuelve durante las más de 3 horas de duración del espectáculo. Sin resultar ésta agotadora en ningún momento.

Escenas musicales, discursos imposibles, guiños con retranca y objetos que entran y salen de la escena en el momento preciso. Un viaje por el concepto del monstruo al que hace alusión el título: Doña Aurora asesina a su mujer porque “Ella la creó y ella la destruyó” pero ¿Dónde está el límite de la cordura?

El resto del elenco formado por Ferran Carvajal, Jordi Collet, David Fernández “Fabu”, Gabriela Flores, Belén Ponce de León, Macarena Sanz y José Troncoso van fascinando al espectador con su versatilidad a la hora de encargar a los múltiples personajes con los que cuenta la obra original. Al mismo tiempo que nos lanza reflexiones y diálogos interesantísimos, también nos cuenta, como siempre en esos cuatro anteriores “Episodios de la Guerra interminable” la historia de España. Sus luces y sus sombras.

Una apuesta frenética por llenar todos los espacios del tiempo de la representación, pero utilizando para ello la mínima escenografía posible. La propuesta se sirve así de unas transiciones muy interesantes que nos hacen viajar en el tiempo y en el espacio con fluidez y originalidad.

Una primera parte de la obra plagada de velocidad y palabras, un poco más reposada la segunda, más dramática y reflexiva para permitirnos indagar en lo más íntimo de los personajes.

Sin duda estamos ante una obra valiente y sincera sobre una de las escritoras que mejor plasmó la identidad de nuestro país a través de sus gentes. De martes a domingo y hasta el 12 de noviembre se puede disfrutar de esta propuesta teatral en el Teatro María Guerrero de Madrid.