José María Pou celebra este año su 50 aniversario subido a las tablas. Ahora es el Capitán Ahab en la versión dramática de Moby Dick de Juan Cavestany, dirigida por Andrés Lima. Actualmente de gira en nuestro país.

Al otro lado del teléfono escucho una voz que, por su color, bien podría decir “Ah del barco”, aunque me está dando un sencillo “buenos días”. Es José María Pou, reconozco su eterna elegancia y  trato cercano, aunque le intuyo poseído por  el Capitán Ahab, espíritu que no le abandonará hasta la primavera del próximo año.

Casi a modo de advertencia él mismo lo verbaliza: “Cuando haces un personaje de esta envergadura, te absorbe, se apodera de ti…”  Y lejos de preocuparle, algo que entiendo según avanza nuestra charla, lo que asume es una enorme responsabilidad. La función de la noche es dentro de unas horas y debe comprobar que está preparado. Para ello… ”Antes de saltar de la cama,  prácticamente lo primero que hago es probar mi voz con la primera frase que pronuncia Ahab en escena. Una vez comprobado que mi voz está en su punto me quedo tranquilo porque sé que, a no ser que ocurra algo raro a lo largo de día, voy a poder hacer la función por la noche”.

Charlar con José María Pou es facilísimo y a la vez apabullante. Pou ha sido, entre otros muchos personajes, pongamos tres:  el Rey Lear, Orson Welles o Sócrates. Y como él mismo cuenta: “Algo del personaje se queda siempre dentro de ti pero algo inconcreto, algo que tú no llegas a saber del todo… y esto conforma tu personalidad, no sólo como actor, sino tu manera de ser… Uno ha ido creciendo y haciéndose mejor o peor hombre a través de los personajes que ha interpretado, lo cual es lógico. El hombre y la mujer se realizan a través de su trabajo, son quienes son por ellos mismos y también por lo que hacen”.

Un sudor frío me recorre la espalda. Ante tal magnitud no sé cómo va a salir esto…pero Pou es tan grande como sabio y tan sabio como humano. Y en nuestra charla me va descubriendo su particular manera de manejar a estos enormes personajes que en teatro, me chiva, ha tenido la gran suerte de poder elegir.

Porque primero, ¿cómo te zambulles en personalidades tan poderosas? y luego ¿cómo te deshaces de ellas?. Las preguntas se agolpan en mi cabeza y él, fantástico comunicador me va desgranando las respuestas sin que tenga casi que formularlas.

“Cuando tengo previsto empezar un espectáculo o una obra nueva es algo que uno no decide de la noche a la mañana. Hay un proceso lento de ir metiéndote en el personaje, de ir buscando documentación de ir rodeándome de todo aquello que pueda servir para entender mejor, no sólo al personaje, sino también la historia nueva en la que te vas a meter” .

En este momento profesional concreto se encuentra “a bordo” del Pequod.

Y entonces me cuenta el bellísimo proceso que sigue y que envidio inmediatamente. Pou se pregunta cómo fue la época en la que se desarrolla la historia y entonces escucha la música o lee la literatura que podía escuchar ese personaje, ve la pintura que pudo ver el personaje y que pudo ayudarle a construir su carácter… Se documenta acerca del aspecto de la ciudad de la época para imaginar el entorno en el que se movía y cómo podría influirle, ve documentales de ese momento histórico… Y asume: “Soy tan desmedido que llego a comprarme tal cantidad de libros y música que no me da tiempo a verlo todo, a leerlo todo, pero el mero hecho de tenerlo al alcance de mi mano, en mi casa,me da una tranquilidad enorme. Me ayuda a meterme de cabeza en el personaje”.

Bien, una vez poseído por el personaje, Pou puede estar con él años…y cuando llega el momento de despedirse, de desembarazarse de él. ¿Cómo se hace esto, qué provoca: alivio o dolor?  Y aquí aparece la fantástica practicidad de José María, lo que le lleva a un adecuado estado de salud mental.

Lo que hace es que se desdobla despidiéndose del personaje con total naturalidad, no en vano han estado conviviendo tiempo: “Oye que yo ya he cumplido contigo, que no seas pelma, déjame que hay otros muchos personajes por hacer”.

Y me asegura: “Los abandono sin ningún drama, sin ningún dolor, casi a la mañana siguiente de hacer la función, intento no acordarme de ellos”.

Para ello, sin embargo, tiene un recurso que me cuenta sin ningún reparo. Un ardid, me dice él, divertido. “A la mañana siguiente de la última de las muchas funciones que ha tenido un espectáculo, yo me voy de vacaciones. El mero hecho físico de, a la mañana siguiente coger un avión y marcharte de tu lugar habitual con una maleta en la mano, se convierte en una barrera que te ayuda a alejarte”. Y concluye: “Cada actor tiene su método”.

Con esta confesión abrimos el abanico de pasiones que mueven a este profesional titánico, porque una de ellas es viajar.

“Uno está hecho de pequeñas pasiones, nunca pasiones monumentales, a mí me gusta muchísimo leer y viajar. Y es a lo que he dedicado la mayor parte del tiempo que llevo vivido. Si tuviéramos que hacer un reparto de horas de lo que llevo vivido, quizá saldría un tercio dedicado a mi trabajo de actor y director, un tercio dedicado a viajar y un tercio dedicado a leer”.

Imagino a Pou con maleta, gafas de sol, libro en mano y calzado sport recorriendo el mundo. Así lo ha hecho, pero dos son las ciudades en las que llega a instalarse las largas temporadas que, en ocasiones, le permite su incesante trabajo. Ciudades que le llenan de energía.

“Mis dos grandes ciudades a las que adoro y que las conozco como si hubiera vivido allí toda mi vida y, en las que, estoy convencido que algún antepasado mío vivió y voy en su busca, son Nueva York y Londres”.

Y entendiendo el viaje, esta vez, como el “modus vivendi” que requiere una gira de teatro, Pou también lo ama así:

“Me encanta viajar y soy muy feliz de gira. Ahora que tengo un año por delante de gira, no me molesta en absoluto. Me gusta cambiar de ciudad cada cuatro días, encontrarme con otros amigos, con viejos hoteles, viejos restaurantes. Y me gusta mucho, mucho la vida de hotel. La vida de hotel tiene algo literario, algo romántico”

Dice Pou que le gustan los hoteles especiales y así los busca en cada ciudad en la que para. Jugamos a lanzar una hipótesis, imaginamos que Pou no es actor, ni director, ni productor, ni traductor… “Bueno, entonces podría soñar como profesión para mi, este tipo de oficio que existe de los señores inspectores de hoteles que recorren el mundo por hoteles de lujo, se alojan de manera anónima y son los encargados de adjudicar las 4 o 5 estrellas. Viajar de manera anónima por grandes hoteles del mundo, ese sería mi oficio”.

Hemos charlado algo más de una hora. Ninguno de los dos sospechaba que esto se iba a alargar de esta manera y yo tengo ahora tanto que contar…

Hablamos de Calixto Bieito y El Rey Lear. Ese punto de inflexión en el que un actor disciplinado como Pou que no dejaba nunca nada al azar y salía al escenario con todo atado y bien atado, de repente conoce con Bieito otra realidad:

“Calixto me fue enseñando que a lo mejor era bonito dejarse sorprender por lo que pudiera pasar cada día en escena, que a lo mejor era bonito empezar la función de cada día como un partido de fútbol sin saber cuál es el resultado final. Dejando que te sorprenda incluso la reacción del público…siendo capaz de explorar nuevos caminos en el momento de la representación sin necesidad de haberlo ensayado…Y lo disfruté mucho”.

Tanto que, desde entonces, lo ha aplicado siempre a sus espectáculos posteriores y entonces me cuenta algo fantástico:

“En la función no estamos aislados del público, respiramos al mismo tiempo que el público por tanto nos afectamos los unos a los otros. La respiración o el silencio del público te lleva a un estado en el que pruebas cosas nuevas  y lo que antes decías gritando y de manera violenta otro día lo dices suave y con largos silencios. Porque tú has sido transformado por la actitud del público de esa función y eso es algo maravilloso”.

Y hablando de público no podemos dejar de hablar de La Cabra o ¿Quién es Sylvia?. La obra que Pou trajo a España en 2005, tradujo, dirigió, protagonizó y se llevó todos los premios. La historia de Martin, un arquitecto que se enamora perdidamente de una cabra. La obra que su creador, Edward Albee, llevó a cabo para que el espectador sintiera que pasaba un terremoto por debajo de su butaca.

Aquí es donde Pou manifiesta, precisamente, su devoción por el público:

“Yo he procurado siempre contar historias que sacudieran, que conmovieran al espectador. Que le removieran. A mí no me gusta salir a hacer teatro o dedicar un año o dos de mi vida a una obra de teatro de la cual el público salga más o menos indiferente. Para mí la gran importancia que tiene La Cabra, personalmente, más allá de los premios, es que el público haya podido disfrutar de esa función, haya vivido esa experiencia y les haya abierto nuevas posibilidades por el simple hecho de que yo decidí hacerla.”

Se acaba el tiempo, los dos teníamos citas después de esta entrevista y los dos vamos tarde. Nos despedimos con una frase del Capitán Ahab a los marineros que escucharé en labios de Pou cuando vaya a verle en enero de 2019, en una de las funciones de Moby Dick en Madrid y que no me extrañaría que quede impresa para siempre en él:  «Sin imaginación no vais a poder seguirme».