Decían mis profesores que, muchas veces para entender los problemas del presente y vislumbrar posibles soluciones, hay que volver no a los clásicos, -porque las situaciones que vivieron en su tiempo son distintas al nuestro-, pero sí por los clásicos, porque su mirada lúcida arrojará luz sobre nuestra comprensión, haciéndonos ver la situación desde otro prisma, para vislumbrarla mejor, facilitándonos su entendimiento y distintas maneras de enfocar la situación para, quizá, elucubrar soluciones diferentes. Creo que tenían razón, al menos a mí me ha valido en numerosas ocasiones y por eso quiero recomendar un libro en estos tiempos en los que nos hemos quedado sin referentes.
En estos tiempos convulsos, de desconcierto, sobreinformación y cambio permanente y acelerado tenemos que descubrir nuevas lecturas que nos ayuden a entender la situación y comprender que, aunque los tiempos cambian y mucho, por otro lado somos personas y es muy curioso ver cómo libros de hace tres siglos nos pueden servir para entender el presente.
En “El sobrino de Rameau” Diderot, el famoso y respetado pensador, impulsor de la modernidad y de la Ilustración –la Revolución Francesa llegaría 5 años después de su muerte-, creador de La Enciclopedia, en la cual trabajó durante 20 años, conversa con el sobrino del famoso músico Rameau. Éste es un vividor, un parásito social, un bufón que sobrevive adulando a los ricos y poderosos. Los dos confrontan sus pensamientos y modos de un vivir en un diálogo brillante e ingenioso.
Curiosa la historia de este pequeño libro en el que se ha descubierto que Diderot trabajó durante otros 20 años, los mismos que en su gran obra, corrigiendo, anotando, y reescribiéndolo continuamente. Diderot no lo publicó en vida y apareció la primera copia en alemán, una copia incompleta traducida por el mismísimo Goethe. El original auténtico no apareció hasta finales del S.XIX y actualmente se encuentra en la Pierpont Morgan Library de Nueva York.
Diderot utiliza un personaje real de su época para, en realidad, conversar consigo mismo. Aterrado, el impulsor de la luz descubre que, aparejada a ella, siempre hay sombras, que en la sociedad existen las dos clases de personas y, aún peor, las dos personas existen dentro de él, dentro de cada uno de nosotros. El propio Diderot vivió diez años de su vida como un bohemio al negarse a ejercer una gris y respetable profesión que su padre había elegido para él.
Aquí dejamos un fragmento del libro.
«Creéis que todos deben participar de una misma felicidad. ¡Qué curiosa opinión!… Pero, ¿son accesibles a todo el mundo la virtud y la filosofía? Las tiene quien puede. Las conserva quien puede. Imagina que el universo se tornara sabio y filósofo; no me negaréis que sería espantosamente triste. Está bien, viva la filosofía, viva la sabiduría, pero la de Salomón: beber buenos vinos, atracarse de exquisitos manjares, revolcarse sobre bellas mujeres; descansar en lechos mullidos. Fuera de eso, todo es vanidad.
Yo.–¿Ocupar un cargo en la sociedad y cumplir con su deber?
El.—Vanidad. Desde el momento en que sólo se aceptan tales cargos con el fin de enriquecerse, ¿qué más da ocupar uno, o no ocuparlo, si se es rico? Cumplir con su deber, ¿adónde conduce? A la envidia, los sinsabores, la persecución ¿Qué se adelanta con ello?»
¿Cómo decirle a nuestro hijo que estudie, que trabaje duro cuando sabemos que eso no les va a asegurar un puesto de trabajo digno? ¿Cómo decirle que tiene que leer libros para construir un pensamiento crítico? ¿Cómo explicarle que no es lo mejor salir en televisión criticando las vidas ajenas o vendiendo la intimidad propia o haciendo tonterías en Youtube? ¿Cómo convencerle de que hay cosas más importantes y más interesantes que ser la más guapa y subir fotos a Instagram?
Quizá, por mucho que nos repela y nos de miedo debemos de aceptar nuestra parte oscura, vaga, cotilla, superficial y egoísta. Nuestra parte de Sancho Panza, del sobrino de Rameau, equilibrar nuestro ying y nuestro yang. No negarla, cuanto más lo intentemos más aflorará a la superficie de las más diversas formas, no ocultarla, sino sacarla a la luz.
Tal vez a nuestros hijos lo único que podamos hacer es mostrarle la otra parte, la de la cultura, la de la belleza, la de la integridad, la parte espiritual y elevada que también hay en nosotros. Quizá se trate de equilibrar nuestros opuestos y creo que leer El sobrino de Rameau nos puede ayudar a hacerlo.
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