Oí hablar de ella entre algunos amigos cuyo criterio literario siempre me ha interesado, pero aun reconociendo cómo les había enganchado, pasaban sobre sus libros un poco de puntillas. Rápidamente abundaban en los detalles de La muerte del comendador de Murakami o comentaban Ordesa de Manuel Vilas…mientras yo me apuntaba mentalmente el último título de Amélie Nothomb.
Lo que me decidió a comprar uno de sus primeros libros, en un mercadillo de segunda mano, fue la entrevista que leí de mi admirada Ima Sanchís. Las respuestas de Amélie Nothomb eran extravagantes, incisivas y magníficas.
Nada raro en una escritora que de pequeña quería ser Dios, que acumula más de 90 novelas, escribe cada año cuatro obras y deshecha automáticamente tres, y dice sentirse invadida por un invariable ruido en su cabeza:
«Mi mayor protección es escribir, en esa polifonía galopante de mi cabeza escojo los sonidos que me interesan y escribo, actúo, y así ya no soy pasiva, no los sufro».
Por pura casualidad su estupenda novela «Estupor y temblores» apareció en la mesa, ya digo, de un mercadillo de segunda mano y la comencé con mucha curiosidad. Es cierto que sus novelas son breves, pero eso no es lo que hace que te las leas de una sentada, te atrapan sin remedio.
Amélie Nothomb tiene una biografía obviamente literaria. Hija de diplomático belga, nació en Japón y eso decidió su destino y su color a la hora de escribir. Sentirse japonesa en Bélgica y belga en Japón tampoco ha debido ayudar demasiado a que su día a día sea precisamente anodino. Si a todo esto se une su educación exquisita, su talento y su dardo certero en las entrañas del ser humano, nos encontramos con una mujer sobre la que quieres saber lo máximo posible.
Llevando su particular prosa a otro lugar, podría decir que Amélie Nothomb sería una excelente forense. Su altísima capacidad de indagar en el interior arrastra consigo la visión de absolutamente todo lo que tiene que ver con el ser humano: desde lo más elevado a lo más inmundo. Y lo genial en ella es que a todo le otorga un valor extraordinario. No es cuestión de filosofar en este momento, pero qué es el ser humano, sino esto…
En cualquier caso, para que entiendan mejor mi planteamiento, quería contarles que Amélie Nothomb en «Estupor y temblores» habla, no sé si fabulando o no, de cómo su paso por una empresa japonesa la llevó hasta la función de limpiadora de retretes.
Lejos de contrariarla demasiado, encontró en esa tarea una especie de iluminación, a partir de la cual alcanzó una perspectiva casi mística del ser humano. De hecho, según ella, después de este trabajo comenzó a publicar. Como pueden comprender la ironía y el sarcasmo, que los lectores tanto admiramos de Nothomb, en esto que les cuento, alcanza cotas bíblicas…pero déjenme decirles que algo de revelación tiene esa función, la de limpiadora de retretes, digo.
A partir de ejercerla, nadie vuelve a ser el mismo y lo digo con conocimiento de causa porque yo también lo fui.
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