Leo La noche del cazador 65 años después de su publicación. Debo reconocer que era una novela pendiente pero las circunstancias, en ocasiones, dejan para el momento justo la lectura de ciertos libros.
La leo después de disfrutar durante años los extraños y, a veces, excéntricos casos resueltos por Philip Marlowe. Y digo años porque los he releído una y otra vez. También me adentré en otros autores de novela negra, aunque sin nada que hacer ante la maestría de Raymond Chadler. A partir de ahí me declaro fan total del género policiaco…
Pero también leo La noche del cazador siendo ahora madre de dos niños con edades muy similares a las de los dos niños protagonistas. Y también después de conocer, como cualquiera en su recorrido, a personas de diferentes condición: camareros entrometidos, vecinos insolidarios, ancianas aguerridas y justas, expresidiarios, hombres rotos, policías, religiosos ortodoxos, madres perdidas, adolescentes promiscuos y padres confusos… Es decir todo el elenco y más, que desfila por La noche del cazador.
Davis Grubb escribió esta novela ambientada en un entorno en el que su saga vivió durante 200 años. Quizá por eso el paisaje está exquisitamente contado y forma parte de la trama como un elemento fundamental. El lodo del río, la vegetación circundante, los pastos y la oscuridad total en la noche de la vida rural en el estado de Virginia servirán para ocultarse, zafarse, escapar, atrapar y amenazar a sus protagonistas.
Si bien la trama te atrapa sin compasión hasta el punto y final, lo tremendo del relato es la historia que subyace y que tiene que ver con algo mucho más profundo que una persecución por dinero, por eso lo atemporal de esta obra maestra. Después de leer La noche del cazador entiendo mejor los miedos irracionales a la oscuridad de mis hijos, pero también intuyo la sabiduría de mi abuela que murió a los 100 años, después de que Davis Grubb hiciera sentir en mi piel el instinto de Rachel Cooper. Puedo condenar radicalmente la decisión de Ben Harper, aunque entenderla en la desesperación y sentir toda la compasión por Willa…
Ahora me falta ver la versión cinematográfica que el inmenso Charles Laughton realizó en 1955. Única película, como director, del reconocido actor británico que pasó a la historia del cine. Ya les contaré…
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