En la provincia central de Lopburi, en Tailandia, un viejo templo budista ha estado sumergido desde hace 20 años en el agua de un embalse. Aún así, esta reliquia arquitectónica se puede ver ahora en la superficie (gracias) a la sequía imperante en la región. No es la primera vez que el arte es desvelada por la sequía, y descubrimos pueblos sumergidos, ya ocurrió en 2016 en el mismo país y sucede en otras partes del mundo.

La noticia me lleva a pensar en mi instituto Augustóbriga, que le debe su nombre a un antiguo municipio romano del río Tajo que quedó cubierto por el embalse de Valdecañas. Lo que en la Edad Media se convirtió en Talavera la Vieja, hoy forma parte de ese legado arquitectónico y artístico que ha vuelto a traer a nosotros la sequía. Estos son algunos de los vestigios que nos dejó la falta de agua.

Si empezamos por el sur, en Huelva existe un asentamiento romano que por cuestiones naturales quedó oculto bajo el agua. Tanto, que actualmente no es ni siquiera visible, se encuentra bajo el río Carreras, entre Ayamonte e Isla Cristina. Su legado nos deja ánforas, cerámicas, mármoles, fragmentos de grandes columnas y restos humanos del siglo I hasta el XVI.

Un desahucio de la época fue lo que ocurrió en 1971 en Peñarrubia (Málaga), donde los casi 2.000 habitantes del pueblo fueron desalojados para construir un embalse (el del Teba). Cuando los niveles de agua son bajos, todavía se puede ver lo que queda de la iglesia y el cementerio.

Además del Pórtico de Curia de Talavera la Vieja y las tres columnas más procedentes de otro templo que se pueden ver desde la carretera de Navalmoral de la Mata a Guadalupe cuando uno viaja por Bohonal de Ibor. En Cáceres existe otro yacimiento sumergido.

Se trata de Granadilla, que fue cubierta por el embalse de Gabriel y Galán. Esta península aislada por el agua  fue declarada Conjunto histórico-artístico en 1980 y hoy es posible visitar su casco antiguo.

Si seguimos subiendo por tierras manchegas, descubrimos el pueblo de La Isabela, en Guadalajara. Fue Fernando VII (sí, el de La Pepa), quien levantó el Real Sitio de La Isabela junto a los restos de la ciudad romana de Ercávica.

La decadencia del Guerra Civil convirtió lo que había sido un paraje de lujo en el embalse de Buendía, cubriendo todo el legado con agua. La novela La memoria del agua, de Teresa Viejo, detalla esta curiosa historia.

También en libros se cuentan historias de pueblos sumergidos en Castilla y León. Como es el caso de Ribadelago (Zamora), situado en el Lago de Sanabria, que por una ruptura en la presa de Vega del Tera en 1959, buena parte de los habitantes del pueblo murieron. En La Muedra (Soria) la playa oficial de interior se debe al embalse de la Cuerda del Pozo que cubre este pueblo.

Por el norte nos encontramos con Mansilla de la Sierra (La Rioja), donde  el río Najerilla hizo que por conservar los objetos de la antigua iglesia sumergida, el legado se desplazase a la Iglesia de la Concepción. Los visitantes pueden visitar el resto de ruinas cuando las aguas disminuyen.

En Galicia, una de las regiones donde más sangrante es la sequía, se nota especialmente este fenómeno. Sucedió así en Aceredo (Ourense) donde el embalse de Lindoso no dejó ver hasta hace unos años las casas del pueblo. En Portomarín (Lugo) el embalse Belesar hizo lo propio pero en su caso los vecinos se llevaron sus pertenencias a la iglesia de San Nicolás.

Sin querer dejarnos nada, terminamos con el levante, en Cataluña, San Román de Sau (Barcelona), los edificios renacen por la sequía y su iglesia románica del siglo XI es uno de los principales atractivos incluso para rodajes con el de la película Camino cortado (1955).

En Lleida, Tragó de Noguera quedó oculto por el embalse de Santa Ana en los años 60. Solo se conservan el castillo de Tragó, la ermita de Santa Lucía y el monasterio cisterciense de Vallverd.

Algún pueblo más se puede encontrar en Valencia, como Benágeber, en los años 50, que dio lugar a tres pueblos que se resistían a desaparecer y por eso se nombraron igual.

Y también Tous, junto al río Júcar, donde solo se conserva la fachada de la iglesia que fue trasladada a un nuevo lugar. Sin suerte, el derrumbamiento de la presa en los 80 acabó con los restos.