Este año Tucker: un hombre y su sueño cumple 30 años y lo hace en el puro ostracismo. Ningún sello se ha acordado todavía de ella para editar un blu-ray como dios manda. Y de volver a verla en la tele o en salas de cine ni hablemos. Lo cierto es que esta película, que no es otra cosa que la biografía de Francis Ford Coppola, no nació con suerte. Aunque fue producida por George Lucas (íntimo de Coppola, al que devolvía el favor de haberlo apadrinado en sus inicios), el film pinchó en taquilla.

La película sobre Preston Tucker, hecha a su medida, era un viejo sueño de Coppola. Tras la Segunda Guerra Mundial, Tucker se plantea el coche del futuro. Gracias al apoyo de su mujer Vera, de sus hijos y de un espabilado comercial llamado Abe, logra financiarse su propia fábrica de coches. Los grandes de la producción en serie de Detroit lo verán enseguida como una amenaza. De hecho, las tres marcas de coches más importantes de Estados Unidos se alían en su contra para enterrar el coche que lo revolucionaría todo.

Si sustituimos coches por films, industriales de Detroit por magnates de Hollywood y a un joven productor de coches por uno de películas, tenemos las memorias en celuloide del visionario Coppola, el Tucker del cine, un tipo gigante en físico y alma que devolvió la ilusión al cine americano y cargó las pilas a una generación necesitada de guías. Su grito de guerra en el rodaje de Apocalypse Now fue “¡Powaba, powaba, powaba!”. El de Tucker “¡Soltad al tigre!”.

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Con Coppola, como con Tucker, todo parecía fácil y posible. Como llegó a decir John Milius, era capaz de convencerte de que con él ibas a ser el primero en ganar el Premio Nobel con una película. Así, gracias a sus primeros trabajos, y siempre con el fiel respaldo de su mujer Eleanor, Coppola montó su fábrica de hacer cine, sus estudios American Zoetrope. Y lo hizo junto a Milius y un advenedizo Lucas.

Pero el sueño de Coppola, como el de Tucker, duró poco. Levantó a solas la gigantesca superproducción Apocalypse Now ante la mirada burlona de los ejecutivos de los grandes estudios y de la prensa vendida y finalmente se estrelló con Corazonada, su ruina. A partir de ese fiasco, su vida se centró en pagar todas sus deudas a los bancos y hacer películas por encargo.

Pero no fue Tucker una de esas películas, esta era especial. Coppola tardó años en levantarla y en documentarse para el guión. Tuvo que hacerlo con los reparos de la U.S. Securities and Exchange Commission, que tras mucha trabas burocráticas aceptó entregarle todos sus archivos sobre el fabricante de coches que estuvo a punto de ser encarcelado por meterse con los que no hay que meterse.

Coppola quiso rodar Tucker tras acabar su gran éxito El padrino II y le propuso a Marlon Brando interpretar al industrial soñador. Pero, al igual que Jack Nicholson, rechazó el papel. Tenaz, Coppola se lo propuso a Burt Reynolds cuando estaba rodando Apocalypse Now (con Brando), pero más de una década después de ese ofrecimiento (y por fin con el dinero de Lucas para levantar la película), Reynolds era demasiado viejo para el personaje. Finalmente, el papel recayó en Jeff Bridges, a quien acompañó su padre Lloyd con el personaje del mezquino senador Ferguson.

Tucker es un film incomprendido cuyo héroe es un empresario. La figura del hombre de empresa suele estar asociada a la ambición desmedida, la usura y la explotación, pero Preston Tucker es dibujado por Coppola y sus dos guionistas (Arnold Schulman y David Seidler) de forma positiva, casi rozando lo empalagoso, a lo Frank Capra. Y no lo ocultan y hasta se ríen de ello. De hecho, la película está narrada como si fuese el anuncio de una empresa, de esos que se emitían en la tele o se proyectaban en los cines. No es casual que una de las revelaciones que tiene Tucker es el descubrimiento del poder de la publicidad. Coppola también lo supo.

Además de con los héroes de Capra, en Preston Tucker también hay un cierto paralelismos con el personaje de Gary Cooper en El manantial, el visionario arquitecto Howard Roark inspirado en Frank Lloyd Wright. El propio Coppola llegó a reconocer que su proyecto frustrado Megalópolis tenía que ver con este personaje y esta película.  

Refuerza Coppola el personaje de Tucker, que es él, con escenas familiares, mucha cocina y grandes comilonas para familiares, amigos y empleados. De hecho, en una de esas comilonas vemos una botella de Rubicón, el vino que produce Coppola en California. “Cruzar el Rubicón” significa tomar una decisión atrevida aceptando terribles consecuencias. Rubicón es el río que César decidió atravesar con su ejército después de muchas dudas.

Tucker es un canto al independiente, al Quijote que lucha contra los poderosos, los funcionarios (tipos que ni te miran a la cara) y los que se esconden en lujosos despachos. El poder. La película está plagada de hombres que no contestan llamadas, que se escudan en secretarias cómplices, que siempre están reunidos, que nunca pueden atenderte, igual que el miserable senador Ferguson, el hombre que trama en la sombra la caída de Tucker.

La gran tesis de la película es que en la vida lo importante es la idea, el sueño. No importa si al final te la pegas. Es más: hay que pegársela, como se la pegan los prototipos. Las películas también pueden ser prototipos incomprendidos. En Tucker lo dice nada menos que Howard Hughes (Dean Stockwell) ante su famoso y gigantesco avión H-4 Hercules: “¿A quién le importa que vuele?”. Tucker refuerza la frase ante su juicio: “Equivocarse no va contra la ley”. En este proceso, que cierra la película a lo Capra y rozando lo almibarado, Tucker dice que América está cimentada sobre la libre empresa y la idea de llegar donde quieras, pero en ella el soñador es ahogado. Y remata: “Acabaremos comprado radios y coches a nuestros antiguos enemigos, los japoneses”. Y así fue. Es más: en esos años los japoneses estaban comprando medio Hollywood.

Visualmente Trucker es clásica y elegante. En ella Coppola vuelve a recurrir al cambio de escenario sin corte y mediante decorados (como en Corazonada, iluminada por el mismo que Tucker: Vittorio Storaro). Y en el apartado sonoro una curiosidad que pocos saben: John Williams llegó a componer algunos temas para la banda sonora pero no convencieron a Coppola, que acabó recurriendo a Joe Jackson y a su padre Carmine. Tucker logro solo tres nominaciones a los Oscar: Martin Landau como actor secundario (premio que sí ganó en los Globos de Oro), Dean Tavoularis como diseñador de producción (decorados) y Milena Canonero por su vestuario. Fue en el año de Rain Man, Big, Arde Mississippi y Las amistades peligrosas.

La película está dedicada al hijo que Coppola perdió en un horrible accidente náutico dos años antes, suceso que lo marcó de por vida: “Para Gio, que adoraba los coches”.