El tono tierno y el mensaje exageradamente positivo de ¡Qué bello es vivir!, de Frank Capra, es más entendible sabiendo de dónde partía y el mundo del que venía. Y ese mundo era la Segunda Guerra Mundial, una masacre que se cobró la vida de entre 50 y 60 millones de personas, nunca conoceremos la cifra real. Uno de los que lucharon en aquella conflagración fue el protagonista de la película, James Stewart, el modelo de chico bueno americano que había aparecido en Vive como quieras y Caballero sin espada, las dos de Frank Capra.        

Igual que otros de sus compañeros de profesión, como Clark Gable, Kirk Douglas, Paul Newman, Henry Fonda o Lee Marvin, Stewart se alistó y en concreto en la aviación, su gran pasión desde que era un brillante estudiante. Porque además de héroe de guerra y gran actor, Stewart fue un alumno destacado en la carrera de arquitectura que realizó en Princeton y en la que hasta presentó el espléndido diseño de un aeropuerto. Y como sus colegas, en pleno éxito, Stewart abandonó el cine durante un lustro para luchar contra los alemanes como comandante de escuadrón de bombarderos y más tarde como general de brigada. Aunque no abandonó el cine del todo, ya que protagonizó el corto de propaganda Ganando tus alas, dirigido por John Huston. En él Stewart explicaba cómo era la vida de los pilotos y animaba a los jóvenes a alistarse y a luchar. 

Stewart participó en su primera misión de combate en Alemania en diciembre de 1943, estuvo al mando de doce misiones en sus primeros dos meses y casi fue derribado en dos ocasiones. Alejado de las alfombras rojas, aquel piloto nada tenía que ver con el muchacho norteamericano de películas como Una chica de provincias o El bazar de las sorpresas. Había visto morir a compañeros, aviones en llamas, ciudades arrasadas. Por eso Stewart sufrió estrés postraumático y hasta temblores físicos. Fácilmente sobresaltado, huraño, el actor sufría la guerra en flashbacks, su cerebro regresaba al los aviones, las ráfagas de ametralladora, las explosiones, los cadáveres achicharrados. Las pesadillas y los pensamientos aterradores eran habituales en su día a día, una nueva realidad en la que perdió el interés en lo que antes disfrutaba, en el cine.

Pero el cine volvió a llamar a su puerta. Y el que llamó fue su amigo Frank Capra, que también se había implicado en la guerra. Había rodado Preludio a la guerra, la primera película de la serie de doce cortometrajes de propaganda Why We Fight, encargados por la Oficina de Información de Guerra y el general George C. Marshall. También Capra había abandonado la ficción para dedicarse al documental de guerra, al igual que sus amigos George Stevens y William Wyler. Stevens regresó cambiado de la guerra. A él le tocó rodar el desembarco de Normandía y los campos de exterminio nazis, los hornos, las cámaras de gas, las montañas de cadáveres desnudos. Aquello lo dejó tocado de por vida. Por su parte, Wyler también luchó como aviador en la guerra y rodó un brillante documental sobre el bombardero Memphis Belle y otro sobre el P-47 Thunderbolt. Wyler, además, rodó la mejor película de la posguerra: Los mejores años de nuestra vida.

Capra, Stevens y Wyler fundaron juntos Liberty Films, productora independiente con la que querían librarse de los estudios y sus contratos abusivos, de magnates como el infame Jack Warner, que se disfrazó en muchas ocasiones de militar para hacer actos publicitarios. Los grandes estudios fueron, de hecho, los que se beneficiaron de la victoria frente a los nazis. Gracias a ganar la guerra, el cine americano se expandió rápidamente por la Europa liberada y se convirtió en la industria cinematográfica hegemónica.  

La primera película de Liberty Films fue un material que le encantaba a Capra: un cuento navideño (nos lo advierten los título de crédito y unos dibujos animados, nada más empezar) que es una reformulación del relato bíblico de David contra Goliat. Su guion, escrito junto a Frances Goodrich y Albert Hackett, estaba basado en el cuento El mayor regalo, de Philip Van Doren Stern, un claro plagio a Charles Dickens (es Cuento de Navidad con su Mr. Scrooge incluido). Su protagonista era George Bailey, un humilde y honrado ciudadano que dirige un pequeño banco familiar (una cooperativa) a pesar de los intentos de un poderoso banquero, Henry F. Potter, por arruinarlo. El día de Nochebuena Bailey se enfrenta a la quiebra de su banco y decide suicidarse, pero algo extraordinario se lo impide. 

La película es un bonito alegato a la rectitud y la entrega a los demás, aunque también exalta el conformismo. Es un cuento sobre cómo la vida de un hombre ordinario afecta a otras muchas vidas, pero la vida que exalta Capra es una vida que no tiene nada que ver con el exotismo (Bailey sueña con viajar por todo el mundo), más bien con tener un trabajo, esposa, hijos y un hogar. Según Capra, la antítesis de ese mundo digno y correcto (en la vida sin que Bailey hubiese nacido recreada por el ángel Clarence) es Pottersville: bares, juego, alcohol y mujeres fáciles. En este sentido, es bastante penosa la contraposición entre Violet, la chica fácil del pueblo, y Mary, una ejemplar y recta muchacha con la que Bailey se casa casi sin tocarla antes del matrimonio, de forma casta. Es más, en Pottersville ¡ella no encuentra marido y es una solterona con gafas! 

A pesar de sus defectos, ¡Qué bello es vivir! sigue siendo LA película de navidad y tiene uno de los mejores finales del cine americano. Fue un éxito y logró cinco nominaciones al Oscar, una para James Stewart por su fabuloso trabajo. Pero no ganó ni uno, tenía un durísimo contrincante, aquel fue el año de la muy superior Los mejores años de nuestra vida. Y es muy curioso que tanto ¡Qué bello es vivir! como Los mejores años de nuestra vida advirtiesen sobre una nueva amenaza para el hombre que se había jugado la vida en la guerra contra el totalitarismo: el capitalismo corporativo e inhumano que no piensa en los hombres comunes, la codicia empresarial representada por el señor Potter y que puede llevarnos a otra forma de esclavitud y de autoritarismo. Y ni Capra ni Wyler eran comunistas, precisamente.   

James Stewart vivió como un progreso personal el rodaje de ¡Qué bello es vivir!. Rodando nuevamente junto a Lionel Barrymore (habían coincidido en Vive como quieras), en un descanso de la filmación le confesó que seguía confuso y con estrés postraumático, que todavía no sabía si el cine le seguiría llenando y motivando como antes. Lejos parecerse a su villano en la película, Barrymore sonrió, le miró a los ojos y le dijo: “Jimmy, ¿no es mejor entretener a la gente que arrojarles bombas?”. Por desgracia, Stewart, republicano y amigo personal de Richard Nixon, no le hizo mucho caso y voló su última misión de bombardeo en Vietnam, otra masacre en la que murieron entre uno y tres millones de vietnamitas. Tampoco conoceremos nunca la cifra real.