Arantza Santesteban dirige la película documental 918 GAU. Con premio en festivales como el de Torino, Dosclisboa o Novos Cinemas, 918 GAU acaba de pasar también por el Festival de Cine de San Sebastián y el 30 de septiembre se estrena en salas de cine.

El filme reconstruye una memoria fragmentada, la de la propia directora, Arantza, y su paso por prisión. Hablamos con Arantza Santesteban sobre su película, que huye de retratos colectivos y hace al espectador cuestionarse las certezas que asumía tener sobre un momento de la historia reciente de España.

¿Cómo surge la idea de la película?

La película surgió cuando revisité el archivo de cartas y fotografías que conservaba de prisión. Habían pasado seis años desde que abandoné la prisión y en el momento que abría esa caja se abrió ante mí un hilo de imágenes que tenían que ver con las palabras, las imágenes, las caligrafías y toda esa gestualidad que se desprendía de ese archivo. Me pareció todo un reto hacer una película sobre un mundo, el de la cárcel, que carece de imágenes más allá de los estereotipos, de lo que supone una vida encerrada.

¿De dónde nace tu interés por el cine documental? ¿Por qué decides estudiar cine?

Me decidí por empezar a estudiar cine en el 2010, recién aterrizada en la calle. Había un deseo de contar, de buscar imágenes, de expresar algunas sensaciones más allá de la palabra escrita. Me hice la maleta y me fui a Barcelona a estudiar guion en la ECIB. Más tarde estudié Documental Creativo en el Centro Francesca Bonnemaison y salí de allí con una primera película colectiva donde aprendí mucho.

En el filme, dices que es una película que no quieres hacer pero finalmente acabas haciendo, ¿te resultó difícil tomar la decisión de revisitar esta experiencia?

Siempre cuento que la idea de hacer una película sobre mi experiencia en prisión y la posterior salida fue al principio una idea de unas compañeras de las escuela de cine. Ellas querían hacer una película pero que hablase desde una óptica exterior. Sentía que estaban fascinadas por mi historia, sin embargo, yo no quería formar parte de una película hecha desde esa perspectiva. Pensaba que la fascinación impedía hablar de la experiencia mucho más ambigua, errática, dolorosa y compleja que es una experiencia como la que hemos pasado algunas personas. Por eso, pasó un tiempo hasta que decidí hacerla yo misma, dándole todos esos matices que he comentado.

¿Por qué decides mezclar las imágenes de archivo con las escenas con actores? ¿Qué te costó más?

Me gustó mucho trabajar en la secuencia de las imágenes de archivo, aunque pueda parecer lo contrario, hay mucho trabajo ahí. Elegir la forma de filmar el archivo, escribir la voz en off… fue trabajoso pero estoy satisfecha con el resultado. El resto de imágenes, las que aparecen ficcionadas, las rodé desde la intuición, de forma mucho menos racional, pero sentía que mi historia también estaba construida de esa materia, el deseo, el silencio, el trance… creo que estas escenas actúan como una especie de fuga de la rigidez y la racionalidad del archivo.

Hay pocas imágenes de tu paso por la prisión y uno de los momentos más visuales del documental es en el que recibes todas las fotografías que te envía un amigo estando allí.

La persona presa no dispone de dispositivos con los que capturar la vida cotidiana de prisión. La prisión es un mundo carente de imagen, como mucho el preso es fotografiado bajo la supervisión de la dirección y siempre de forma muy limitada. Yo tenía unas 20 fotografías del interior de la cárcel realizadas de esta forma pautada a la que me refería, pero consideraba que estas pocas imágenes hablan de detalles fundamentales para entender algunas lógicas carcelarias.

Las fotografías que me enviaba un amigo fueron muchísimas, e intentaban mostrarme esa vida exterior para que no me perdiese nada. Son una maravilla, una declaración de amor. Creo que analizar esas fotografías es clave porque indican cómo las personas desde el exterior creen poder acompañar a la persona que está dentro. A veces sucede que esas imágenes alimentan a la persona presa, pero mi pregunta es sí pueden existir otro tipo de imágenes que sostengan las vidas de las personas presas. Me gusta lanzar esa pregunta porque creo que es necesario pensar la prisión también desde la necesidad de imagen de la persona que está dentro.

Comentas en alguna entrevista que uno de los pocos lugares en los que es difícil documentar con cámara algo es la prisión, ¿crees que sigue siendo un tema tabú acercarse ahí?

Creo que no se trata tanto de un tabú sino de la propia lógica de la institución penitenciaria. La cárcel es un régimen de dominación terrible. Cuento una de las escenas que todavía tengo en mi recuerdo que es la situación de Rasha (nombre ficcionado) que era una mujer presa africana que sufrió un trato terrible ante una enfermedad mental que padecía. Si hubieran existido cámaras documentando todo aquello, hubiera existido, como poco, una denuncia contra la institución. El hecho de que no esté permitido el uso de cámaras no solo es una cuestión de seguridad, sino de permitir situaciones de abuso contra las personas presas.

El lago por el que pasea la actriz en uno de los últimos planos de la película, ¿tiene carga simbólica para ti?

Sí, mucha. Creo que funciona como una secuencia que habla de muchas cosas que para mí son importantes: el silencio, la espera de un pájaro que se posa sobre su mano, cierta oscuridad que entraña el proceso de elaboración del propio pensar. También hay algunas imágenes por las que propongo un duelo, que son esas imágenes del SXX, cargadas de simbolismo revolucionario, que nos han configurado a muchas de nosotras pero que nos mantienen sujetas a unas formas de retratar algunos activismos políticos que considero que hay que repensar.

La película retrata una experiencia personal que está ligada a un momento político muy concreto en la historia reciente, sin embargo, huye de retratos colectivos. ¿Te asustaba caer en representaciones políticas?

Nunca he buscado articular un lugar colectivo. No porque crea que la experiencia subjetiva individual sea la forma de escapar de las representaciones clásicas en las narrativas políticas, sino porque lo que se dice en esta película me atraviesa a mí, no me aísla de los demás, sino que me atraviesa y a partir de ahí puede resonar en otras personas. He buscado la resonancia, no la articulación de una individualidad ni de una colectividad. Me parece que desde ahí, se pueden hacer relatos diversos que hablen de experiencias colectivas.

Referentes o directorxs que te hayan inspirado en el cine documental.

En esta película me he fijado en autores como Chantal Akerman, Elizabeth Perceval y Nicolas Klotz, y también fue inspiradora una película que hizo Alessandro Bosetti (Horse NY) sobre un hombre que atraviesa las calles de NY repitiendo una misma frase todo el rato.

¿Hay próximos proyectos en marcha?

¡De momento terminar mi Doctorado! Después pondré en marcha otros proyectos, para los que tengo muchas ganas…

La revista se llama Más de Cultura y nos gusta acabar las entrevistas preguntando, ¿más de cultura y menos de qué?

Yo añadiría: ¡más cultura crítica y menos hooliganismo!