Arturo Ripstein: «No tengo palabras»

Yo soy fan de Profundo Carmesí, esa película de Ripstein inquietante donde las haya y con un cartel que aún guardo en mi memoria. Así que cuando supe que iba a pasar una semana yendo de acá para allá con él y su mujer, la escritora y guionista Paz Alicia Garciadiego, para la presentación de la adaptación cinematográfica de El coronel no tiene quien le escriba, tuve una mezcla de alegría y nervios considerable.

Paz Alicia se dirigía a él como RIP. Ese tratamiento que me pareció una mezcla de cariño y de esa querencia tan mexicana por la muerte, me gustó. Lo cierto es que hacían una pareja muy interesante y muy cercana. Por entonces yo no llegaba a los 30 años, así que los tres juntos, de avión en avión, parecíamos una familia de turismo por España.

Durante esos días hablamos desde la manera en que uno puede estirar las cervicales allá donde esté, con un ejemplo en vivo por parte de Paz Alicia, en la columna de un cine, hasta la existencia o no de Dios.

De Ripstein aprendí qué decir cuándo una película no te ha gustado en absoluto pero no quieres herir los sentimientos de quien la ha dirigido: «No tengo palabras». Como ven, nos convertimos en auténticos camaradas.

Entonces llegamos a Valencia. Maravillosamente tratados y con una agenda que Ripstein cumplió a rajatabla, nos invitaron a cenar en un lugar espectacular. El momento de las comidas y cenas a las que asiste un agente de prensa merece un capítulo aparte, ya les contaré.

Estábamos enfrascados comiendo moluscos cuando nuestros anfitriones valencianos comenzaron a hablar de ese tema recurrente, pero muy gracioso, sobre palabras que en distintos países latinos tienen diferentes significados.

En esas estábamos cuando, adivinen hacia donde derivó el tema, exacto, a contenidos sexuales. En ese momento, alguien de la mesa manifestó, además, ser sexóloga, con lo cual abundó y abundó sobre conceptos, vocablos, posturas y preferencias . Ripstein y Paz Alicia sonreían pero se veía claramente que no les apetecía mucho el tema. Acuérdense además que estábamos comiendo moluscos… Dios mío, ¿Había alguna manera de parar aquello? No, no la hubo…

Ripstein siempre fue fan de Buñuel y de hecho llegó a trabajar con él, pero aun así esta situación creo que le superó. Lo digo porque años más tarde, me encontré con él en un festival y saludándome con cariño me preguntó: «¿Cómo te va? ¿Sigues yendo a aquellos lugares extraños y tratando con aquellas personas extrañas?»