A menudo, los cineastas utilizan sus conocimientos audiovisuales para narrar aspectos de su propia vida. Como si con sus capacidades de retener momentos en el tiempo, congelarlos en un archivo, tuvieran el poder de almacenar recuerdos para siempre. Es quizás el ejercicio del que nos habla Romina Paula en la película argentina De nuevo otra vez.

La directora escribe, dirige y protagoniza una cinta sobre los orígenes, las raíces, sobre las crisis vitales, sobre la maternidad y los lazos emocionales. Como si el propio lazo que se incluye en el símbolo del infinito, que ilustra De nuevo otra vez, fuese el punto de partida.

La película se hizo hace un año con el Premio a Mejor Película latinoamericana en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián y en ella vemos a la propia Romina, que podría ser ella misma, o muchas otras mujeres que como su personaje vuelven a la casa familiar, después de haber sido madres.

Un estado temporal en el que tiene que vivir alejada de su novio y padre de su hijo, Ramón, que también es el hijo de la directora, en el refugio de su madre, Mónica, que es, realmente la madre de la cineasta. Una película que podría caer en absolutamente todos los tópicos de películas autobiográficas que hablan del auto-descubrimiento y la maternidad, pero que no lo hace en ningún momento.

Un juego de espejos

Nos ofrece, en cambio, un bonito juego de espejos en el que la protagonista se mira en su madre, en la ficción y en el texto del guion, del mismo modo que el espectador se mira en Romina o en cualquiera de los personajes que acompañan a la protagonista.

Observamos como una serie de avatares, que son también los avatares del círculo de amistades de la cineasta, tiran de fotos familiares, de recuerdos y anécdotas para concluir en un puñado de discursos aplicables a cualquier conflicto, persona o etapa vital. Ahí reside la fuerza de la película, en ese «de nuevo otra vez», que son las experiencias que nos pasan. Ese «volver a empezar» constante que atravesamos ante cualquier decisión importante.

El poder del discurso reside, precisamente, en las voces de los personajes, que van exponiendo poco a poco todos los detalles de los que la directora quiere hablar. Como, por ejemplo, la cuestión idiomática y cómo nuestra manera de comunicarnos o nuestros orígenes también determinan quienes somos. Porque en la vida hay conceptos y sentimientos, que no tienen traducción, esto lo vemos reflejado, por ejemplo, en las clases de alemán que Romina imparte cuando llega a Argentina.

Muy interesante también el aspecto de tratar la maternidad como un periodo de reflexión, pero nunca como algo de lo que arrepentirse. La maternidad siempre como una elección que es, en parte, lo que debería ser. Y así lo vemos reflejado en las interacciones entre Romina y Ramón, cómodos en su interpretación de una relación existente. Y que, en todo momento, se trata de una unión sincera y leal, evidenciando que las crisis personales no deben afectar nunca al desencadenante.

La revolución de las hijas de la mano de las madres 

Interesante también el matiz a la revolución de las hijas, de la mano de las madres, como si un ejército de feminismo auspiciado por esa unión tan fuerte entre una madre y una hija que se enfrentan a todo, fuera lo único que hace falta realmente para mover el mundo.

00

Estamos ante una película muy bella en su estética, muy cuidada y reflexionada para entrar en el intelecto y en el corazón del espectador de maneras distintas, como evidenciando el poder que tienen las películas de cambiar de forma según el momento vital en el que las estemos consumiendo.

Así, una persona de 30 años no verá lo mismo que una de 20 o una de 50 en De nuevo otra vez. Pero, no obstante, todas las opciones son correctas porque, al igual que no existe un manual de instrucciones para la vida, tampoco existe un manual para sentir las películas.