Un evidente síntomas del cruel paso del tiempo es tener que explicarle al espectador de una generación más joven quién es un actor que en tu juventud fue conocidísimo y es fundamental en tu experiencia cinéfila. Que lo petaba, vamos. Estoy seguro de que muchos jóvenes, y no tan jóvenes, no tienen ni la más remota idea de quién es Donald Sutherland si no es porque le han visto como el viejo Presidente Snow en la popular trilogía de Los juegos del hambre.

A Donald Sutherland, de 84 años bien llevados, le entregan hoy el Premio Donostia, galardón del Festival de San Sebastián que ya han recibido figuras de la talla de Gregory Peck, Vittorio Gassman, Bette Davis, Lauren Bacall, Robert Mitchum, Al Pacino, Michael Caine, Robert De Niro, Warren Beatty o Woody Allen. Con su premio honorífico el festival reconoce a uno de los actores con más personalidad y talento que ha tenido el cine americano, y eso que Sutherland es canadiense.

Nacido como Donald McNicol Sutherland, 1,93 de altura, saltones ojos azules y mirada siempre perturbadora, estamos hablando de una raza de actores que ya no nacen, ni se hacen. Bastante cerebrín, se sacó el título de ingeniero y el de Arte Dramático, su gran vocación. Sus primeros pasos sobre las tablas fueron con la compañía de comedia UC Follies, de Toronto. En el cine americano su primera aparición fue en la película Doctor Terror, junto a Christopher Lee, y en la tele en El santo, en la que interpretó dos personajes.

Es curioso que este entregado activista en movimientos pacifistas se hiciese famoso interpretando a militares gracias a personajes como el chalado Vernon Pinkey en Doce del patíbulo (papel que le llegó de chiripa gracias a que el actor que iba a interpretar su papel se cayó del reparto el día antes de empezar a rodar), el capitán Benjamin Franklin Pierce en MASH o el sargento Oddball en Los violentos de Kelly.

También en los setenta brilló en el thriller Klute (junto a Jame Fonda, con la que tuvo un romance de dos años) y hasta interpretó al mismísimo Jesucristo en Johnny cogió su fusil. En esta década no pudo evitar que los directores y productores le siguiesen llamando para interpretar a pirados y atormentados sexuales, como en El día de la langosta, Novecento o Casanova. A finales de esta década, Sutherland consiguió salir de estos papeles y regresó a la comedia golfa gracias a John Landis y sus películas Made in USA y Desmadre a la americana, en la que interpretó al profesor progre Dave Janning y hasta enseñó el culo.

El mismo año del estreno de la cinta de Landis llegó uno de sus personajes más recordados y admirados, el desgarbado y excéntrico Benell, inspector de sanidad en la fabulosa La invasión de los ultracuerpos. Nadie que haya visto su final (hola, jóvenes, deben verla) olvida el alarido de su personaje mientras la cámara de Philip Kaufman se acerca a su boca abierta. Pura historia del cine.

Inaugura Shuterland los conservadores años ochenta, en los que no destaca especialmente, con el oscarizado drama Gente corriente, dirigido por Robert Redford. Tras ella llegó la estupenda El ojo de la aguja, en la que interpretó a un perverso espía nazi, Hola Mr. Dugan, olvidable comedia de Nel Simon en la que trabajó junto a su hijo Keifer (lo vuelven a hacer en Tiempo de matar), y Revolución, un fiasco protagonizado por un Al Pacino en horas tan bajas que tras el batacazo comercial y de crítica se pasó cuatro años sin aparecer en otra película. Otro gran actor con el que coincidió Shuterland en los ochenta es Marlon Brando, en Una árida estación blanca.

Los noventa son otro cantar. Tras aparecer en Llamaradas (como un pirado otra vez) y estar a punto de ser Hannibal Lecter en El silencio de los corderos, Oliver Stone le hace el regalazo del Señor X en JFK. Es el militar que explica, en una mañana lluviosa en Whasington, toda la conspiración y el golpe militar para cargarse a Kenney frente a un superado juez Garrison. Esa misma década actúa en la premiada Seis grados de separación y en la muy interesante Ciudadano X, sobre Andrei Chikatilo, famoso y bestial asesino en serie. También apareció en las comerciales Acoso, Estallido e Instinto.

Los 2000 marcan su regreso a los orígenes (la televisión) y arrancan con la llamada de Clint Eastwood (con el que había compartido camerino en Los violentos de Kelly) para interpretar a Jerry O´Neil en Space Cowboys. También lo vimos en el remake de The Italian Job y en Cold Mountain. Su último trabajo se acaba de estrenar en los cines: Ad Astra, junto a Brad Pitt.

Donald Shuterland ha tenido una vida larga y una envidiable carrera de más de 150 películas en la que ha trabajado con la flor y nata del cine. Pensemos que ha sido reclamado por cineastas como Robert Aldrich, Robert Altman, John Schlesinger, Bernardo Bertolucci, Nicolas Roeg, Alan J. Pakula, Federico Fellini, John Sturges, Herbert Ross o Louis Malle. Y a pesar de todo lo currado, sufrido, aprendido, gozado y ganado no para, no descansa, sigue. Actualmente rueda junto a Nicole Kidman la serie de HBO The Undoing y acaba de rodar el thriller The Burnt Orange Heresy, la serie Trust y la película El juego de sus vidas, junto a Helen Mirren.

Tampoco le ha hecho ascos a las tablas. En teatro fue candidato al Outer Critics Circle Award en la categoría de Mejor actor por la producción del Lincoln Center Ten Unknowns. También ha protagonizado en Londres, Toronto y Los Ángeles producciones de Enigmatic Variations, traducción de la obra francesa de Eric-Emmanuel Schmitt a cargo de su hijo Roeg Sutherland.

Lo más tremendo e injusto de su carrera es que a pesar de haber logrado un Emmy y un Globo de Oro, Sutherland nunca ha sido nominado a un Oscar. Jamás. Sí, hablamos de la misma academia que ha nominado dos veces a Sylvester Stallone. Afortunadamente, la institución enmendó el error y en 2017 le entregó un Oscar Honorífico para reconocer toda su obra.

En el discurso de aceptación, Sutherland recordó el día en el que supo que le iban a dar su tan postergado Oscar. Se lo comunicó por teléfono el Presidente de la Academia (John Bailey, director de fotografía con el que coincidió en Gente corriente) mientras estaba en Italia, ante su mujer, una vista maravillosa y un delicioso plato de pasta. Al enterarse, Francine Racette (45 años juntos), le dijo: “Donald, tenemos que perder peso”. A lo que él, tras mirar otra vez las vistas romanas, a su mujer y al plato de pasta, respondió: “Empezamos mañana”.

Donald Sutherland remató su discurso de agradecimiento con una famosa frase de Jack Benny en una entrega de premios: “No merezco esto, pero también tengo artritis y tampoco la merezco”.