“Las palabras nunca podrán contener, como contiene la música, esa gracia innombrable que no puede ser definida, pero que pasa como la luz de mente en mente”.

Esta frase, de la poetisa australiana Gwen Harwood, acompañaba la fotografía que le envió por correo a Ethan Hawke el director, también australiano, Peter Weir. Lo hizo para celebrar el 30 aniversario del estreno de la película que los reunió: El club de los poetas muertos. La foto fue mostrada públicamente por Hawke en su Facebook.

Hawke fue descubierto como actor infantil por Joe Dante (en Exploradores) pero tardó cuatro largos años hasta encontrar otro director que confiase en él. A partir del éxito y su personaje (Todd Anderson) de El club de los poetas muertos, la carrera de Hawke en Hollywood por fin despegó y rodó Mi padre, Colmillo blanco, ¡Viven!, Bocados de realidad… Otro actor que logró una carrera gracias a su personaje (propuesto antes a River Phoenix) fue Robert Sean Leonard, que trabajó posteriormente en Mucho ruido y pocas nueces, La edad de la inocencia y la serie House, en la que interpretó a un doctor, que es lo que su abominable padre quiere que sea en esta película.

El guión de El club de los poetas muertos es de Tom Schulman y fue el primer guión que mandó a los estudios. Menuda potra. El texto, además, ganó el Oscar de su año y de forma inmerecida. Los otros guiones nominados (Delitos y faltas, Cuando Harry encontró a Sally, Haz lo que debas y Sexo mentiras y cintas de vídeo) eran bastante superiores, sobre todo los dos primeros, de Woody Allen y Nora Ephron.

Para la creación del personaje medular de la trama, el motivador, apasionado y extrovertido profesor John Keating, Schulman se basó en un personaje real, el profesor Samuel F. Pickering Jr., al que conoció en la Montgomery Bell Academy, en Nashville, Tennessee.

Todo apuntaba mal para la producción de El club de los poetas muertos. El director pensado para dirigir la película era Jeff Kanew, un director muy mediocre que había pensado en Liam Neeson como el profesor. Otro director podría haber sido Dustin Hoffman, que quería debutar en la dirección y también interpretar al profesor Keating, personaje que también fue ofrecido a Bill Murray, Mickey Rourke, Alec Baldwin y Mel Gibson, que ya había trabajado con Weir en Gallipoli y El año que vivimos peligrosamente. Mel pidió una barbaridad de dinero.

Finalmente Weir fue fichado como director y luchó porque fuese Robin Williams el protagonista. Weir venía de rodar el éxito Único testigo y el fracaso La costa de los mosquitos, las dos con Harrison Ford, y Williams de Good Morning Vietnam, un éxito de Disney, productora de El club de los poetas muertos y que olió un nuevo éxito con el actor. Por aquel entonces Williams estaba echos unos zorros porque su vida privada era un desastre: se iba a divorciar de Valerie Velardi, su primera mujer.

Para su equipo Weir repitió con el director de fotografía John Seale, con el que había trabajado en La costa de los mosquitos, igual que Alan Splet, experto en sonido conocido por sus trabajos para David Lynch en Cabeza borradora, El hombre elefante o Dune.

Primero pensaron en rodar la película en Georgia, pero tenían que alquilar costosas máquinas de nieve artificial, así que optaron por rodar más al norte y con más frío, en Delaware. La elección de una nieve real fue fundamental para la escena en la que Hawke llora destrozado sobre la nieve, un escena que se rodó antes en interiores pero ni a Weir ni a Hawke les parecía convincente. Además, tuvieron que rodarla en una sola toma porque la nieve se estaba derritiendo.

Desde el principio los actores durmieron en la misma habitación, hicieron piña y hasta recibieron una curiosa sugerencia por parte de Weir: que no usaran champú al ducharse, sino jabón. Así podrían sentir cómo se vivía en los años cincuenta. Ademas, Weir les dio una lista de libros, canciones y películas que gustaban a los adolescentes en los años cincuenta, a parte de una buena colección de fotos de la época.

Otra decisión fundamental y muy sabia por parte de Peter Weir fue la de rodar toda la película en orden cronológico para así captar mucho mejor el desarrollo de las emociones entre los adolescentes y su relación (del choque inicial a la plena admiración al final) con el profesor Keating.

Disney, que gastó apenas 16 millones en producir la película, no estuvo del todo feliz con los 95 millones ganados en la taquilla norteamericana, pero la película fue un boom en el resto del mundo, con 235 millones de dólares de recaudación y superando en taquilla a otros grandes éxitos de la compañía como La sirenita.

Con todos sus valores, eso sí, nunca hay que olvidar que, como Good Morning, Vietnam, estamos ante un éxito de Disney. Y ese éxito está ligado a una manera blanca y amable de ver la vida, la educación, la madurez y el mundo. Vamos, que no estamos ante una película del arrojo de If…. (Linday Anderson, 1968), con esos uniformados estudiantes de colegio pijo que acaban cargándose a balazos a toda la oligarquía británica.

Tampoco, aunque se parece, es un Alguien voló sobre el nido del cuco. Hay quien escribió con muy mala leche que El club de los poetas muertos debería titularse One Flew Over the Robin’s Nest (Alguien voló sobre el nido de Robin) por sus parecidos: institución represiva, héroe libertario, adolescente que quiere liberarse pero lo empujan al suicidio…

De hecho, la película acaba siendo más conservadora y achantada a medida que llegamos al final del metraje. Sí, se invita al “Carpe Diem”, Keating hace rasgar libros y se sube a las mesas, pero sin pasarse, sin acabar como los chicos de If….
De hecho, Keating llega a decir: “Hay un momento para el valor y otro para la prudencia. El que es inteligente, sabe distinguirlos”. “Extraer todo el meollo a la vida no significa meter la pata. Hacer que te expulsen de la escuela no denota valentía, sino estupidez. Porque se perdería grandes oportunidades”.

Sea como fuere, la película se sigue admirando y recordando. Tanto que en 2014, al conocerse la muerte por ahorcamiento de Robin Williams, muchos usaron el famoso “O Captain! My Captain!” en los obituarios. Supongo que al leer la horrible noticia más de uno recordaría el más famoso diálogo de la película: “Somos alimentos para gusanos, señores. Aunque no lo crean, un día todos los que estamos en esta sala dejaremos de respirar. Nos pondremos fríos y moriremos. Aprovechen el día, muchachos. Hagan que sus vidas sean extraordinarias”.