La Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián homenajeará al actor y director Paul Naschy con una exposición que se podrá visitar desde el 26 de octubre hasta el 14 de diciembre en el Centro Cultural Okendo. En ella se exhibirá material inédito cedido por su familia y contenidos prestados por colegas que trabajaron con él. Será el más extenso y completo reconocimiento que se haya hecho jamás a la trayectoria de Naschy.

En la exposición, montada gracias a la inestimable ayuda y trabajo de recopilación de su viuda, Elvira Primavera, y sus hijos, Sergio y Bruno, se podrá disfrutar del archivo personal de Naschy, desde sus álbumes de fotos hasta su propia mesa de despacho.

A Jacinto Molina Álvarez, Paul Naschy, lo llamaron también el Lon Chaney español por ser, como el actor norteamericano, el hombre de las mil caras. Recuerdo haber conocido a este diseñador, escritor, actor, director, guionista y campeón de España de halterofilia en el hotel López De Haro de Bilbao. Me recibió en su habitación con aspecto cansado, abatido. Su voz era vaporosa, no hablaba con el entusiasmo de algunas de sus anteriores entrevistas, era un hombre claramente enfermo. Pero estaba encantado de hablar de su carrera y de los fans que tenía por todo el mundo, amantes del cine fantástico más bizarro, de la serie B y Z, su territorio, su gran pasión.

Naschy fue y sigue siendo estimado en Estados Unidos o en Japón, pero España le dio de lado aunque lograse la Medalla de Bellas Artes. A Jesús Franco, director su misma liga (la del cine de producciones ínfimas y a veces rijosas) sí logró el Goya de Honor que él no logró jamás. Para los puristas o académicos Naschy hacía malas películas y encima de un género siempre denostado como es el fantástico. Y en muchos casos es verdad, muchas de sus películas eran malas, pero siempre fueron films osados y hechos para gozar, con sentido del espectáculo, películas inocentes (el propio Naschy se definió como un ingenuo), cargadas de romanticismo y hechas a la vieja usanza, con maquillajes y trucos artesanales, sin ordenadores.

El acierto de Naschy fue que optó de forma tremendamente osada y pasional por el cine de evasión en plenos años sesenta y setenta. Optó, con sus colmillos de plástico y sus orejas puntiagudas, por entretener con el horror en un país experto en el horror, la frustración sexual, la violencia, la religión, el fanatismo, la brujería, la inquisición… El suyo fue un cine sobre el espanto en un país espantoso. En España lo feo y terrible estaba fuera de las salas de cine, no dentro. Al cine ibas a divertirte, a ver una peli del hombre lobo.

En aquel encuentro en el hotel López De Haro, Naschy me contó que nada menos que Steven Spielberg y Quentin Tarantino habían contactado con él para trabajar en algo juntos. Se lo contaba a todo el mundo y se ilusionaba al contarlo, de repente le brillaban aquellos ojos apagados y tristes. Y te preguntabas si te estaba vacilando, se estaba mintiendo o era verdad. Es cierto, desde luego, que conoció al director de Pulp Fiction, que hizo un epílogo para su libro de memorias Cuando las luces se apagan. En él Tarantino, devorador del cine de serie Z de todo el planeta, sentenció como solo él sentencia: “Paul se ha ganado su puesto en la historia del cine fantástico, al lado de Poe, King, Karloff, Lugosi, Lovecraft, Stoker o Doyle”.

Tarantino decía haberlo conocido en la película La marca del hombre lobo, en la que interpretaba a su famoso Valdemar Daninski (personaje que tuvo que convertir en polaco porque los censores meapilas de Franco no permitía hombres lobos españoles). Y la define así: “Un delirio que no respetaba nada y lo respetaba todo. Se salía de todos los cánones y tenía una extraña carga anárquica que rompía los esquemas, poseía magia, erotismo, belleza formal y un licántropo cuyo salvajismo y tormentosa personalidad le hacían mítico nada más nacer”.

Naschy no solo quería que su hombre lobo fuese español, lo quería además asturiano. Era una homenaje a sus ancestros, ya que su madre era de Cangas de Onís. Pero él nació en Madrid y allí, con su madre, fue a ver la película que lo marcaría de por vida: Frankenstein y el hombre lobo, de 1943 y dirigida por Ron William Neill. Al salir de la película el pequeño Jacinto salió arrebatado y ya en la vejez él expreso esta epifanía con un símil pugilístico: “Salí del cine como un boxeador sonado”. Esa proyección cambió su vida, dedicada por completo a su amor por el fantástico y por su lucha inagotable para levantar cada uno de sus rodajes.

Antes del cine, en su juventud tuvo trato de amistad con el famoso asesino Jarabo, fue un excelente ilustrador de carpetas de discos, autor de novelas populares de bolsillo y se hizo por fin famoso por ser un gran gimnasta y colosal levantador de pesas, llegando a proclamarse campeón de España en 1958 en la categoría de peso ligero. Tras este logro, fue escogido para representar al país en los campeonatos de Europa y mundiales de 1961 celebrados en Viena. Acabó como sexto en el europeo y noveno en el mundial. Tenía 27 años.

Un año después, y siendo estudiante de arquitectura, se presentó a las pruebas de casting de la producción de Samuel Bronston 55 días en Pekín. Contó Molina que se encontró con una cola de 400 personas y se presentó con su camiseta de halterófilo, sacando pecho, imponente. Cuando se estaba marchando, un ayudante de Nicholas Ray le llevó a su despacho y le contrataron.

Naschy dejó 15 películas como director y como actor trabajó con directores como Tulio Demicheli, Javier Aguirre, León Klimovsky, Antonio Mercero, Luciano Berriatúa o Brian Yuzna. Y cuando La marca del hombre lobo logró distribución mundial le pidieron un sobrenombre para venderse mejor en el extranjero. Y ahí nació Paul Naschy, para algunos un director intrascendente y un actor de tercera y para otros un incuestionable icono del cine fantástico.

Muchos de estos últimos son los que hace 21 años lo recibieron en un hotel de Manhattan, en un evento organizado por la revista Fangoria, como a una figura del celuloide a reivindicar. Naschy observó cómo lo recibían entre aplausos, lo escuchaban y le pedían autógrafos en masa, para que firmase fotos, carteles y carátulas de películas como La maldición de la bestia, La noche de Walpurgis, La maldición de la bestia o El caminante. Aquel día, que no olvidaría en la vida, Naschy llegó a firmar más de doscientos carteles y fotos de sus trabajos.

Desgraciadamente, el final de Paul Naschy fue doloroso, triste e injusto. No fue por un crucifijo, una estaca, una bala de plata, el desprecio de la profesión o el ostracismo. Fue por una negligencia médica. Naschy comenzó a visitar a su urólogo en 2003 y en 2006 empezó a tener peligrosos niveles analíticos en su próstata. El médico se negó a hacerle una simple biopsia y le dijo que, sencillamente, su próstata era grande. En 2009 tuvo que quitársela y estaba invadido de metástasis. Murió ese mismo año a los 75 años y entre espantosos dolores. El médico fue condenado a pagar 43.682 euros a la familia.

El hombre lobo español está enterrado en Burgos, ciudad en la que pasó parte de su infancia y nació su querida Elvira.