El pasado viernes nos enteramos del fallecimiento del actor argentino Federico Luppi. Desde Marketing de Cine queremos hacerle nuestro homenaje, haciendo hueco a Mónica Hidalgo, una firma invitada con la que conocer a este gran actor.

Mónica Hidalgo. Jefa de Prensa de la extinta AltaFilms. Actualmente miembro del Gabinete de Prensa del Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria

¡Buen viaje Federico!

Fue en 2006, llevaba tres años sin verle, desde que dejé la jefatura de prensa de la distribuidora española Alta Films y me trasladé a mi ciudad natal, Las Palmas de Gran Canaria. Era mi primer Festival grancanario como parte del equipo, y la suerte hizo que ese año el premio honorífico fuera para él, el titán: Federico Luppi.

Allí estaba yo el día de su rueda de prensa, allí estaba como es habitual en mí, en un rincón, prácticamente escondida detrás de las autoridades que acudían a recibirlo, y ese hombre inmenso, con esa voz maravillosa salió del coche oficial, me descubrió, corrió y se abalanzó con sus grandes brazos abiertos mientras me gritaba “Mamita”… una vez más caí rendida ante los encantos del más grande de los actores que jamás se cruzó por mi vida.

El intérprete que me insistió para que lo acompañara por la alfombra del Festival de Cine de San Sebastián en 1998, en la presentación de Martín (Hache), edición que le valió la Concha de Oro a la mejor interpretación… La Concha… cómo le divertía el nombre de ese premio. Allí estaba yo en vaqueros diciéndole una y mil veces que no, y él erre que erre… Federico nunca, nunca te dejaba atrás. Te hacía sentir importante, apreciada, una más. Él se ponía siempre a tu nivel, daba igual que tuvieras veinte o treinta años, se entregaba con asombro a tus historias, te preguntaba y te ayudaba a que tú misma te cuestionaras.

Mi linda Carmen, poco escribo o poco comento de mí misma. Procuro no vanagloriarme de las experiencias preciosas que me ha brindado la vida, tenemos la suerte de haber trabajado en un sector llamativo en el que es fácil que el ego se desmarque y vaya por su lado. Yo al mío lo mantuve a raya, al fin y al cabo nosotros no somos protagonistas, solo testigos de estas historias. Hemos tenido un oficio que nos ha regalado momentos inolvidables, y esos, normalmente, se quedan en nuestro recuerdo.

Sin embargo, vas a permitirme que por una vez recurra a mi vivencia, porque es la única forma que tengo de rendir un homenaje a una de las más bellas personas que se cruzó por nuestro camino, Federico Luppi.

Se nos fue el viernes 20 de octubre de 2017. No lo leí, no lo escuché por radio o televisión, simplemente alguien que sí lo había hecho lo dijo en alto. El corazón se me paró, no podía ser verdad… Luppi, tan grande, tan fuerte, tan sabio. Luppi el actor inconmensurable, el hombre generoso, el amigo, la mejor compañía. Ni tan siquiera me había enterado de su accidente doméstico.

Lo conocí en 1998, “Martín H” nos presentó y desde ese momento nuestras vidas se cruzaron en, al menos, seis o sietepelículas más. Cada encuentro conllevaba un rodaje, un estreno, un deambular por la geografía española presentando en distintas ciudades el trabajo que tanto amaba, eran festivales, premios, alfombras rojas, ruedas de entrevistas, sesiones de fotos… esto multiplicado por seis, siete u ocho, hace que un amor a primera vista, crezca y se multiplique.

Martín (Hache) (1997), dirigida por Adolfo Aristarain; Frontera Sur (1999), de Gerardo Herrero; Lisboa (1999) bajo dirección de Antonio Hernández; Las huellas borradas (1999), de Enrique Gabriel Lipschutz; Divertimento (2000) del debutante José García Hernández;El lugar donde estuvo el paraíso (2001), también de Gerardo Herrero; y Lugares comunes(2002), de nuevo de Adolfo Aristarain; son los títulos con los que construyo el recuerdo del hombre. Cada una de estas películas fue una hermosa ocasión de volver a disfrutarle, fueron sonrisas, amabilidad y predisposición. Fueron conversaciones eternas, desayunos y comidas-¡cómo disfrutaba con las comidas!- y sobre todo fue la forma en la que descubrí la grandeza de Luppi.

Pensar en el actor es, sin duda, pensar en muchos otros títulos. En mis recuerdos cinéfilos siempre quedarán Mario, el maestro rural de la magistral película de Adolfo Aristarain Un lugar en el mundo; el tiernísimo Saúl, o Raúl, según tuviera o no que fingir ser judío, en la maravillosa historia de amor tardío de Eduardo Mignogna, Sol de otoño; y por supuesto Martín, un personaje intenso, un prodigio de interpretación que nos regala un pedazo de vida en estado puro, de nuevo gracias al magisterio de Aristarain.

Los personajes de Luppi respiraban autenticidad, grandeza, elegancia. Así como él, un hombre sin dobleces, transparente. Federico hablaba abiertamente del dolor, de la felicidad, de la experiencia y la inexperiencia, de la vida y de la muerte.

A Federico no le temblaba la voz en las entrevistas, reconocía sus aciertos y sus desaciertos, y jamás evadió una respuesta. Federico se ha posicionado políticamente, ha puesto rostro a la voz de muchos desfavorecidos, ha asumido con valentía su condición de hombre de izquierdas, y en su senectud no se asentó en el conformismo. No, siguió combativo y elevando la voz allí donde pensaba que debía de hacerlo.

A los que ahora vienen aireando su situación económica, ¿es que no saben que él siempre se mojó al hablar de su condición desastrosa cuando sufrió en sus carnes los efectos del “corralito”?, ¿a quién puede no afectarle la restricción de la  disposición de los ahorros de una vida?, ¿es que no lo dijo suficientemente claro cada vez que le preguntaron por su nacionalización española?, ¿quizá no entendieron que en España pudo rehacerse y continuó reinventándose, superándose y creciendo?  ¿Qué vienen a descubrir los que después de su muerte alimentan el espacio de los medios de comunicación con asuntos del pasado?

Nosotras conocimos al Luppi cano, al elegante Federico con su sempiterno pañuelo al cuello, daba igual que hiciera frío o calor, al hombre que se enamoró de Susana, al que fue su cicerone en Buenos Aires y al que caminó a su lado hasta el pasado viernes. Federico y Susana, una sonrisa compartida, una complicidad eterna, una pareja que nos regaló instantes impagables. No conocimos al joven temperamental, ni tampoco al hombre que inspiró a Aristarain para regalarle un papel a su medida “Martín”. Nuestro Federico Luppi tenía su carácter, claro que sí, pero no conseguía engañarnos cuando hacía de villano, porque inmediatamente se volvía, te sonreía y te guiñaba un ojo.

Así fue la última vez que le vi, de nuevo la suerte me volvió a regalar los grandes brazos de Luppi, su calidez, sus ojos vivos y su gran sonrisa. Esta vez yo sólo era testigo, no andaba implicada, el trabajo me absorbía y un amigo me pidió que llevara a mi hijo a un casting. No sabía para qué era, nunca lo dicen. Yo estaba liada, así que mi padre llevó al niño.

Óscar acaba de cumplir 6 años: sólo tenía que entrar, llamar a su abuelo y ensuciarle un pantalón mientras tomaba chocolate. Lo bordó, claro, la prueba la hizo con su abuelo real. Al par de meses me llaman, la prueba era para la película titulada Que parezca un accidente, el niño jugaría el papel de Benito, el nieto de Luppi. No voy a decir cómo fue ese encuentro, sólo voy a contarles que ese día se oficializó en la ficción, lo que de facto yo ya sentía, que el gran Luppi era parte de mi familia.

Estuve en la presentación de la película, en el rodaje con el niño y en la fiesta de final de rodaje. Jamás pensé que esa sería la última vez que lo vería, que hablaríamos, que nos contaríamos cómo nos iba la vida… porque daba igual el tiempo que pasara, sabía que a la próxima vez volvería a sentir su abrazo infinito acompañado del grito “Mamita”.