El primer amor de Marlon Brando fue su niñera. En vida reconoció que su marcada sexualidad empezó muy pronto, nada menos que a los cuatro años, cuando su tata y él dormían desnudos y la amaba en secreto. “Fue hasta que se casó y abandonó mi hogar. Juro que pasaría gran parte de mi vida tratando de encontrarla”.

Brando debutó en el cine en Hombres, pero se pasaba la película sobre una silla de ruedas. Fue su segunda película, Un tranvía llamado deseo, la que lo convirtió en un icono sexual y en el actor más valorado de su generación. Tres años después, su motero Johnny Strabler en Salvaje se convirtió en otro icono sexual tan relevante que su atuendo fue imitado por el mismísimo Elvis, el segundo hombre más deseado en aquella Norteamérica.

Lo que las fans no sabían es que a Brando también le gustaban los tíos y era un devorador en el sexo y en la mesa. Antes de abandonarse y acabar inmensamente gordo, fue sexy, seductor y rico. No muy listo, según Truman Capote. En su estupendo retrato, titulado El duque en sus dominios, el escritor lo presenta como un ser bello pero absurdo y sugiere la razón de su incansable búsqueda de cama en cama. Todo tenía que ver con su primer amor roto: el de su madre alcohólica. Así lo confiesa: “Un día mi madre dejó de importarme. Ella estaba allí. En una habitación. Aferrándose a mí. Y la dejé caer. Porque ya no podía soportarlo. Verla en pedazos, frente a mí, como una pieza de porcelana. Desde entonces fui indiferente”.

Brando, que en su época más desenfrenada llegó a estar con cinco mujeres al mismo tiempo, cortejó a Marilyn Monroe, Marlene Dietrich, Grace Kelly, Jackie Kennedy… a cientos, conocidas y anónimas. Sus esposas oficiales fueron tres, las tres desconocidas y de piel canela. Le volvía loco ese tipo de piel y, de hecho, su relación más duradera fue con Rita Moreno. Los dos se devoraban y se ponían los cuernos mutuamente. Para ponerle celoso, y al enterarse de una de sus nuevas conquistas, Moreno contraataco acostándose con Elvis. Por cierto: pocos saben que Brando también se encamó con Leonard Bernstein, compositor de la película más famosa de la actriz latina: West Side Story.

Rita Moreno dijo sobre él: “Mi relación con Marlon fue como una tormenta. Fue sensual, divina, chistosa y entretenida, pero más que nada una obsesión. Era como la cocaína. Le encantaban las mujeres y yo quería que él fuera fiel, pero eso era imposible. Había tantas mujeres en su vida… Después de todo lo que pasamos me sentía tan mal, tan inferior y tan triste, que tomé pastillas. Me quería matar”.

El voraz Brando no solo se alimentaba de mujeres, también de hombres. De hecho, no disimuló su lado femenino, con el que le gustaba coquetear hasta en sus películas. Solo hay que recordar los amaneramientos de Fletcher Christian al inicio de Rebelión a bordo, su personaje bisexual en El último tango en parís o su viejo pistolero travestido de señora en Missouri. Y no digamos el reprimido y masoquista Weldon Penderton de Reflejos en un ojo dorado. Es como si Brando se hubiese querido quitar al machirulo Stanley Kowalski de encima el resto de su carrera.

Uno de sus primeros amores masculinos fue con un hombre que también tenía la piel oscura. En la cafetería Hector´s, esquina de la Cuarta con la Séptima, Normal Mailer le presentó a James Baldwin. Marlon ya había conocido el sexo con hombres en la academia militar de Shattuck, concretamente con un adolescente llamado Steve Gilmore. Igual que a Moreno, lo destrozó cuando el chaval descubrió la cantidad de novias que compaginaba con su relación. Un conocido de Baldwin, el productor Quincy Jones, declaró recientemente: “Brando se follaba cualquier cosa. Se folló un buzón de correos, a James Baldwin, a Richard Pryor o a Marvin Gaye”.

Además del atormentado y masoquista James Dean, otro torturado actor que se enamoró de Brando fue Montgomery Clift, alcoholizado por su reprimida homosexualidad. Su amor duró poco, aunque su amistad se prolongó hasta la prematura muerte de Monty. Brando, hedonista sin complejos, era incapaz de lidiar con los insoportables bajones del maniaco-depresivo actor. Los dos fueron las estrellas del cartel de El baile de los malditos, en cuyo rodaje Marlon espiaba a Monty para descubrir su técnica.

Otro gigante de la interpretación que quedó prendado de él fue Sir Lawrence Olivier. En 1946 el joven Brando deslumbró en la obra Antígona, que entusiasmó al shakesperiano actor, casado con Vivien Leight. El amanerado Olivier apareció en su camerino y le dijo: “Qué maravilla de representación. Soy el que se ha casado con Scarlett O’Hara”. Cuando la también maniaco-depresiva Leight se enteró del romance gay de su marido, dijo: “¿Marlon Brando?, yo debería probarlo también”. Cinco años después, y gracias a Un tranvía llamado deseo, Leight compartiría con Brando más que un plató.

Y de repente llegó el primer gatillazo. Preocupado, Brando viajó a París a desconectar del estrés de su oficio y conoció al director Roger Vadim, amante de Jane Fonda, con la que el actor trabajó en La jauría humana. Emborrachándose y esnifando cocaína por el Barrio Latino, Brando conoció a dos jóvenes franceses: los actores Christian Marquand (El día más largo) y Daniel Gélin (El hombre que sabía demasiado), íntimos de Jean Cocteau. El trió llegó a oídos de Capote y los admiró en la distancia. Le llegó a decir a su amigo Tennessee Williams, enamorado de Brando de forma obsesiva: “Eran tan jóvenes, tan bellos y tan incapaces de disimular su amor, que me conmovían”.

Brando se veía con Christian (nombre que Brando dio a su hijo) por el día y con con Daniel por la noche. Y para colmo, acabaría compartiendo película y desnudos con la hija ilegítima de Daniel, Maria Schneider, protagonista de El último tango en París. Además, Marquand aparecería (más bien desaparecería en la sala de montaje) en Apocalypse Now, en la escena eliminada de la plantación francesa.

Fue el propio Brando el que desveló sus tres amores masculinos: “Solo he amado a tres hombres en mi vida: Wally Cox, Christian y Daniel. Todos los demás fueron barcos que pasaron en la noche”. El tercero, el tal Cox, fue una figura esencial en la vida de Brando. Compañero de cuarto, Wally Cox creó a Brando porque fue quien le dijo que dejara de holgazanear, se centrara y estudiase interpretación con la famosa Stella Adler, con quien Brando, sorpresa, también se acostó. También con su hija.

Cox, que fue conocido por sus gafas y sus pintas de empollón, era en el fondo un tipo físicamente fuerte, excursionista y amante de las motos. Murió demasiado joven por un ataque al corazón. Brando, desolado, apareció sin avisar en su velatorio para decir unas pocas palabras. Al morir Brando, las cenizas de Cox se mezclaron con las de su mejor amigo y fueron esparcidas en el Valle de la Muerte. Un final precioso.