Estudio fugaz a una premisa discutible.

Luís María Ferrández

Luís María Ferrández, en un fotograma de «La Pantalla Herida».

Llegó el soldado herido ante el gran visir para decirle que habían ganado la batalla y el gran éxito de la estrategia llevada a cabo por su ejercito ante el enemigo. El visir, asombrado le dijo:

– ¿Cómo es eso posible? Un mensajero que llegó antes que tú nos ha contado que hemos sido derrotados estrepitosamente, que el campo de batalla está regado con los cadáveres de todo nuestro ejército y que el enemigo festeja con un gran banquete su victoria.

A lo que el soldado, tambaleándose le contestó:

– Cierto majestad, pero al menos yo he conseguido escapar y ellos aun no lo saben.

Alrededor de las calendas de Febrero, mes que los romanos utilizaban por cierto para expiar la culpas acumuladas el año anterior, nosotros, “los del cine”, celebramos la ceremonia de los Goya® , que lejos de ser una ceremonia de exfoliación colectiva, es consagrada al éxito y la alabanza de lo ocurrido en el cine patrio un año atrás, más al estilo de las Saturnales romanas que de otra fiesta de guardar que se precie.
Escribir desde la peligrosa libertad que da el no representar a nada ni a nadie, salvo a las ideas y circunstancias de uno mismo, forjadas tras el extenuante pero tan prolífico trabajo que ha sido producir y dirigir ese psicoanálisis global de la industria del cine español bautizado como “La pantalla herida”, es un ejercicio que mezcla un grado de excitación autocompasiva con la penitente resignación de saber que el destino entierra en vida los escritos que resultan urticantes
Tapizar ese diván que tan desgastado queda tras pasar por él cincuenta de los profesionales más prestigiosos de la historia del cine nacional, ha sido un ejercicio de fe remachado con precisión severa gracias al sudor de quienes hemos creído firmemente que teníamos que hacer lo que estábamos llamados a hacer. Podría haber sido más cosas, pero sobre todo ha sido un acto de fe que, tristemente, casi se convierte en un auto de fe.

Tan propio de nuestra avidez informativa por lo inmediato y lo fugaz, se apresuraron a enriquecernos desde los distintos medios de comunicación con diferentes debates sobre el estado de nuestro cine, colocando un termómetro virtual a un paciente achacoso y olvidado en una UCI ya marchita, para ser diagnosticado “in extremis” por una serie de doctores elegidos al azar entre el pequeño y admirado grupo de aquellos que consiguieron salir triunfadores de cosechas pasadas. Todos pertenecientes a una numerosa familia cinematográfica, que ejerce como tal, cuya propia idiosincrasia y por muy diferentes motivos es tan compleja como apasionante.

Son varios los titulares que han regado al ciudadano español en las últimos tiempos concluyendo que el 2014, ha sido, sin lugar a dudas, “el mejor año de la historia para el cine Español”. Firmado: Depende usted a quien pregunte.
Cuando Nietzsche ya se encontraba postrado en cama y su cuerpo no respondía prácticamente a estímulo alguno, acertó a coger fuerzas para entrar en una conversación sobre España que mantenían cerca de él algunas personas. En una bocanada de aire definitiva acertó a decir: «Los españoles. ¡Los españoles!… Esos hombres que quisieron ser demasiado«. Cuando esto ocurrió, el cinematógrafo acababa de ver la luz y ni siquiera había llegado a nuestro país, por lo que el cine español no era ni una vaga proyección desenfocada en una sábana descolorida.

Pero en las palabras de Nietzsche se abre todo un mundo de posibilidades que sirven para ilustrar esa extraña y redundante necesidad patria de conquistar éxitos a base de lo efímero o de lo inestable. Deseosos de éxitos porque de manera comprensible, estamos hartos de sonados fracasos, aunque vender la piel del oso antes de cazarlo, suele ser un ejercicio tan poco práctico como extenuante y peligroso.
De la frase de Nietzsche se desprende esa grandeza decadente que maneja el espíritu español, tan poco dado a glorificar lo propio, tan muy dado a escupir en lo ajeno pero a la vez tan extremo en la apreciación de los hechos sin que pueda dar espacio a una reflexión donde impere más el estudio y lo racional que la víscera y la pasión.
Un titular cae como un martillo incesante en la población española desde hace un tiempo, titular que avala y asume el 2014 como “el gran año del cine español”, su “reencuentro con el público” y el “punto de inflexión que nos relance hacia un cine de más calidad, más conexión con el espectador y sobre todo una diversidad propia de una maquinaria que funciona”.

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Cabe decir, que muchas veces nuestras creencia se forman a través de ciertas corrientes de pensamiento social sobre premisas que suelen estar sesgadas o bien lastradas por una ideología que es capaz de crear un sentimiento colectivo a través de informaciones que se acumulan ya sea a través de la palabra o de la cifra. Las cifras, que se han convertido en el nuevo dogma social, un opio para el pueblo, una herramienta que se antoja irrefutable para quien las maneja y dan esa seguridad de cátedra a quien las airea envolviéndole en una toga protectora que le infiera seguridad y casi capacidad de incontestabilidad. Y en las cifras se sustenta la frase que hemos acuñado como un dogma irrefutable llamado “el mejor año del cine español”. Pero…¿Son esas cifras un elemento seguro para construir esta aseveración y darla como verdad inexorable?.
No sólo estamos en nuestro derecho, sino que además estamos obligados a congratularnos, disfrutar, comunicar y celebrar que el cine español ha hecho unos grandes datos de taquilla en el año 2014, pero también, por ejercicio no sólo de pragmatismo o de responsabilidad, sino incluso de decencia, tenemos el derecho y el deber de no perder la capacidad de crítica y autocrítica sin caer en clichés y mitos que lejos de ayudar y aunar criterios, hacen que todo un sector se estratifique de manera tan peligrosa como injusta.
Las cifras son arma de doble filo y manejarlas requieren una práctica quirúrgica y aséptica si no queremos pervertir la información tanto de cara al publico como hacia los propios profesionales de la industria.
Por ello, en tiempos de inviernos gélidos y terribles, formar titulares triunfalistas y dogmas absolutos a través de la exclusiva opinión de quienes gozan de chimenea en sus casas, parece un ejercicio tremendamente perverso e incluso irrespetuoso con aquellos que no tienen ni un ascua en la que abrigarse.
Los datos de recaudación de 5 películas españolas, amparadas bajo el potente paraguas de los grandes medios de comunicación y sus propias productoras, que empujados por una ley llamada del 5% deciden afortunadamente producir proyectos, son los que han servido para labrar esta campaña que, lanzando campanas al vuelo, ha llenado el cielo de aceros y badajos propios de la urgencia y la premura. Películas que, menos mal, pueden llegar al gran público gracias a la potente maquinaria promocional de esos propios medios de comunicación, al contrario del 90% de la producción restante del producto cinematográfico patrio. Gracias a estas cadenas ustedes pueden ver películas de factura indiscutible y se crean puestos de trabajo. Gracias a ellas, parte del cine español es competitivo y capaz, pero también cabe decir, que medir la salud de nuestro cine a través de los datos de taquilla de un porcentaje pequeño de películas que además tienen esta idiosincrasia preferencial con respecto al resto de la producción nacional, es cuanto menos, un ejercicio de irresponsabilidad y perversión que ataca a las entrañas y el corazón de aquellos que mes a mes ven como la ilusión y la capacidad de fabricar cine en España es pasto de un enorme sumidero que se traga los sueños y las ilusiones sin piedad alguna.
Porque no debemos olvidar, que fue el año donde arraigaron con peligrosa y triste fuerza las raíces de las tres efes en las arenas movedizas del cine español: Favores, familia y fe, que se han convertido en el alimento que mantiene una fábrica de películas que trabaja a pleno rendimiento en los lodazales de la incertidumbre como aquel que hace malabares con los platos a decenas de metros del suelo.
El año donde a una gran parte de la profesión, se le ha empujado a abrazar el lowcost como un modelo de vida, como una forma de aferrarse al sueño de una ilusión que al mas puro estilo goyesco, termina produciendo monstruos en forma de hipotecas, ahorros gastados, esfuerzos baldíos y débitos interminables además de la nula visibilidad de sus proyectos. Hemos creado una generación de funambulistas cinematográficos que ven como producir en España es ya no un acto de fe, sino un acto de mérito civil, un arranque visceral, una locura transitoria, un estado de enajenación mental colectiva.

Luís Miñarro durante el rodaje de "La Pantalla Herida".

Luís Miñarro durante el rodaje de «La Pantalla Herida».

Un año donde han cerrado muchas productoras, entre ellas Eddie Saeta, una de las más importantes productoras de cine independiente de la historia del cine español y que ha naufragado extenuada por el agotamiento que ha supuesto al gran Luis Miñarro el mantenerse a flote. Un año donde dimitió una directora general del ICAA dispuesta y predispuesta a trabajar. Un año donde han cerrado decenas y decenas de salas de exhibición hasta quedar algunas capitales de provincia absolutamente desprovistas de pantallas donde ver película alguna. Cines convertidos en tiendas de prendas producidas en algunos casos por las cansadas manos de niños explotados en las cloacas del mundo o cadenas de comida rápida que enriquezcan el perímetro de nuestras figuras. Cines de barrio reconvertidos en abyectos centros de despersonalización de la intelectualidad humana.
Fue el año del demoledor estudio de AISGE donde se nos narró, con la letal herramienta de la cifra, que El 73% de los actores españoles no pueden vivir de su trabajo, que el 44 por ciento de los artistas jubilados necesitan de un complemento para llegar a fin de mes, que el 55 por ciento de los trabajadores del sector ganan menos del salario mínimo o que la duración máxima de las jornadas laborales no se respeta en la cuarta parte de los casos. ¿Pasamos a los técnicos? Jornadas maratonianas, contratos precarios donde en algunos casos no se respetan los derechos mínimos ante la amenaza de si no lo aceptas, ya vendrá otro. El año donde varios de nuestros profesionales, grandes técnicos que incluso han llegado a rodar bajo las órdenes de los más importantes directores de nuestro cine, se han visto obligados a abandonar nuestras fronteras buscando un mejor porvenir ante la falta de éste en nuestra industria.
¿Hablamos de ese colectivo condenado al ostracismo mediático? Si, los guionistas españoles de cine e incluso de ficción televisiva, que a pesar de los grandes esfuerzos del colectivo ALMA, siguen sin ser reconocidos ni nombrados ni respetados. Un sector principal que ve como la dedicación exclusiva a la actividad de guionista es una situación excepcional, de la que tan sólo pueden disfrutar tres de cada 10 profesionales en activo (un 29%) y donde la figura del guionista de cine debe ser declarada en urgencia como especie protegida a punto de su extinción. Sólo algo más de la mitad de los guionistas profesionales (54%) ha tenido ingresos en los últimos año mientras que el fenómeno de ceder o escribir guiones para productores y que finalmente no se produzcan está muy generalizado: el 79% de los guionistas se ha encontrado alguna vez en esta situación. De ellos, solo un 19% declara haber recibido el pago completo del guion. ¿Seguimos? Datos aportados por FAPAE aseguran que el presupuesto de las películas españolas sigue descendiendo: solo 18% de los rodajes cuentan con un presupuesto alto (a partir de 5 millones de euros). El presupuesto medio en 2014 es de 1,5 millones. En 2013 fue de 1,6 millones y en 2009 era de 3 millones. El número de películas producidas continúa descendiendo —un 7% menos en 2014 con respecto al año anterior—. Se ha pasado de los 182 largometrajes producidos en 2012 a 115 en 2013 y a 107 de ese año. El fondo de protección a la cinematografía sigue fiel a una dieta brutal e impuesta que mengua sus presupuestos desde 2012 hasta los 33,7 millones de euros otorgados en 2014. Cifras, cifras, cifras…
Hablemos de la televisión estatal, ese motor fundamental en la industria del cine nacional, cuyo emolumentos dedicados a comprar derechos de antena ha caído casi un 40% en cinco años mientras el famoso 21% de IVA ya ha quedado como un número maldito para la industria.
2014, batió el record de películas realizadas con aportaciones de sueldos a la producción, es decir, en un elevadísimo porcentaje de las películas españolas, o nadie cobra, o la gran parte del sueldo de técnicos y artistas la dejan de cobrar para que la producción pueda seguir adelante. Las llamadas cooperativas, que como decía Imanol Uribe en el documental “La pantalla herida, las hacíamos en España hace 40 años. Los mismos que hemos retrocedido con decenas de largometrajes realizados con unos pocos miles de euros que enfocan un camino peligroso al crear precedentes, en algunos casos aplaudidos, que comienzan a fomentar una industria basada en el trabajo gratuito y extenuante a cambio de promesas tan inocuas como utópicas.
El año donde antes de aumentar la partida para pagar las deudas que el estado tenía con las productoras y que por cierto han tenido que prorratear dejando a varias de estas empresas al borde del abismo, se presupuestaron en el BOE para todo el cine español 33 millones de euros, mientras que la partida para coches oficiales era de 44.
Las leyes matemáticas se ciernen en una ecuación escalofriante que nos narra como estamos en el momento donde más cine se consume, cuando más se hace y sin embargo cuando menos retorno económico hay para sus trabajadores y las empresas que lo emprenden. Esta ecuación es una autentica bomba de relojería que de no encontrar la variable incorrecta, estallará en nuestras manos haciendo añicos el sueño de contar historias.

No nos cobijemos en clichés y triunfalismos de feria creyéndonos que este fue un año especial porque se hicieron muchas, muy buenas y muy variadas películas. ¿Acaso el cine español no ha estado plagado siempre de muchas, buenas y variadas películas? Cada equis años catamos grandes cosechas. Pues el cine es como el vino, cosechas excelentes en años determinados porque confluyen en esos momentos una serie de circunstancias que hacen brotar estallidos de talento anexados a aciertos técnicos y promocionales. Maravillosas producciones se ha visto obligadas a convivir con enormes fiascos año tras año desde que el cinematógrafo echara a rodar en nuestro país. Joyas olvidadas, condenadas a las galeras mediáticas y promocionales, ignoradas por crítica, medios y publico que han pasado desapercibidas en España año tras año. Y ahora, como si de un fenómeno insólito se tratara, proclamamos este año como el mejor, haciendo con los pasados un ejercicio de injusticia desolador además de un ejercicio de desmemoria nada propio de nuestro sector.

Congratulémonos pues de los éxitos hechos en nuestras fronteras y de ver a algunos de nuestros compañeros elevados a Olimpo del éxito y reconocimiento, pues es útil y necesario, pero no tengamos miedo de la necesidad de rescatar a ese gran cine español que se ha conformado como una amalgama de cine en descomposición, que cae poco a poco en las redes del olvido, de la desidia, de la miseria y de la desazón. Importante es conocer y escuchar a todo lo que subyace bajo esa atmósfera de oxígeno en la que moran los éxitos de nuestro cine, porque debajo de ella, hay toda una población de grandes profesionales a los que les han obligado a abrazar la miseria, la precariedad laboral y técnica, el desamparo por parte de las administraciones, las instituciones y las grandes corporaciones de comunicación. Esa es la zona del campo donde tiene lugar la gran parte del partido y en verdad que es un erial que necesita urgente de riego y abono. España es por su características históricas, culturales, climáticas, paisajísticas y por la diversidad y la sensibilidad de sus pueblos y sociedades, el mayor y mejor plató cinematográfico de todo el planeta. A día de hoy, este terreno está esquilmado por una administración vestida de desidia, ignorancia y falta de interés por recuperar a España como fuente de riqueza visual, promocional y económica. La industria cinematográfica española, siempre se ha visto desde un punto de vista político, institucional y social, como una artificialidad prescindible e inocua, de nula utilidad colectiva, social y educativa y sin ninguna capacidad de retorno para la sociedad española. Todo lo que se ignora, se desprecia y el cine en España ha sido tratado con una indiferencia latente por parte de los diferentes gobiernos e instituciones de la democracia, que han creído que la cultura y las profesiones derivadas de su ejercicio, no son más que un mero ornamento superfluo e inútil para la vida de las personas en general y de quienes las ejercen en particular. No lejos quedan los tiempos en los que a los actores, comediantes, titiriteros y artistas se les enterraba en los cruces de caminos para que expiaran en el más allá los pecados de haber ejercido una profesión maldita, deshonrosa y denostada, y hoy en día, son “enterrados” en vida haciendo que ejercer cualquier profesión relacionada con el mundo audiovisual o de cualquier rama artística, esté por lo general (salvo algunos excepciones mediáticas y muy puntuales), mal remunerada, con deficiente cobertura que la deja desprotegida de un marco legal y jurídico en correspondencia a su justo valor, con una presión fiscal asfixiante e insostenible, con nulo control sobre las actividades y los contratos y una reputación que sigue estando para el sistema educativo y social en general, por los suelos.

Nunca se ha tomado a la profesión cinematográfica española como un posible generador de empleo directo e indirecto además de cómo motor de la marca e imagen de nuestro país tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, teniendo la capacidad única y directa, gracias al poder de la imagen, unidad fundamental de trabajo en el cine, de generar el mayor escaparate de la cultura, la diversidad y la capacidad de un pueblo para potenciar la industria turística de calidad en todo el mundo. El cine puede y debe ser tratado como cuestión de estado, no sólo porque representa el imaginario colectivo de un pueblo y una sociedad a través de la voz de sus creadores, sino porque además, puede ser el mejor y más directo elemento promocionador de nuestra riqueza en todo el mundo, atrayendo la atención sobre nosotros y por ende, la capacidad de generar divisas y empleo en sectores directos e indirectos que verán incrementada su actividad y su necesidad gracias al cine como elemento posicionador del país en el mapa mental del mundo.
El cine español, es visto por una parte de la población española, como un ente unifuncional, unidireccional y monotemático que piensa, se mueve, cree y vive de una única manera, sesgada política e ideológicamente, sin ninguna capacidad de autocrítica y con nula intención de asumir sus faltas y deficiencias ni de reconocer la pluralidad de pensamiento y de creencias dentro de toda la industria del cine. Si bien algunos trabajadores del cine, con accesibilidad a micrófono y con cierto poder mediático, han ejercido el derecho a expresar libre e individualmente su posición ideológica o se han posicionado a título personal sobre un determinado y concreto hecho en particular, esto no significa en absoluto que representen el ideario y el sentimiento ideológico de todo el colectivo que representa la industria cinematográfica española, compuesta por un número importante de ciudadanos que ejercen su profesión en silencio pero con la eficacia que les da una preparación excelente y una vocación por la actividad que ejercen la cual está muy por encima de las expresiones colectivas o individuales que cada ciudadano puede ejercer en una democracia de manera libre, siempre y cuando sean respetuosas, abiertas y tolerantes con todas las demás expresiones de sus conciudadanos. El cine lo hacen muchas personas que afortunadamente representan la pluralidad de ideologías, creencias y sentimientos varios que pueblan en el colectivo social español, sin que sigan unitariamente y de manera ciega ninguna creencia determinada, compartiendo sólo el amor y el respeto por una profesión que quieren ejercer de la manera más honrosa y noble posible.
El arte siempre se pronuncia, todo el que existe se pronuncia y nunca dejará de hacerlo aquel que luche por hacer de esta sociedad un lugar mejor para vivir, desde su vocación y responsabilidad. La famosa frase “los del cine”, debe ser un ejemplo a erradicar como generalización injusta, sesgada e irracional que pesa sobre todo un colectivo que en la gran mayoría de los casos, no quiere más que ejercer una profesión de la mejor manera posible buscando que sea juzgado única y exclusivamente por la calidad de su trabajo y no por su forma de pensar o de hacer en su vida personal.
Necesitamos un nuevo modelo del negocio del cine de manera prioritaria, urgente, decidida, audaz y consensuada. Un nuevo modelo que tenga como adalid la transparencia, el reparto de oportunidades, la equidad, la meritocracia, la inteligencia, la productividad y la eficacia, para renovar definitivamente las ilusiones de quienes ejercen, van a ejercer y quieran ejercer la profesión cinematográfica en nuestro país. Un modelo que erradique definitivamente de nuestra profesión a todos aquellos que avalen o ejerzan sus actividades dentro de la endogamia, la opacidad, la desvertebración, el nerviosismo, la mediocridad, la mala praxis o el proteccionismo. Modelo que debe empezar a construirse desde la unión de todo el colectivo y por encima de todo, desde el sentido común y no desde propuestas asociacionistas que sólo miran por los intereses individuales, personales o de ciertos colectivos sin anteponer el bien común por encima de cualquier sector, sociedad, asociación, federación, plataforma o territorio dentro del cine español.
El colectivo cinematográfico español y las instituciones que lo conforman y lo han hecho en los últimos años, no han sabido comunicarse correcta y eficazmente con una parte muy importante de la población española para explicar de manera acertada las luces y las sombras de nuestra industria. No ha sabido contestar de manera adecuada y contundente a las informaciones sesgadas, maldicientes y mal intencionadas que por parte de un sector de los medios se han vertido contra todo un colectivo de manera gratuita, incoherente y en una gran parte de los casos, con intenciones claramente instigadoras, provocativas y sin argumentos comprobados que avalen dichas informaciones, comunicadas más desde la visceralidad y la animadversión que desde la mesura, el razonamiento y el sentido común. Falta un gabinete de comunicación eficaz y capaz que pueda no solo instruir y formar a la sociedad sobre nuestro ejercicio, sino que además, debe provocar un encuentro fraternal entre ese público que sistemáticamente ha decidido disgregarse del cine español por el simple hecho de serlo. Debemos informar, formar y sacar de la ignorancia a todos aquellos que están por descubrir que nuestra profesión está ejercida en su mayoría por ciudadanos honrados y honestos que solo quieren hacer la vida más agradable a los demás a través de su trabajo, equivocándonos muchas veces y acertando otras tantas. Es fundamental conectar y volver a trazar una autopista de comunicación que llegue al gran público ejerciendo crítica y autocritica desde un punto de vista responsable y humilde para devolver la ilusión a los ciudadanos para que puedan sentirse orgullosos del cine que se hace y se consume en su país. No podemos ni debemos permitirnos el lujo de perder capacidad de informar y de formar al espectador para que desde el discernimiento real y con la información no sesgada, pueda juzgar libre y conscientemente nuestras películas, sin dejarse influir por opiniones que no tienes otro fin que el de desprestigiar impunemente a todo un sector profesional de nuestro país.

Escuché a un prestigioso crítico decir en un debate televisado que hacer cine ahora es fácil porque “sólo se necesita una cámara y mucha cara”. Con todo mi respeto, he de decir, que erró en la elección de la anatomía humana. Yo diría que hace falta mucho lomo. Lomo en el que descansar el enorme peso de los que hacen cine fuera del poder mediático. lomo para cargar con la losa de la autoproducción y los riesgos que emanan de ella. Lomo para soportar el olvido al que es condenada la mayor parte de la profesión española. Lomo para cargar con la culpa del favor, de quien pide sin poder dar y quien reza sin saber muy bien a quien. Lomo para cargar con la pesada losa que ya de por si es la lucha para hacer del arte y la cultura un espacio visible y valorado, y lomo para apoyar en él la enorme responsabilidad que tenemos todos a la hora de poner a nuestro cine donde le corresponde, en el mascarón de proa de ese enorme barco que debe cruzar el mar de la ignorancia bajo el orgulloso nombre de la marca España. Porque la cultura es la capacidad de los posibles y las aciertos del futuro que se forjan en el presente.
Por eso, hoy, hay una gran noticia. Un gran noticia que está por encima de taquillas, de fenómenos con varios apellidos impronunciables, por encima del talento y la víscera que nos une, por encima de nuestras filias y nuestras fobias, por encima de quienes nos ignoran y nos maldicen y por encima de cada uno de nosotros. Esa gran noticia es que aun hay tiempo. Tiempo para unirnos y mirar dentro de nuestra pluralidad en una sola dirección. Hay tiempo para estar juntos en las gracias y las desgracias. Hay tiempo para creer que podemos y que queremos, hay tiempo para ir más allá de todo esto. Hay tiempo para hacer grandes películas y regar de talento nuestra tierra. Y sobre todo, hay tiempo para contradecir a Nietzsche, porque aunque ya no nos oiga, podemos decir que hay tiempo para decir que en el cine español, nunca nada es demasiado.

“Enseñad al que no sabe; despertad al dormido; llamad a la puerta de todos los corazones, de todas las conciencias. Y como tampoco es el hombre para la cultura, sino la cultura para el hombre, para todos los hombres, para cada hombre, de ningún modo un fardo ingente para levantado en vilo por todos los hombres, de tal suerte que sólo el peso de la cultura pueda repartirse entre todos, si mañana un vendaval de cinismo, de elementalidad humana, sacude el árbol de la cultura y se lleva algo más que sus hojas secas, no os asustéis. Los árboles demasiado espesos, necesitan perder algunas de sus ramas, en beneficio de sus frutos. Y a falta de una poda sabia y consciente, pudiera ser bueno el huracán.”

Antonio Machado

Autor: Luís María Ferrández