Culpo a las películas de mis altas expectativas en cuanto a los amores de verano.

Me gusta el verano. Me gusta el amor. Me gusta el cine. Pero la combinación de estas tres cosas no se ajusta a la realidad.

No entraremos en este artículo en hablar de ese amor romántico que las películas nos han metido en la cabeza. Ya sabes, príncipes azules y todo ese rollo. Iremos más al grano, directamente a hablar sobre esas películas que dificultan la elección de un destino de vacaciones.

«I carried a watermelon». Sí, hay veces que he sido tan pavisosa como Baby en Dirty Dancing. Sí, he veraneado en familia. Y no, nunca ha aparecido un instructor de baile como Patrick Swayze en ningún hotel del Mediterráneo. Si veis el Complejo Kellerman en alguna agencia de viajes, dadme las coordenadas.

Sexo y playa. Este párrafo tiene un artículo completo pero lo resumiremos en: no os lo creáis. Ese apasionado beso en De aquí a la eternidad nada tiene que ver con la realidad. La arena metiéndose por lugares insospechados, las algas que se enredan a los pies, las olas que no mecen sino ahogan, y eso sin entrar en las medusas… No. Ahí no me pillan.

Que quieres hacer turismo de ciudad, pues muy bien… Vamos a enamorarnos a Italia. ¡Pues no! Tampoco nos vale. En Vacaciones en Roma, Gregory Peck y Audrey Hepburn surcan Roma en motocicleta y comen helados. ¿Sabes lo que harás tú? Colas, colas y más colas. Y es que los tiempos de espera en los monumentos matan la pasión.

¿Pensabas que no iba a haber representación patria en este artículo? Todo lo contrario. Vale que las verbenas siempre han dado grandes momentos pero a la hora de la verdad, poco se parecen a la escena final de Kiki, el amor se hace. La realidad es más parecida a «Tengo un tractor amarillo» de Zapato Veloz que a «Enamorada» de Pedrina y Río.

Dicho esto, y pese a todo, no cejo en mi empeño de vivir un verano (con amor) de película.

FIN.