Este verano fallecía, a los 86 años, Tab Hunter. Puede que no les suene de nada, pero fue un actor y cantante de rock (llegó al número uno de las listas de éxito) que lo petó en los 50 y 60. En 2005 Tab, un icono para las adolescentes de entonces, rey de las carpetas y la decoración de habitaciones, publicó su autobiografía, titulada Tab Hunter: Confidencial. La forja de una estrella de cine. Se esperaba lo que iban a contener esas páginas porque el de Hunter era un secreto a voces transmitido durante décadas en los mentideros de Hollywood: era un “tapado” que no salió nunca del armario para poder conseguir curro en el cine.

Su nombre verdadero era Arthur Kelm y su infancia fue una pesadilla, con un padre bestial que lo mataba a palos. Con solo 15 años se enroló en los guardacostas. Después hizo patinaje artístico y de jinete hasta que finalmente fue fichado en Hollywood por su indudable atractivo. Al rubio Hunter se lo rifaban, y no solo los productores y directores. Durante mucho tiempo lo vendieron en el mercado como novio de Natalie Wood, cuando en realidad era el de Anthony Perkins, que estaba loco por él.

La historia de Perkins y Hunter, que apareció en Más allá de las lágrimas, Llegaron a Cordura, Malditos yanquis, El juez de la horca o Polyester, no es única. Los grandes magnates de los estudios de Hollywood vigilaban, presionaban, acosaban y ocultaban toda conducta sexual que no fuese heterosexual (y “correcta”, familia perfecta incluida) en sus estrellas masculinas o femeninas. Se jugaban muchos millones y preferían la mentira a la revelación pública de prácticas sexuales “invertidas”.

De hecho, Hollywood tardó décadas hasta empezar a sugerir el tema de la homosexualidad en sus propias películas. Y solo eran meras y cobardes sugerencias. Ejemplos de mínima apertura: Johnny Guitar (1954), La gata sobre el tejado de zinc (1958), Ben-Hur (1959), De repente, el último verano (1959) o La Calumnia (1961).

Pocos fuera de Hollywood y los cronistas del “corazón” de Nueva York sabían que Charles Laughton se volvía loco por los chaperos, que Monty Clift y James Dean (le iban los locales sado donde era conocido como “el cenicero humano”) eran unos atormentados, que a Raymond Burr y a Rock Hudson les gustaban los chicos musculosos y que a Somerset Maugham le gustaba mirar y beber un buen vino mientras dos muchachos se lo montaban. Y son muchos más: Valentino, Garbo, Olivier, Lancaster…

Otra bomba editorial de mucho más alcance fue Servicio completo, del chapero y conseguidor Scotty Bowers, un tipo que llegó a acostarse con J. Edgar Hoover (temido fundador del FBI) vestido de mujer. El escritor y guionista Gore Vidal (bisexual declarado y guionista de Ben-Hur) dijo al leer el polémico libro de Scotty (bastante pobre literariamente hablando, puro amarillismo) que lo que contenían sus páginas era todo verdad.

Bowers también empezó en el ejército (fue marine y luchó contra los japonenes en el Pacífico) y al regresar de la guerra buscó piso en Hollywood y trabajó en una gasolinera y como barman de fiestas privadas. Bowers, que hoy tiene 95, llegó a reconocer que sus primeras experiencias sexuales fueron con curas pederastas y su lista de “tapados” es abrumadora: Walter Pidgeon, Tyrone Power, Spencer Tracy, George Cukor, Vincent Price…

Una de las parejas más famosas que aparecen en sus memorias de chapero es la de Cary Grant y Randolph Scott. A estos dos hombretones, famosos por sus comedias de enredo y sus viriles películas del Oeste, les iban los chicos. Y mucho, en concreto los masajes y las masturbaciones en grupo.

Y para pareja (falsa, todo un montaje) la de Katharine Hepburn y Spencer Tracy, dos inmensos intérpretes. A ella, un “chicazo” de manual, le iban las tías y a él los tíos, aunque no era capaz de reconocerlo abiertamente. Tracy, católico y bisexual mal casado, se hundió en el alcohol, incapaz de salir del armario ni en privado.

Parecida era la vida íntima de Walter Pidgeon, famoso galán y ejemplar padre de familia en el cine (¡Qué verde era mi valle!, La señora Miniver). A Pidgeon le volvía loco el sexo a tres bandas, le iba la marcha.

Que el director George Cukor (Historias de Filadelfia, Nacida ayer, La costilla de Adán) era gay lo sabía medio Hollywood, aunque no, como destapó Bowers, que era un gran felador. La mansión de Cukor fue famosa por las tremendas orgías que se montaban en su célebre piscina. Y qué decir de Vincente Minnelli (El padre de la novia, Un americano en París, Cautivos del mal). Su mujer Judy Garland lo pilló montándoselo con uno de sus sirvientes. Otra que acabó ahogada en el alcohol.

A Cole Porter, el inmenso compositor de inolvidables temas de amor (presuntamente heterosexual) como Night and day o You´re the top, le iban los señores corpulentos. Una noche loca le pidió a Bowers 15 hombres para una de sus fiestas privadas.

Lo triste es que todavía hoy salir del armario para una estrella de Hollywood es un pasaporte al ostracismo, a abandonar el estrellato y las cifras astronómicas en sus nóminas. Dejar de ser un “tapado” sigue pasando factura en la meca del cine mundial. Ejemplos: Rupert Everett, Lindsay Lohan y Kristen Stewart. Son solo una minoría de valientes porque Hollywood sigue siendo un negocio cobarde y tremendamente conservador.