Hace cien años todavía no habíamos llegado a los años 20. Por las carreteras aun circulaban caballos y los inventos revolucionarios consiguieron llevar a las casas elementos como tostadoras, aspiradores, radios, planchas, frigoríficos, el audífono y el secador de pelo. Estos cien años no han sido de soledad en absoluto, ha llegado internet, el periodismo y las redes sociales para recordarnos que no estamos solos, aunque a veces no nos vendría mal tirar del cable y desconectar un poco. Sin embargo, hace cincuenta años, en concreto en 1967, llegó a las estanterías una novela que lo cambiaría todo. Cien años de soledad de Gabriel García Márquez marcó un antes y un después en la literatura y también en todos aquellos que como una servidora, se dejaron adentrar en los misterios de Macondo.
Lo que no sabía entonces García Márquez, y quizá si lo supo antes de morir, es que su novela, aunque concebida en un tiempo pasado y en un lugar imaginario, transciende de generación en generación por encontrar paralelismos con cualquier época presente.
Sin ir mas lejos, si este lector no cree en lo que estamos exponiendo. Pongamos el foco en comparar un 2018 en el que el mundo no es tan antiguo y a las cosas no hace falta señalarlas con el dedo para nombrarlas, basta con buscar algo en Google y éste nos dirá lo que “quizá quisimos decir”.
Porque en 2018 quizá alguien si pueda recordar el día en que su padre le llevó a conocer el hielo. Seguro que viajó lejos porque el poco que queda por el calentamiento global no se ve tan fácilmente. El cine sigue interesando, y sigue acercándonos aspectos de la realidad pero algunos, como los de la novela, optan por no volver al cine a no ser que sea para ver otra comedia, porque “ya tenían bastante con sus propias penas para llorar por fingidas desventuras de seres imaginarios”. Quizá por eso, el propio García Márquez tampoco quiso nunca que su novela fuera llevada a la gran pantalla.
Melquíades, personaje clave de la trama, se habría llevado las manos a la cabeza si hubiese descubierto el dinero que podría ganar con Wallapop, por no hablar de Amaranta, que no conocía el Tinder.
En 2018 y desde hace unos años también vivimos en la era de los hashtags o etiquetas, que José Arcadio Buendía ya aprendió a utilizar para luchar contra su memoria. Así, fue etiquetando todos los elementos no sin antes caer en la cuenta de que “estudiando las infinitas posibilidades del olvido, podía llegar un día en el que se reconocieran las cosas por sus inscripciones, pero no se recordara su utilidad”, ¿no será quizá el error que en el siglo XXI nos lleva a etiquetar demasiado sin saber muy bien el significado real de las cosas? “Así continuaron viviendo en una realidad escurridiza, momentáneamente capturada por las palabras, pero que había de fugarse sin remedio cuando olvidaran los valores de la letra escrita”. Úrsula, una de las más sabias de la estirpe, ya se dio cuenta de lo que implicaría el movimiento hipster, porque como ella misma decía de sus hijos: “apenas les sale la barba se tiran a la perdición”.
Si a pesar de estos datos, el lector sigue sin creer en los poderes premonitorios de la novela, lo mejor es que no espere a que llegue ninguna tribu y le descubra el invento, hoy en día puede adquirirlo a través de Amazon.
Está claro que hasta la llegada de los smartphones nos ha “costado encontrar el paraíso de la soledad compartida” y desde luego que “el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”. Y ahora, que la edad de jubilación es cada vez más elevada, por primera vez las estirpes condenadas a cien años de soledad si tienen una segunda oportunidad sobre la tierra, lo de la paga, está por ver.
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